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Enseñanzas

ADELA CELORIO

En estos días en que celebramos a los maestros yo quiero hacer desde aquí un guiño afectuoso a quienes me enseñaron las cosas que me abrieron el entendimiento y siguen iluminando mi camino.

La primera que comparece en el recuerdo es la Maestraconchita, quien me introdujo dulce, placenteramente en el infinito mundo de las letras, y conste que era un tiempo en que los mayores afirmaban que "la letra con sangre entra." Si hasta ahora no he conseguido manejarme al menos aceptablemente en el mundo de los números, es por una incapacidad congénita y nunca atribuible a mi prodigiosa maestra de primer año.

Maestraconchita había llegado de España rengueando con un enorme zapato ortopédico. Me parecía viejísima porque debe haber tenido como treinta años, pero nunca he olvidado su olor a talco y su mejor enseñanza: "El único bien que nadie puede arrebatarnos, el único que podemos llevarnos a donde quiera que vayamos, nuestro verdadero patrimonio; son los conocimientos. En mi país hubo una guerra y todo lo perdimos menos la formación que hoy nos permite trabajar como maestros en este nuestro nuevo país." Eso nos decía Maestraconchita, y cada vez que aprendo algo me digo: esto ya nadie puede quitármelo.

Cuando cursaba secundaria me enamoré de un maestro. Era cincuentón, bajito, y daba la impresión de no tener cuello porque para voltear la cabeza giraba el torso completo. Tenía una enorme mandíbula cuadrada, ojitos simiescos y pasión por los griegos. El rapto de Elena, la guerra de Troya, las aventuras de Odiseo... y las noches en que una nave espacial descendía en su jardín, y donde tres amistosos Selenitas lo invitaban a visitar la Luna. Nos describía detalladamente los magníficos paisajes iridiscentes de aquel planeta, y los minúsculos aparatos con los que se comunicaban, todo esto cuando el hombre no había ido a la luna y los teléfonos celulares eran impensables. "Es un viejo loco que lo único que hace es confundirlas" afirmaba papá; pero yo, con mi maestro de literatura descubrí la magia de la imaginación de la que me he servido siempre con cuchara grande.

Otros maestros inolvidables llegarían más adelante: Elena Poniatowska de quien aprendí la constancia e intento seguir su ejemplo de integridad y congruencia. Marie mi hermana; cuya solidaridad apuntaló mis primeros tímidos pasos en el mundo del trabajo; y ese lujo de maestro que es Vicente Quirarte, Doctor en Letras y Académico de la Lengua, quien me enseñó a encontrar poesía entre los olores y los sabores de la cocina.

Y hablando de enseñanzas, es justo y necesario reconocer también las grandes lecciones de humildad, que con sus desplantes, me han dado mis hijos. Y como también hay maestros del mal ¿por qué no agradecer las cátedras magistrales de la inextinguible maistra, ejemplo de las acrobacias políticas más espectaculares que hayamos presenciado, y quien como Alicia en el País de las Maravillas, tiene la capacidad de hacerse grandota, chiquita, o arrastrarse bajo la rendija de cualquier puerta para meterse donde le conviene. Es una verdadera joyita la maistra, y por decir lo menos, un exitoso e irritante ejemplo de desvergüenza que sin duda ha hecho escuela entre los políticos mexicanos. Experta en brujería, todo lo que toca lo convierte en caca, desde la educación de muchas generaciones de niños mexicanos, hasta la imagen de nuestro presidente Calderón, cuando éste acepta fotografiarse junto a ella.

Adelace2@prodigy.net.mx

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