En semanas anteriores, dialogamos el tema del "veto celestial" que el arzobispo Lozano se permitió hacer a los homosexuales, apropiándose del papel de juez y abrogándose el derecho divino para definir quiénes merecen el cielo; "triste caso", como dijera un querido profesor ante el fracaso académico de sus estudiantes, cuando quedó de manifiesto su falta de tolerancia al prójimo y la manipulación de las enseñanzas de Jesús.
Si el arzobispo de México, pecó de intolerante, ahora, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, cae en el abuso moral de autoridad, cuando los integrantes utilizaron su mayoría como partido, para imponer reformas al Código Civil y de Procedimientos Civiles del Distrito Federal, y permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo; y, ante la desaprobación de las mayorías ciudadanas, eliminar el artículo 131 que impedía, a esas personas de preferenciales sexuales diferentes, la adopción.
A todas luces se observa el propósito electorero, siguiendo una vieja recomendación, dada por políticos de Oposición en las naciones democráticas occidentales: "apoyar a las minorías para sumarlas y formar con ellas mayorías que les lleven al poder" y, de paso, seguir una doctrina claramente anarquista: "golpear a las instituciones", en este caso, el matrimonio civil.
Desde luego que los homosexuales tienen derecho a definir y consolidar sus particulares relaciones humanas; también es justo que estas parejas puedan proteger el patrimonio logrado en conjunto y, por último, es su privilegio, como de todos nosotros, recibir trato digno y de igualdad.
Las preguntas que no se han hecho y consecuentemente no contestadas son:
¿Era necesario utilizar, agrediendo su esencia, la fórmula civil del matrimonio para garantizarles sus derechos?
¿Se exploraron otras alternativas que, sin ofender a las mayorías, alcanzaran los fines propuestos y asegurar sus bienes materiales?
Desde luego que los líderes de las Iglesias Cristianas, entre ellos el cardenal Norberto Rivera, elevaron sus enérgicas protestas, aun con los yerros propios cometidos en cuestiones de abuso sexual.
Sin duda, ellos son representantes del sentir de orden social y jerarquización valoral de los mexicanos, quienes ahora nos sentimos agredidos en nuestras creencias.
Cuando hablamos de derechos humanos, justificación ampliamente utilizada para lograr el propósito de enmendar la ley, los asambleístas olvidaron -o quizá hallaron maliciosamente- otro ángulo del asunto en discusión: la responsabilidad que adquirieron con sus propios votantes para representarlos, respetar su sentir y atender sus deseos personales.
Al respecto, tenían la obligación de hacerse otros cuestionamientos, en relación al derecho de los demás, que fueron ignorados por aquellos que se supone defenderían como intereses de mayorías.
¿Tomaron en cuenta la posible afectación de los derechos humanos de quienes, en plena indefensión, serán sometidos a la dura prueba de crecer y constituirse psicológicamente como seres únicos e independientes, en un ambiente homosexual?
¿Consideraron el posible sentimiento de agravio y confusión, creado en su propia jerarquización de valores sociales y humanos?
¿Tienen la seguridad de que, si así hubiera sido posible, ellos preferirían pertenecer a una familia considerada normal?
¿Revisaron la evidencia de que, si se da el caso, esos niños, luego adolescentes y finalmente adultos, tendrán la capacidad de tolerar la agresión social que pudieran padecer?
Aún cuando la Oposición está preparando un recurso de acción por inconstitucionalidad, ante la Suprema Corte de Justicia, el caso fue aprobado y servirá de antecedente para que otros estados federales, inclusive países latinoamericanos, a través de sus minorías, traten de imponer sus formas de vida social.
Un principio de psicología y justicia dice que: "no puedes quitarle nada a nadie, sin darle algo a cambio" y en campo de lo social, han suprimido las funciones más importantes del matrimonio como institución civil: la propagación de la especie a través de la reproducción humana al interior del matrimonio, con garantía de atención de los derechos de todos los constituyentes; dejándolo en la simple voluntad de convivencia de dos personas que desean, lícitamente, defender sus bienes.
Irresponsables, cuando destruimos la esencia del matrimonio, sin dar nada a cambio.
Es justo aclarar que existen tendencias que afirman sobre el caso, que los niños adoptados por parejas homosexuales no tienen un desarrollo diferente ni daño psicológico en sus personas; otros, en contrario, aseguran que no contamos con los recursos profesionales y económicos para atenderlos, sin contar con los medios para medir consecuencias en nuestro medio social con bagaje cultural particular.
Queda abierta la reflexión sobre la urgente necesidad de profesionalizar y madurar nuestro sistema político, en el que seguimos eligiendo a personajes públicos del medio artístico o deportivo, incluyendo a las pobres juanitas, que entregaron sus derechos feministas y los juanitos, quienes por su deficiente educación son incapaces de atender las responsabilidades confiadas.
Sin duda que ese anarquismo irreverente es una más de las consecuencias de nuestra irresponsabilidad a la hora de votar, o ... ¿usted qué opina?
Ydarwich@ual.mx