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Entre el fantasma y la señorita

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

La reelección legislativa le parece una mala idea al gobernador del Estado de México. En Roma tuvo a bien hacer un hueco a su importante agenda para pronunciarse sobre la propuesta presidencial. Se opone a la reelección porque le parece que desdeña la historia. Se trata, a su juicio, de una propuesta que olvida las dolorosas enseñanzas del pasado. "La historia de nuestro país nos deja lecciones que, cuando se pretendió instaurar la reelección en distintos ámbitos, lo único que provocaron fue convulsión social." Confieso que desconozco los precedentes que invoca el gobernador. No recuerdo episodio de sangre que la reelección legislativa hubiera desatado en el país. Pero, sea cual sea su reconstrucción histórica, lo notable es el argumento y la convicción con que se expresa. La historia es un depósito de enseñanzas y, sobre todo, de advertencias. Quien las ignore, lo pagará. Así, la primera lealtad de la política ha de ser con el pasado. Ser fieles a lo que hemos sido. Tocar la dimensión simbólica de las instituciones políticas es jugar con fuego.

Peña Nieto esgrime así el argumento del fantasma. El pasado nos vigila y nos amenaza. Si lo olvidamos, su venganza será implacable. Cada muerto que nuestra historia venera es el protector eterno de una efigie, el custodio de algún símbolo. En México se hace gobierno con sigilo de mausoleo. Aquí la política resulta aseo de tumbas. Por eso la declaración del gobernador parece normal y no convoca la burla que merece. Sus palabras se confunden de inmediato con el paisaje declarativo del país, repleto como está de instrucciones del más allá. El argumento del fantasma es el silogismo político hegemónico, la lógica dominante. De ahí que el gobernador sea un vocero más de la nata. Para él no tiene mucho sentido hablar de la experiencia extranjera, de los casos exitosos y de los experimentos fallidos que suceden en otras partes del mundo. Lo importante es recordar lo que hicieron nuestros muertos y defenderlo patrióticamente.

Por fortuna, el gobernador del Estado de México se atreve a ver al futuro. Parece un optimista, pero no resulta claro de qué. En una colaboración periodística (Reforma 10 de diciembre de 2009) Peña Nieto llama al año que empieza un "año de definición." Escribe suntuosamente para escapar de la definición, para rehuir cualquier asomo de propuesta para escurrir la concreción. Eso sí: ocupa todo espacio disponible para hacerse presente. Noticia: el gobernador no sólo sale en revistas de sociales; también escribe sobre el Proyecto de Nación. Usa de este modo los cumpleaños nacionales para tomar la palabra. Con buen sentido escénico sabe que la celebración es importante y quiere ocupar un lugar en la fiesta. El escrito que publicó hace un mes es, sin duda, meritorio: reivindica ese arte político que supone hablar sin decir nada. Acumular frases sin que una sola idea las manche, tiene su gracia. El tono es una convocatoria, pero el texto es pura jalea. Sus frases llevan la marca de la urgencia y el propósito de que el país se ponga en movimiento después de un largo atasco. El país puede convertirse en una potencia, nos dice con gordo optimismo. Un par de décadas podría bastar para ponernos en las ligas superiores del planeta.

El texto de Peña Nieto sobrevuela asombrosamente las generalidades, los buenos deseos, y la confianza en el futuro. Plantea la cuestionable hipótesis de que los movimientos centenarios fueron símbolo de una comunidad que sabe lo que quiere y espera que, en concordancia, este año logremos definir una nueva idea de nación. Habla de una Gran Definición (sí: con mayúsculas) pero no acierta ni una definición pequeñita.

El argumento (por llamarlo de alguna manera) está empedrado de frases innovadoras: "diálogo constructivo," "amplio consenso democrático," "planeación estratégica a largo plazo", "sumar esfuerzos". No es fácil saber a dónde van estos hallazgos discursivos, pero hilan un alegato que podría reconstruirse más o menos en estos términos: si tenemos idea de nación y conservamos la armonía, conquistaremos progreso y justicia. La oquedad de Peña Nieto es fiel a nuestra tradición oratoria: la vacuidad engolada como plataforma de lucimiento y eficaz escapatoria del compromiso. Pero la simpleza y el candor de su "propuesta" de definición rinden tributo a otro laboratorio de la elocuencia: el concurso de belleza. El mensaje del priista bien pudo escucharse en esa tribuna de la benevolencia y la cultura que son las competencias de Señorita México. Los proyectos del gobernador mexiquense son tan penetrantes, tan lúcidos y filosos como lo son las propuestas para la paz mundial que año con año nos regalan las misses en traje de noche. Si dejamos el egoísmo y vivimos en armonía lograremos la paz en el mundo, nos dicen de una u otra forma. Si nos ponemos de acuerdo en lo que queremos, seremos una potencia mundial, nos dice Don Enrique Peña Nieto.

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