Jóvenes Columnistas

El viaje de los cantores

Ana Cristina Palacios Escareño

Hace más de veinte años, un grupo de personas trataron de cruzar la frontera en un vagón de mercaderías, la muerte se los impidió, fenecieron asfixiados. Enclaustrados por la tierra prometida, perecen en un vasto desierto; espejismos que anunciaban el laurel de la victoria se desvanecen cuando las almas que los mantenían vivos cerraron sus ojos, ventanas del alma que dieron la espalda a los sueños.

Son rostros aciagos, suspendidos en una época estática; cuerpos inermes, enjutos, yacen en derredor. Denuncian la imposibilidad de una ilusión, el atreverse a emprender el camino hacia el destino preferido y necesitado por miles de migrantes. Lejos de su familia, de la tierra que los vio nacer, de sus amigos, parten hacia el primer mundo, donde tal vez “todos sean iguales”. Primer mundo, tercer mundo, etiquetas que aíslan a cada país en su propia isla, como si igualmente existieran personas primermundistas o tercermundistas.

Hoy, todo sigue igual, las personas continúan escapando de la miseria, la desnutrición, la falta de oportunidades, el desempleo. Más que un país de turismo, México es un país de migrantes, el pasado año se contaban en más de 30 millones, más de un 30% de la población total actual de la República Mexicana, representan un 14.1% de la población total de Estados Unidos. Una minoría que continuamente va aumentando (el flujo anual de inmigrantes mexicanos es de 175,000), pese a las medidas racistas del país vecino.

La última acción en contra de ellos es la Ley SB1070, puesta en marcha en Arizona, permite detener a cualquier persona que por su apariencia física parezca indocumentado. La verdad, no sabía que los inmigrantes tuvieran una inscripción en el rostro que muestre su condición legal. Es una medida antinatural, inhumana y discriminatoria, lo único que les faltaba hacer a unas personas inocentes que sólo buscan un trabajo para aliviar la pobreza en que viven, ¿desde cuándo es un pecado trabajar, tratar de superarse? Está claro que para Arizona, es el pecado más grande de todos.

Es la discriminación del nuevo milenio, encubierta tras documentos oficiales y propuestas de ley para proteger al Estado. ¿La ley es justa? Claro que no, es la expresión más pura de la vileza contra un pueblo inocente, llamado de diferentes formas para establecer una barrera entre ellos, los legales y los que viven en la ilegalidad.

No basta con que se pretenda añadir la nueva legislación a la constitución, con el solo hecho de que viola los derechos humanos de un grupo de personas es suficiente para suprimirla. Las leyes no deben ser caprichos de un grupo de personas que antepone sus ideologías, opiniones o creencias en la elaboración de los instrumentos jurídicos del Estado, nada hay más reprensible; deben ser el rostro de la justicia, el soporte de la protección de las personas ante las injusticias. Es por eso que un estatuto que avale la discriminación, la desigualdad y la vulnerabilidad de la gente merece desterrarla de la Constitución.

Es curioso que precisamente en Arizona se haga la propuesta de la Ley SB1070. Recordemos que Arizona formó parte de México por poco más de veinte años hasta que la invasión estadounidense despojó a la República Mexicana de ese territorio. Una legislación de este tipo constituye una negación de las raíces de un pueblo conformado principalmente por inmigrantes.

Su población total es 7.966.318 de personas, el 29.2% son latinos y específicamente, el 21% son mexicanos. ¿Qué hará con los indocumentados, columna vertebral de la economía del Estado?

Más que latinoamericanos, hispanos, mexicanos; todos somos compatriotas de una misma nación llamada humanidad.

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