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Entre la incertidumbre y la urgencia

Las laguneras opinan...

MUSSY UROW

Hace poco escuché a alguien decir que vivimos "tiempos salvajes." Y cuando dicen que "tiempos pasados fueron mejores" me viene de inmediato otra frase: "Todos los tiempos son esencialmente iguales." Creo que ninguna es totalmente cierta; como diría Einstein, todo es relativo. Pienso en los tiempos de guerra, de hambrunas, sequías e inundaciones, terremotos... violencia de la naturaleza contra el hombre o del hombre hacia sus semejantes.

Pienso en el tiempo que les tocó vivir a mis abuelos, todos inmigrantes de la Europa entre guerras. Aquella generación, además de las dificultades propias de cualquier inmigrante, pagó un alto precio emocional, porque la gran mayoría jamás volvió a reunirse con sus padres y otros familiares; toda esa importante base de soporte quedó atrás, eliminada por decisión propia. Aquellos jóvenes que decidieron dar el paso de abandonar patria y familia por establecerse en otro país, tuvieron que pasar por una serie de razonamientos en los que seguramente pensaron y analizaron las ventajas de irse o quedarse. La mayoría en busca de oportunidades o tal vez por escapar de persecución religiosa o evitar un forzado reclutamiento militar. Las razones son tantas como se quiera pensar. Las comunicaciones dependían de una carta que lograba llegar, bien de un hermano mayor que se había ido primero, o la de un tío, primo o amigo. A veces bastaba con que fuera alguien del mismo pueblo, un vecino, apenas un conocido.

El medio de transporte era siempre una larga travesía marítima; cuántas veces se habrán arrepentido mirando la inmensidad del mar que ya los separaba de sus seres queridos, sabiendo que atrás se quedó una forma de vida conocida. Y entonces pensarían en todas las oportunidades que les estaban esperando al otro lado del mar. Decir que todos ellos decidieron en la más absoluta incertidumbre sería totalmente cierto.

Hace cincuenta años, en nuestro país, no se podía decidir por ejemplo, entre dos candidatos a la Presidencia de la República, pero sí cuándo iniciar un negocio o comprar una casa; se podía ahorrar, dar los pasos a largo plazo, planear cualquier cosa porque había tranquilidad, y además, estabilidad política y económica.

Cincuenta años después, México, el país que para mis abuelos representó la tierra de nuevas oportunidades, está ahora exportando ciudadanos; pero ahora hay dos tipos de emigrantes. De hecho, quienes pueden, ya se han ido, sin tener que embarcarse semanas y cruzar un oceáno. No han tenido que esperar una carta del pariente que se fue antes. Simplemente se han cambiado al país de al lado y con toda la familia. Muchos lo han hecho por temor; los niveles de violencia e inseguridad han convertido a muchas ciudades de nuestro país -entre ellas la nuestra- en lugares no especialmente aptos para vivir. Estos inmigrantes decidieron con la certeza que da tener los medios, porque entre las dos opciones -irse o quedarse- siempre existe la posibilidad de regresar a voluntad. Su situación económica se los permite. La diferencia de ahora con los inmigrantes de hace un siglo es que se van los que tienen con qué y lo hacen con toda la certidumbre de su posición económica.

Los otros emigrantes, los que no tienen ni un quinto, pero tampoco nada qué perder, los de siempre, los "mojados" o "los resecos" (por los que cruzan los desiertos) ésos se han estado yendo siempre, con bardas, con río, con "coyotes" o sin ellos, con la amenaza de la "migra", y se seguirán arriesgando porque si la logran, ya la hicieron y si no, nada pierden; están dispuestos a todo y lo seguirán intentando las veces que sea necesario. Hasta que les toque la de "malas." Recordemos que en México, tristemente, cantamos que "la vida no vale nada". Y no es porque en México ellos no tengan oportunidades; es que no existen para ellos; pero ese es otro tema.

Aparte de los emigrantes mencionados, existe ahora en nuestro país un tercer grupo, los de enmedio, los que no se pueden ir aunque quieran porque tienen un negocio en el que han invertido todo, el de quienes dependen de un empleo, los que tal vez con sacrificios completaron una educación medio básica o superior, a quienes se les descuenta de sus sueldos una cuota para el sindicato o mejor aún, para el Seguro Social, quienes están comprometidos con el pago de una casa de Infonavit, o de un coche, quienes se encuentran atados y atrapados en el día a día, en la total incertidumbre, pero esta vez, por las decisiones de otros: políticos y líderes sindicales corruptos, malos gobiernos, senadores y diputados de la "generacion-del-no-para todos", pero del sí para ellos. Este grupo de en medio, hace cincuenta años todavía podía aspirar a la movilidad social; ya no. Por eso muchos jóvenes, en años recientes empezaron a emigrar más lejos, hacia Canadá, razón por la que en ese país nos empezaron a pedir visas. Además de los que tienen la posibilidad y los medios de invertir, han emigrado cada vez en mayor número, los talentos y las ideas.

Ante este panorama que amarra de manos y pies a muchos mexicanos capaces, está la otra cara de la moneda, esa actitud que cada día cobra más adictos e infecta a quienes no tienen a dónde huir: vivir en la urgencia, el pasar un día, como los alcohólicos, y mañana a hacer lo que sigue y así, sin pensar, sin meditar, sin reflexionar, sin poder sopesar ninguna decisión importante porque lo básico -o lo banal- apremia. ¿Para qué pensar en el futuro si ya otros se lo están acabando por mí? Hay una urgencia desenfrenada, un temor a que se acabe la vida sin haber vivido.

Estamos viviendo tiempos de incertidumbre y actuamos en la urgencia. La sensación de inseguridad e impotencia no son privativas de la guerra, o de los terremotos. También pueden ser provocadas por la ausencia de autoridad, por la inexistencia de un Estado real de Derecho, por la impunidad perniciosa. ¿A cuántos más con las ideas, el talento y los medios de inversión dejaremos ir para darnos cuenta de que está en nosotros, los que todavía estamos aquí, impedirlo?

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