Las instituciones internacionales ya están cambiando su discurso. Durante los largos años del reinado del "Consejo de Washington" los académicos con poder recetaron los severos principios de todo género de disciplinas estructurales a todos gobernantes que tuvieran obligación de escucharlos. Los problemas sociales se solucionarían por sí solos en una calculada evolución. Dejaron a un proceso lento, vegetativo, el gradual remedio de las necesidades de poblaciones nacionales enteras.
Las turbulencias callejeras que ahora se dan en Atenas exhiben que desde años atrás el Gobierno griego no supo o no quiso responder a tiempo a las demandas populares que se agudizaban con el aumento de la población.
El crecimiento demográfico del mundo se desbordó en el Siglo XX. En México, en los últimos cincuenta años el crecimiento neto fue más de tres veces la población que había en 1950. Las carencias criminales en el campo de la educación y la falta de preparación en oficios de las sucesivas generaciones de jóvenes, abocaron en 2010 en masas populares que no pueden sostenerse por sí mismas ni en el campo ni en la ciudad.
La incapacidad socioeconómica atrapa a un inmenso número de compatriotas que, sin actividad alguna, no encuentran posibilidad alguna de empleo. Quebrados de espíritu, buscan con desesperación una alternativa extranjera. Puestos por fin ahí, después de indecibles sacrificios de toda clase, se ubican en el peldaño inferior de la escala de su país adoptivo y poco a poco van incorporándose a los trabajos más elementales, dominando su circunstancia personal, primero en el barrio, luego en su región. Acaban siendo, a base de sus simples números, un poder político nacional.
En una época en que los derechos humanos están grabados en piedra, sin que nadie por cierto quiera hablar de deberes, las duras conquistas obtenidas en tierras que el inmigrante ya siente suyas, se transforman en exigencias. El drama se presenta cuando la población local reacciona en contra del que llega de fuera y brota la violencia.
El tema migratorio de nuestros días es mundial. No es distinto a los que se vivieron en años, décadas y aún siglos anteriores en todos los continentes. Ha sido generalmente doloroso. No es lo mismo, empero, resolver situaciones cuando se expresan en pequeños núcleos humanos, que cuando se tienen que tratar enmarcados en los inmensos números actuales. Se calcula que más de 20 millones de individuos están en activa migración cada día en el planeta por una gran variedad de motivos.
El arte de gobernar consiste en prever necesidades futuras, pero no por parecer éstas fenómenos a largo plazo, es dable dejar de atender de inmediato las muy específicas que van surgiendo en la actualidad. El defecto de las recetas estructuralistas tan en boga todavía hace pocos años, fue el suponer que ellas solucionarían por su inercia propia, sin acciones firmes y definidas para cada presente actual, todas las problemáticas que habían sido tan perfectamente previstas.
Hoy se pagan las consecuencias.
En México oleadas de emigrantes. En Estados Unidos una estudiada incuria que dejó crecer el problema de la inmigración indispensable, aunque fuera ilegal, hasta llegar a la brutal reacción de la Ley 1070 de Arizona.
Los organismos sociales tienen un comportamiento biológico. Tardará tiempo para que nosotros aprendamos cómo absorber nuestra mano de obra tan inicuamente expulsada del campo por los liberales del Siglo XIX y los políticos del Siglo XX, hacia las ciudades y al exterior. En Estados Unidos, la sociedad seguirá absorbiendo la población mexicana y latina, con el mismo ritmo biológico como incorporó en su momento la inmigración italiana, irlandesa, polaca y tantas otras nacionalidades extranjeras. Las cosas llevan su ritmo.
La legislación federal que con urgencia tiene que impulsar el presidente Obama, en nada será ayudada por la reacción pavloviana de la gobernadora de Arizona que despacha desde Phoenix.
Nos espera un verano caliente.
