En estos días conmemoramos a la muerte; desde la influencia americana del día de brujas, que muy pocos sabrán de su verdadero significado, pero como dan dulces a los niños, se les disfraza para que vaya de casa en casa, siguiendo una tradición sajona que resulta productiva. Después continúan los días de los santos inocentes y el día de muertos, que de unos años para acá se festejan con el altar de muertos que más que nada es una tradición de la parte central del país; en el lago de Pátzcuaro resulta impresionante asistir a la celebración por la noche. El punto de partida es que los muertos regresan con los vivos y hay que invitarlos a cenar teniendo en el altar los alimentos que más le gustaban y otros símbolos como el perro que acompañan a las almas en el inframundo, las flores y otras cosas más.
Las nuevas generaciones nada saben que antiguamente, unos treinta años atrás, el altar de muertos nos era, en la región lagunera, tan extraño como las brujas. Como en nuestra región, la influencia étnica indígena no era tan profunda, no había forma de que a nivel familiar se festejase por tradición el día de los finados; mas las tradiciones, alguna vez comienzan y se mantienen. El sistema educativo se encargó de ello.
Sobre lo que es la muerte para el mexicano se ha hablado mucho de ello. Parece ser que ésta no nos intimida y podemos verla los ojos para convertirla en dulce; mas una joya artesanal que para comérsela. Hoy por hoy, en cualquier supermercado se venden, junto con las calabazas amarillas, en esta hibridación de los festejos. La calavera de dulce nos remite a las de posada y su famosa catrina y a todos los panteones que surgen con las famosas calaveras donde se hablan de los vivos como si estuvieran muertos.
La muerte descarnada, según dicen los que saben es nuestra amiga. Hasta uno que otro intelectual se ha puesto a indagar cual es nuestra relación con la muerte. Octavio Paz en su Laberinto de la soledad y la continuación Posdata, lo analizó también. Será cierto eso de que el mexicano no le teme a la muerte y por eso hoy se anden matando los unos a los otros en las calles de todas las ciudades de al república mexicana como este gran aquelarre que se antoja bueno para presagiar el final de los tiempos.
Aquí lo interesante es saber si todos estos festejos nos alimentan nuestro sentido de la muerte, porque al final de cuentas de eso es de lo que se trata. De que nos vamos a morir, nos vamos a morir, esa es la única seguridad que tenemos en esta vida en la que andamos buscando muchas seguridades. La pregunta cultural sería, ¿Cuál es el sentido de la muerte? ¿Hay algo más después? ¿El perro que nos guía nos servirá de algo? ¿Qué nos vamos a encontrar, al barquero (esta es una tradición romana), a la bruja, al Dios del inframundo, al paraíso prometido, o a la nada? Sería ese el cuestionamiento.
Por lo menos, tanto en la celebración sajona como en la tradicional mexicana se habla de los espíritus, Que sean chocarreros o no eso es otra cosa. Que intercambien trucos pos sustos o dulces por sonrisas, o que se junte la familia a comer pan de muerto y atole con el abuelo que ya hace muchos años falleció, pero le tenemos su caballito de tequila y el molito que tanto le gustaba, eso no tiene mucha importancia. Hay una creencia en un tipo de existencia que por lo menos a nivel de mito nos gustaría creer; la promesa de existir por siempre no es tan fácil de desechar; aunque a medida que pasa el tiempo se nos vaya perdiendo la fe.
Mas si es inseguro la vida después de la vida que responda al sentido de la muerte, entonces habría que hacer la pregunta al revés: en lugar de respondernos el sentido de la muerte, hacerlo con el sentido de la vida. Eso es otra cosa; de mi vida aquí y ahora es lo único seguro; en lugar de decir que para morir nacimos, habríamos de decir que para vivir nacimos. Entonces, que hacer con nuestra vida.
Los maleantes se responden que lo importante es darle al exceso y que no importa el más allá. La nada transportarla al aquí y al ahora, rompiendo todo lazo que nos pueda conectar con la humanidad. Si te conviertes en animal de caza, ni te das cuenta, porque ellos viven para ahogar a la conciencia, fuente de al ética y de la moral. Simplemente salen a cazar o ser cazados. Yo creo que ni lo suyos les importaran mucho, por la herencia que les dejan, tener que gruñir a diario mostrando los dientes y la baba que les llena la boca para que los vecinos les tengan miedo.
El sentido de la vida no se agota en ello. La mente humana nos ha mostrado que tiene la capacidad de romper toda frontera que se le ponga en frente. Ha podido escudriñar el macrocosmos y el microcosmos; se ha vuelto creador. El hombre es un ser creador. Solamente de él ha salido la última cena de Da Vinci, el quijote, la quinta sinfonía de Beethoven, el David. Es más, se ha conectado con el universo a través de las pirámides Mayas, teotihuacanas o egipcias. Ha descubierto la magia de la palabra que ha hecho poema y novela y la de la imagen que en las manos de Kurosawa o de Einsenstein se convierte en una filigrana icónica.
"No oyes ladrar a los perros", le preguntaba el padre al hijo que llevaba en la espalda. El ladrido del perro no era ese nocturno cuando las jaurías salen a cazar y ser cazadas; sino el otro, el del pueblo, el de la civilización, el que le daba la esperanza al viejo de que su hijo podía ser salvado. Este es el último reproche que le hace: ni siquiera esa esperanza me diste.
El sentido de la vida. La esperanza de recuperar el sentido de la vida. Esto también sería recuperar el sentido de la patria, de la ciudad, de la familia. Hay que sacar nuestros panes para cenar con los espíritus. Preguntarles: ¿Para que me diste la existencia? Ellos habrán de preguntarnos lo miso ¿Para que les diste al existencia a tus hijos?
Comer en silencio, tranquilos, reflexionar.
Feliz día de los vivos.