Si recordamos nuestras clases de literatura, podríamos establecer la diferencia entre el drama y el melodrama. El primero trata de contar una historia provocada por un conflicto real con personajes reales, con el fin de buscar una solución positiva o negativa para los personajes. El drama parte de una psicología profunda y verdadera de los personajes y de situaciones que reflejan a las verdaderas.
En cambio el melodrama no tiene otro objeto que contar una historia para divertir a la gente. El conflicto y los personajes son ficticios. Sus características ya fueron establecidas desde el siglo XIX con la novela de folletón y son las mismas las explotadas en el cine seriado, la radionovela, la telenovela y la fotonovela. Por lo general los temas y los personajes se repiten sin que realmente haya una verdadera proyección de alivio del espectador.
Mientras que nuestra vida cotidiana es un drama que pende de un hilo sin tener solución a la vista, los políticos y los medios nos intentan vestir de melodramas; historias que sencillamente hacen llorar, pero sin el héroe necesario que venga a solucionarnos los problemas con los cuales tenemos que convivir cotidianamente.
El drama se convierte en tragedia. Ésta promete que el final nunca será feliz para los personajes, que haga lo que haga el destino será fatal porque hay una especie de culpa por la cual hay que pagar; por lo menos así lo creían los griegos. Y parece que la culpa sigue recayendo en este sector de la población al que llamamos pueblo porque sus aspiraciones por una vida mejor siempre van al traste. El pueblo, por este motivo, a lo mejor, no quiere tener conciencia. El tener significaría enfrentarse al destino para evitarlo, como lo hiciera Edipo Rey o todos los demás héroes trágicos. Trabajo inútil puesto que el destino ya está manifiesto y la libertad se reduce a su obediencia. Hagas lo que hagas nada podrá impedir que la fatalidad se cumpla.
Por lo menos en el melodrama existe el héroe; bueno existía, porque en la realidad que estamos viviendo la heroicidad brilla por su ausencia. Por ninguna parte surgen los buenos que combatan a los malos. Por todos lados se reproducen los segundos y en un momento dado se pueden anular las leyes que soportan a nuestra civilización porque el poderío del mal llegará a ser tan grande que lo mejor será hacer desaparecer las leyes que sin ellas el mal dejaría de existir. Todo es tan relativo en esta vida.
La civilización es la que se llena de leyes para conformar sus dramas. La ficción acopla la ley a su relato y hace que las leyes de la naturaleza fallen a favor de la comercialización del producto que se trata de vender.
El país ha conformado sus leyes a partir de las gestas en las que tuvo que luchar para conseguir su fisonomía: principalmente: independencia, reforma y revolución. Las leyes de estos movimientos telúricos surgieron fueron diseñadas bajo la promesa de un futuro mejor, supuestamente racionalizadas por los legisladores que intentaron darle alma a nuestra nación.
Hoy por hoy estanos muy lejos de haber conseguido la nación soñada. Ni el campo ni la ciudad prometen vida. La subsistencia no es la vida. El drama es la vida, un movimiento para conseguir una finalidad en donde se produzca el orgullo de ser hombre, conseguir un objetivo humano que no sea únicamente la fortuna y el poder. Hemos puesto a al nación en manos de los comerciantes y los industriales y parece ser que lo que menos interesa es preocuparse por este hombre que tiene que vivir a fuerzas porque un día nació y no puede morir. ¿Por qué tiene que vivir? ¿Por qué tiene que morir? Es preferible olvidarlo por cualquier medio.
La sal de esta vida que nos han convertido en un absurdo melodrama es el morbo. La explotación de lo que se ha salido de los cauces naturales que produce únicamente expectación. El Morbo que produce un curiosidad sazonada con el asco, que nos presenta las pasiones más viles de los hombres, las más animales, la que la señorita Laura trata de domar en este circo de dos pistas (Televisa y Azteca). El morbo melodramático para que el pueblo con edad mental de diez años, se sacie de sacar sus propias pasiones y sus vilezas y se prepare para vivir el futuro que por estos medios se nos promete.
Vender a cualquier costo cualquier cosa. (Analice usted lo que los comerciales de algunos noticieros nos ofrecen). Vendernos esta vida en la que estamos inmersos y de la que no podemos salir. ¿A quien debemos de agradecerle? ¿A un gobierno incapaz de darnos seguridad? ¿A un sistema que pone en manos de aquellos que únicamente nos han dado melodramas y morbos para consumir, nuevos canales de perversión? ¿A un cuerpo legislativo que protege bajo su manto a un personaje que no tiene esclarecida su situación legal?
Lo malo que por estos medios se construye una realidad acartonada enfrente de la realidad. Lo malo es que la ignorancia es explotada ampliamente y la demagogia nos engaña cotidianamente. Ya lo decía Sócrates que había que tener cuidado con esos sofistas; y los sofistas lo mandaron a tomar cicuta.
No dejemos de azorarnos. El locutor ha tomado el lugar de los filósofos. El conductor de programas televisivos ahora se convierte en historiador y nos va a hablar de los héroes para elegir uno; que esperemos no sea Santa Ana, su alteza serenísima.
Entre los académicos de vivamos México y los locutores de la televisión comercial, se nos escurre entre las manos la conciencia nacional.
Acuda a los libros. A fin de cuentas es un medio más para refugiarnos. Tanto que hay escrito sobre la historia de México.