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En busca de la infancia perdida

NASHIELI RAMÍREZ

Hace un año, al menos en el Distrito Federal, el Estado de México y Jalisco, todos los planteles de educación inicial y básica; cientos de instancias gubernamentales y no gubernamentales con beneficiarios menores de edad; y los comercios cuya clientela principal son los niños y las niñas, se quedaron con sus pasteles, sus globos y sus ofertas.

Por lo menos en esas entidades, los infantes pasaron su "día" encerrados en sus casas. El H1N1 hacía su aparición, 12 meses después, según reporta la Secretaría de Salud, la mitad de los 72 mil 504 casos confirmados de influenza son personas menores de 18 años de edad; de ellos murieron 177, alcanzando apenas el 10% de los decesos vinculados a este padecimiento.

Sin duda los niños enfrentan mejor la infección, pero también es cierto que son la población más vulnerable para adquirirla. Este es un ejemplo, de los pocos que existen en nuestro país, en donde no se duda en que las acciones, los recursos y la estrategia deben garantizar la protección de la población infantil.

En contraparte, lo que abundan son las evidencias de una apuesta de Estado, donde tal parece que no nos importa que la infancia se pierda. Los conteos de niños y adolescentes muertos en el último año por actos vinculados a la denominada "narcoguerra" oscilan entre los 250 y 300, en cualquiera de los casos han muerto más infantes en ese contexto, que por influenza.

Perdemos a la infancia cuando fallamos, como lo hacemos en protegerlos en la crianza, ahí está la guardería ABC; ahí están las denuncias de abuso y accidentes en estancias infantiles de la Sedesol; ahí están siete de cada 10 niños menores de tres años que no tienen acceso a educación inicial; Casitas del Sur, del Norte, del Este, del Oeste, ésas que a más de un año no podemos cuantificar y mucho menos normar.

Perdemos a la infancia cuando no apostamos por una educación de calidad, cuando somos permisivos a la violencia al interior de las familias, en las escuelas y en los atrios, cuando no aseguramos su permanencia en la secundaria y la educación media superior, cuando excluimos a los indígenas, los discapacitados y los pobres.

México pierde a sus niños y sus niñas, permitiendo, como lo hace, que los vendan, que comercien con su cuerpo, que sean tratados como mercancía, que sean presa fácil de la criminalidad. Perdemos a la infancia cuando fallamos, como lo estamos haciendo en evitar que se mueran, que los maten, que se suiciden, que pierdan autonomía por adicciones, por falta de formación, por falta de empleo, por falta de espacios que estimulen su creatividad e iniciativas.

En síntesis con la sistemática violación a sus derechos, estamos provocando que los niños, las niñas y los adolescentes de nuestro país pierdan a su infancia, y con ello estamos perdiendo desde ahora la posibilidad de constituirnos en una nación exitosa y generosa.

No podemos pensarnos como un país diferente, si no aseguramos que los niños mexicanos avancen en una vida acorde con sus aspiraciones y potencialidades, lo hagan como sujetos de derechos y en la arena de lo público.

Tenemos que proyectar un nuevo comienzo, una búsqueda de la infancia perdida, en donde no caben, los 3.6 millones de niños que trabajan, los 500 mil niños jornaleros agrícolas que alcanzan en promedio sólo el tercer año de estudio, los alrededor de 3 millones de niños indígenas que son sistemáticamente discriminados, los al menos 10 millones víctimas de violencia en su familia, las aproximadamente 20 mil víctimas de explotación sexual comercial infantil y los al menos 10 mil huérfanos por el conflicto armado.

Lo tenemos que hacer más allá de los discursos o a pesar de ellos. Sin duda necesitamos una alianza por la infancia, que nos involucre y nos comprometa. Y el día de hoy, festejemos lo poco que tenemos para celebrar, y conmemoremos por esos niños y adolescentes que ya no están y a esos cruelmente violentados, porque como señala Tzvetan Todorov (contra Los abusos de la memoria): la vida está perdida frente a la muerte, pero la memoria gana sobre la nada.

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