Sin temor a equivocarme, puedo afirmar que la Agencia Central de Inteligencia norteamericana, la muy famosa CIA, es la estructura, empresa u organización más ineficiente de la historia. En términos costo-beneficio, ha resultado infinitamente más inútil que otras notorias nulidades carísimas, que van del programa del transbordador espacial, al supercañón que Saddam Hussein mandó construir bajo tierra... pasando por los espots de cualquier elección federal mexicana, inmenso gasto de lo más estúpido si los hay en este planeta.
Pese a haber recibido carretadas de dólares a lo largo de su historia, la CIA ha metido más patas que un pulpo: no pudo evitar que Fidel Castro se perpetuara en el poder en Cuba. No supo que había misiles rusos en la isla bella hasta que casi le pican los ojos. Cuando ocurrió la revolución islámica en Irán, con lo que EUA perdió a su principal aliado en una región clave del mundo, la CIA ni se dio por enterada. Los chicos listos de Langley nunca previeron que su principal enemigo, la URSS, se derrumbaría como un castillo de naipes. Como tampoco se olieron los atentados a las Torres Gemelas o el ataque ruso contra Georgia de hace año y medio. Total, que no dan una.
Se suponía que después del 11 de septiembre las agencias de Inteligencia del Gobierno norteamericano (que suman más de una docena), encabezadas por la CIA, se iban a coordinar mejor, dejando de lado los celos y rencillas que tradicionalmente han existido entre ellas. Como se pudo comprobar con el fallido atentado al avión de Northwestern del día de Navidad, las cosas no han mejorado mucho que digamos desde entonces.
Como era de esperarse, la CIA y sus agencias hermanas se empezaron a pasar la pelotita de quién permitió que un sospechoso de tener nexos terroristas pudiera retener su visa de entradas ilimitadas a Estados Unidos; y además, tomar un avión con destino a Detroit. ¡A Detroit! ¿Quién quiere ir a Detroit, y en diciembre? Como si eso no fuera suficientemente sospechoso de por sí.
Para fruncir lo arrugado, hace unos días la CIA sufrió una de las peores pérdidas de personal de su historia, cuando un bombardero suicida de origen jordano se inmoló dentro de una instalación militar norteamericana en Afganistán. Murieron siete agentes y un capitán también jordano. Lo interesante es que el suicida ¡trabajaba para la CIA! No sólo eso: se suponía que era el espía de confianza, encargado de localizar a algunos de los líderes más prominentes de Al-Qaeda. Por eso pudo entrar como Pedro (bueno, como Muhammad) por su casa a una instalación teóricamente a prueba de atentados.
Total, que la CIA parece no dar pie con bola... una linda tradición histórica que tiene más de sesenta años.