Ué barbaridad, compañero", diría mi querido maestro don Felipe, al escuchar el contenido de las nuevas normas que acaban de dictar los académicos de la lengua castellana.
Lejos de velar y procurar el que los hispanoparlantes hablemos cada vez mejor este hermoso idioma, dictan normas para adecuar el mismo a los requerimientos de las nuevas generaciones que tienen ya tiempo deformándolo.
Por lo visto estos señores se tragaron completo el argumento de Gabriel García Márquez, de que "nuestra lengua, desde hace tiempo no cabe en su pellejo" y que por tanto, debemos "Humanizar sus leyes".
El Gabo refirió, en aquella reunión de abril de 1997, esta anécdota personal: "A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: "¡Cuidado!". El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: "¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?". Ese día lo supe".
Olvídense de los acentos y las diéresis, de la diferencia entre la G y la J; entre la K y la Q. Que cada quien escriba como quiera y eso alentó a los jóvenes a destrozar la lengua como lo hacen en la Internet.
La contumaz antisolemnidad del Gabo lo llevó a pitorrearse de los académicos y éstos cayeron en la trampa, olvidando que si alguien maneja en forma impecable el lenguaje, entre otros, ese es García Márquez.
Que los académicos digan lo que quieran, que yo, por mi parte, seguiré escribiendo como me venga en gana. Y me apetece más tratar siempre de escribir bien que acogerme a esas nuevas reglas, porque siento que ofenden y denigran este idioma que Dios nos regaló y nos impusieron los españoles.
La presentación del libro de don Manuel Yarto, mejor conocido como "Tore", resultó un éxito rotundo, gracias a la belleza de los sonetos, la anfitrionía excelente de mi amigo Francisco Gómez y a un público espléndido, como lo es el de San Pedro de las Colonias.
El hombre "ancla" lo fue sin duda Manuel, que cuenta con muchos y muy buenos amigos en ese bello pueblo.
Pero yo disfruté a plenitud, las atenciones de la gente noble y sencilla que habita en esa ciudad.
Aporté cuatro buenos amigos al auditorio: Luis Fernando García Abusaíd, el poeta saltillense Jesús Cedillo, Enrique Huber, editor del libro y mi entrañable Íñigo Belausteguigoitia, que fiel a sus costumbres se decidió a recorrer el pueblo y a platicar con cuanta persona se encontraba en la calle.
Todos nos dimos vuelo conociendo nuevos amigos y disfrutando de sus atenciones. Por ahí, las conocidas familias sampetrinas, como las Yarto, obviamente, las Fernández Abusaíd o las Sepúlveda Turrubiates.
Conocí, por fin, al "Pirris", hermano de Manuel y que al decir de Íñigo es uno de los grandes personajes de ese pueblo.
Departí igualmente, con el estimado maestro Luis Azpe Pico, con quien compartí la mesa de presentaciones y me alegró saber que fue entrañable amigo de un querido primo mío ya fallecido: Tobías Guzmán Madariaga.
El que parecía pila de agua bendita era mi amigo Jorge Silva, que durante algunos años fue cura de la iglesia del pueblo y la gente lo recuerda con mucho agrado. Iba además, disfrazado de cura, por lo que su presencia no podía pasar inadvertida.
Un hotel modesto, pero limpio y cómodo para descansar las fatigas y un buen vino, fueron los excelentes condimentos de una noche bohemia, rica en música y gratas sorpresas.
La gente, muy amable, nos regalaba libros de su autoría y otras prometían enviarnos lo que habían escrito. Entre ellas, Magdalena Madero, autora de una novela impresa en una buena edición que ya comencé a leer.
La calidez de la gente era tal, que no creía yo que nuestra presencia hubiera generado tal expectación. Pero son de esas vivencias que te quedas con ganas de repetir.
Y por cierto, hago pública la invitación a comer que nos hicieron las hermanas Yarto, para que no se desdigan, porque dicen que en su casa se come delicioso.
Desde este espacio, agradezco a todas sus atenciones y muestras de afecto y a Dios por habernos regalado esa espléndida oportunidad, así como a mis amigos Manuel y Pancho, por la invitación que me permitió tal deleite.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su Mano".