Cuando la guerra de Independencia estaba en su apogeo, cuenta la leyenda, no sin gran exageración, que el bache ya vivía ahí. En ese entonces era apenas un agujerito, un bebé envuelto en una frazada de asfalto, que conoció ruedas con gruesos rayos de madera, cinchadas con ajustados aros de hierro, de grandes carromatos tirados por tristes jamelgos. El rebote del pesado vehículo, el agua de lluvia formando charcos y el viento, fueron haciendo su trabajo, llevándose el aluvión la parte más débil de su estructura. A poco fue haciéndose grande y fuerte, llegando hasta nuestros días como un poderoso hoyanco, oculto bajo el agua, capaz de destruir la suspensión de un coche. Era su gozo más grande ver cómo botaba la llanta delantera de un vehículo motorizado mientras el conductor maldecía su mala suerte. Eran todos los días a cualquier hora, no se le escapaba uno solo que se veían sorprendidos sin que pudieran escapar de la trampa, dándose cuenta cuando era demasiado tarde, la rótula o alguno de los amortiguadores habrían sufrido un desperfecto que hacía que el auto fuera a parar al taller.
En su mejor día lograba romper las rótulas de varias unidades. Se había vuelto famoso por estar en una de las avenidas de mayor circulación. Los choferes que ya lo conocían lograban esquivarlo mediante un corto cambio de dirección. Escuchó con gran temor que una máquina que tripulaban varios hombres algún lejano día se dedicaría a cegar los baches que se daban por todos los rumbos de la gran ciudad. Desde entonces no estaba tranquilo, un escalofrío le recorría por su borde. Se cambió a una colonia cercana. Monstruos antidiluvianos, cargados de seres humanos, se movían por sus arterias a gran velocidad en una competencia que los volvía vulnerables. El bache los veía pasar contento porque sabía por experiencia que tarde que temprano caerían en la oquedad que era a la vez su morada y su cuerpo, si es que los baches tienen cuerpo. Lucía orgulloso por su estirpe sabiendo que en algún lado estaban surgiendo grandes hoyos capaces de tragarse un auto, con todo y conductor. El bache ansiaba que algún día, no muy lejano, adquiriría la profundidad que se requería para salir en los periódicos, por ahora se conformaba con las maldiciones de los conductores, que le recordaban a su santa madre, aunque se sabía que un agujero no la tenía.
El bache tenía conciencia de que no era el único socavón que sobrevivió, a pesar de los zigzag a que los conductores se veían obligados a maniobrar, había otros repartidos en diferentes puntos de esa olvidada colonia que algún día provocaron que las calles adquirieran un rostro lunar, como si hubiera enfermado de viruela, quedando el asfalto cacarizo. En Torreón tenía un primo, casi a media calle, en una ruta muy transitada, sus "cuates" le decían el hamburguesas porque estaba cerca de un McDonald dedicado a vender ese rico manjar; de sólo imaginarlo, chasqueaba la lengua, claro, si contara con ese apéndice y un paladar. Estaba enterado del interés de las autoridades municipales por mejorar el estado de las calles, el día menos pensado, muy pronto, quizá... en el futuro. El bache que nos ocupa vivía en la orilla de la banqueta sin que nadie se hubiera ocupado de taparlo. Espera casarse el día menos pensado. No se sorprendan. Si los chicos gay se casan ¿por qué un bache no podrá hacerlo? Quizá lo haya hecho y no nos hemos dado cuenta, por toda la ciudad están surgiendo pequeños bachecitos que presiente algún día descompondrán muelles inutilizando el raudo andar de los coches. Sería buena idea que los ciudadanos decidieran adoptar un bache. Los fanáticos, con un agujero en sus camisetas, le harían propaganda a un pueblo lleno de baches. El lema sería: no vaya a la luna, no coma queso gruyere, si quiere ver cráteres mejor que venga a la Filadelfia, en Gómez Palacio, o a cualquier barrio duranguense.
Estaba seguro de que jamás sería rellenado. Los tabaretes pertenecientes a vendedores ambulantes podrían ser retirados de la vía pública, un bache jamás. Pensaba que sería buena idea formar un sindicato de baches. Lo único que podría afectarlo serían varias capas de asfalto envueltas en aglomerados hasta el grado de desaparecerlo como un condenado a muerte es subido al patíbulo y con una soga al cuello lo privan de la vida. El bache, durante las noches, había aprendido a leer. Así se enteró mirando un cercano puesto de periódicos, que pronto habrá elecciones. Un grupo de baches acudirá a manifestar su respaldo al candidato patrocinado por el gobernador esperando obtener la promesa de mantener las calles igual que hasta ahora. El mejoramiento y mantenimiento de la red vial no está en los planes de las autoridades. Ese día, la ciudad había amanecido friolenta. Las calles de la urbe parecían acribilladas por una lluvia de meteoritos, ya anteriormente