Festejamos doscientos años de Independencia y 100 años de Revolución. (Festejamos los inicios de y no sus conclusiones que fueron 10 años después). Creo que las independencias y las revoluciones se hacen para algo; parten del planteamiento de una utopía o una manera de ser y no importas perder la vida para lograr conseguirlo. Por ello se admira a los héroes, porque tienen una proposición que intentan fundamentar racionalmente y esas ideas se defienden en la práctica. Lo que no me queda claro es que tipo de país ha querido el mexicano. Si hacemos caso a los filósofos europeos, nos encontramos metidos en un juego dialectos que nos ha traído de un lado para otro en un continuo movimiento que según se ve no nos ha llevado a ninguna parte; mas que a sufrir la decadencia nacional que vivimos en nuestros días. (Esto de decadencia nacional no lo consideren ustedes tan jalado de los pelos. Cuando vivimos el terror, el miedo y nos ha esfumado toda esperanza en el futuro de nuestros hijos, eso es la decadencia. Cuando simplemente se sobrevive, eso es la decadencia, cuando entramos de lleno a la preponderancia del mas fuerte que seguramente también es el más torpe, estamos de plano en la calle).
Entonces, hay que recordar un poco la historia por lo menos para saber en donde nos perdimos. Esto de la dialéctica no es extraño a la cultura nacional. Los nahuatls ya lo aplicaban, por lo menos, a sus técnicas poéticas con el difrasismo. Por un lado afirmaban y por el otro negaban la idea contraria para formar una imagen. Este sistemita de la lucha de los contrarios ha sido nuestro sino desde que hemos pasado a ser una nación independiente.
Si nosotros nos preguntamos quien tenía una idea clara de nación de nuestros héroes de la Independencia, fuera de Morelos, no veo a otro. Una vez consumada la Revolución por Iturbide que la había combatido y que solamente se aprovecho de la coyuntura histórica para aplicarla a su favor, durante mas de 30 años nos estuvimos peleando entre conservadores y liberales, entre las logias masónicas escocesas y yorkinas, entre los mismos que se fueron eliminando para dejarnos manejar, o por lo menos intentaron manejarnos, por las cuatro dictaduras: Iturbide emperador, el loquito de Santa Ana, Maximiliano Emperador y don Porfirio Díaz, y curiosamente, hasta esta última, logramos tener paz y prosperidad, pero no justicia social, ni democracia, ni siquiera una república federal.
En el camino se queda Juárez y las leyes de reforma que muchos critican por el intento de acoplarse a las corrientes sociales y políticas que aspiraban por una parte, a seguir los lineamientos del positivismo desarrollando las ciencias, y por el otro a una mejor distribución de la riqueza. Que no se logró, errar es de humanos; en ese momento lo que se hizo es lo mejor que podía haberse hecho. La historia es un proceso constante, y hay que reconocer que ese proceso la mayoría de las veces es dialéctico. La historia no se acaba con la reforma, prosigue con don Porfirio y luego con la Revolución Mexicana, que de esto se habla mucho y ya hablaré más tarde; por ahora sólo me referiré al grito de los Flores Magón y de Zapata: Tierra y Libertad. (Ya, para antes de la Independencia, en la propia España subrayaba lo mismo Jovellanos).
¿Qué tipo de país se quiso construir después de la independencia? Centralismo y federalismo se dieron en la torre y perdimos la mitad del territorio nacional. Su alteza serenísima estaba tan preocupado por su soberbia y el pueblo mexicano se lo permitió, que la conclusión de sus desaguisados fue esa, seguir el camino de la pasión de los países tercermundistas donde la codicia de unos pocos provoca el hambre de los muchos que permanecen callados.
Repudiamos a la corona porque los desaguisados de los reyes españoles se olvidaron del continente que conquistaron para ellos los grandes conquistadores; territorios que ni siquiera se dignaron a visitar. (El único monarca europeo que huyó a su colonia cuando Napoleón lo destronó fue el portugués y curiosamente el hijo de ese rey fue el que declaró la independencia del Brasil).
Los peninsulares se quedaban con los negocios más jugosos de la Nueva España, por eso se eliminaron (a los españoles los corrimos como España hizo con los judíos, quedándonos ellos y nosotros sin sus capitales). Inmediatamente después una casta de conservadores intentó quedarse con lo mejor del país, siendo los culpables directos de producir la inestabilidad y recurrir constantemente al loquito de Santana para que no dejara a los liberales salirse con la suya. (Y fueron las ideas liberales las que produjeron nuestra independencia). Y este loquito andaba con unos y con otros como en un columpio, a conveniencia.
Donde quedó la bolita quien sabe. Juan Nepomuceno Almonte, hijo de Morelos, fue uno de quienes fue a Invitar a Maximiliano para que nos gobernara. (A lo mejor tenia broncas sicológicas con el padre). Para seguir acumulando hechos a nuestra confusión, Maximiliano resultó ser más liberal que Juárez, cosa que no dejó muy contentos a los conservadores.
¿Qué tipo de país queríamos? ¿Qué tipo de país queremos?
Hay héroes de los cuales no conocemos mucho como Guadalupe Victoria, del cual acaba de salir una buenísima novela escrita por Eugenio Aguirre que ya nos tiene acostumbrados de sus buenísimas novelas. Otros que se nos esfuman como Nicolás Bravo (conservador, escoses) y Vicente Guerrero (liberal, yorkino).
Fíjense ustedes que Guerrero murió fusilado después de haber participado en la consumación de la independencia y haber sido presidente de la República, y como va a ser muy común que pase en la Revolución, no por el enemigo peninsular, sino por los propios mexicanos que lucharon por la Independencia, o por la Revolución.
De que nuestra historia es dialéctica, es dialéctica.