A veces sobran los temas. Pero hoy quiero hablar de la atracción que ejerce la luna sobre nosotros, los seres vivos.
La explicación científica, del porqué de este fenómeno, no interesa. Lo que importa es que nos trastorna.
Hace unas noches vi en mi ciudad la luna más hermosa de este año. Inmensamente grande y majestuosa, resplandeciente y verdaderamente subyugante.
No podía quitarle la vista y a donde quiera que iba me seguía, casi como diciéndome: "Mírame. Aquí estoy sólo para ti".
Con sobrada razón embruja a los poetas y compositores. Es como una bella mujer que uno no puede dejar de admirar.
La luna es buena, como dijera Sabines, "para los condenados a vida". Para los que acostumbramos soñar con los ojos abiertos. Para los locos y desesperados que nos aferramos a la vida. Para los que quisiéramos envolver el verso más tierno en uno de sus rayos plateados.
Porque así es la poesía, se nutre de la naturaleza, del entorno del poeta, de sus sufrimientos y alegrías; pero sobre todo, de pequeños trozos de luna azul.
Y vuelvo a Sabines: "Pon una hoja tierna de la luna debajo de tu almohada y mirarás lo que quieras ver".
No he tenido sueños más sublimes que aquéllos en los que caigo después de haberme llenado de luna. Cuando dejo que sus rayos entren por mi ventana y bañen mi cama. Cuando me detengo a media carretera, enciendo un cigarrillo y me embeleso con ella.
No hay lugar más apropiado para ver la luna que el campo abierto. Cuando se escucha tan sólo el canto de los grillos y el aullido lastimero del coyote.
Y en los campos donde abundan las luciérnagas, parecería que son pequeños rayos de luna revoloteando entre las flores.
"No hay mejor estimulante que la luna en dosis precisas y controladas"; porque cuando te atiborras de ella, te enloquece. Y aún así no importa, porque volver a la realidad nunca es grato.
También me gusta la luna, porque era la amante fiel, compañera y confidente de los piratas. Y así como: "Todos los piratas tienen un lorito que habla en francés", también tienen una luna a la que le cuentan sus penas, que son muchas, porque es duro andar a "salto de mata", por esos mares de Dios.
Trovadores, juglares, poetas y piratas; locos y enamorados, aman la luna, porque ella se deja seducir y no formula reproches. Se entrega plenamente y sin restricciones. Uno puede hacer lo que quiera con ella.
Grandes poetas, como García Lorca describen a la luna como algo mítico:
"Cuando sale la luna,
El mar cubre la tierra
Y el corazón se siente,
Isla en el infinito".
Así la luna nos transporta al infinito, a los rincones más recónditos del pensamiento y a los del alma.
Y grandes pensadores, como Miguel de Unamuno, la describieron así:
"Al mismo tiempo que la luna, / una gran perla se apaga en tu meñique; / disipa la brisa retardados sonrojos; / y el cielo como una barca que se va a pique, / definitivamente naufraga en tus ojos".
No hay en la literatura y la poesía, fragmentos más hermosos que los dedicados a la luna, sobre todo cuando la asemejan a la mujer amada.
Su piel de una blancura refulgente; sus cabellos de plata matizados por el dulce rubor de las estrellas. Sus ojos dos centellas que envenenan y una sutil sonrisa que enamora.
¿Quién puede sustraerse a las lunas de octubre y su hermosura? Quien no enloquezca ante su belleza es que ya perdió toda capacidad de asombro.
Así me siento hoy, envenenado por esa luna que Dios nos regaló.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".