Apenas me levanté y ya estoy agotada. Ante la proximidad navideña la vida empieza a apretar, especialmente porque en esta capital somos tantos, que al rozarnos sacamos chispas; y eso cansa. Además, anoche no descansé nada a pesar de que llegué a la cama por instrumentos. Estaba en lo mejor del sueño cuando tocaron el timbre. Hipnotizado frente a la pantalla, el Querubín ni se movió, y fui yo la que tuvo que abrir la puerta con la cara embadurnada de crema, rulos en la cabeza, y una vieja y andrajosa piyama que no es precisamente la de recibir visitas; pero es calientita. ¡Bah!, ande yo caliente y ríase la gente.
Al abrir la puerta me quedé pasmada. Ahí, en el dintel, paraditos me esperaban los Obama con y todo y sus niñas. Con su sonrisa perfecta, Barak me extendió la mano y mencionó algo muy confuso sobre una invitación... Pasen por favor, están es su casa -les dije- y en cuanto estuvieron en mi sala, al ver la cola del piano apoyada en los bancos altos de la cocina, vasos sucios, ceniceros llenos de colillas y c.ds. regados por todas partes; recordé la fiesta loca con que mis amigos me había sorprendido la noche anterior. Mi primer impuso fue llamar a mi menordomo, pero me fulminó el recuerdo de que tempranito por la mañana me había pedido permiso de salir para atender algunos asuntos personales.
Antes de invitar a los Obama a sentarse, recogí del piso los cojines y llevé vasos y ceniceros sucios a la cocina. Las niñas Obama muy correctas y bien portadas, sólo me pidieron un vasito de CocaCola. Michele en cambio, perfectamente peinada y arreglada, reprobó con su mirada el fregadero lleno de platos sucios, mis pantuflas de pelos -no sé de dónde las saqué si nunca he tenido pantuflas de pelos- y mi cara embadurnada de crema. Lo peor fue cuando mi Chona -la muy perrona- apareció en la sala con un minicalzón negro en el hocico. Arranqué la prenda de los dientes del perro y corrí a la cocina para pedir ayuda a Alicita, mi vieja empleada doméstica. ¡Apúrate por favor porque todo está hecho un chochinero! -le dije. Pues mire señora, si no le gusta búsquese otra porque yo ya me voy -respondió mi fidelísima muchacha. Desesperada, tomé el teléfono y en voz bajísima para que no me oyeran los Obama, llamé a mi hijo que vive enfrente de mi casa: ven a ayudarme, por favor -le pedí, y el con la misma disposición de siempre, mi hijo me respondió: ¿Qué te pasa? son tus invitados, no los mios... En la impotencia total, corrí al baño, me lavé la cara, me quité los rulos y regresé a la sala bastante más presentable... cuando ya los Obama se habían marchado.
Fue una felicidad despertar y darme cuenta de que se trataba de una pesadilla, pero usted comprenderá amable lector, que después de atender a los Obama toda la noche, no se pude esperar demasiado de mí. Pero no era de mis pesadillas de lo que yo quería hablar hoy aquí, sino de "ALTERADOS", el libro de reciente publicación que Federico Reyes Heroles escribió poniendo en claro todo lo que yo traigo oscuro en la cabeza.
A reserva de que lean el libro que recomiendo ampliamente para entender -si es que eso es posible- el mundo alterado en que estamos viviendo; comparto con ustedes algunos párrafos que me parecen iluminadoras; pero no sin antes hacer un especial reconocimiento a Gloria, la madre del autor, una gran señora a quien por sus frutos conoceréis. Y ahora cito: "En algunas ciudades ha surgido ya la iniciativa de multar a quienes crucen las calles hablando con celular o engarzados a equipos de sonido o atendiendo algún videojuego; todo por su propia seguridad pues los accidentes causados por esa distracción han aumentado sensiblemente". "No es casual que en las clínicas de rehabilitación se prohíba el uso de este tipo de aparatos, por considerarse inhibidores de la socialización". "La soledad se rompe con la conversación. Cuando alguien conversa no está solo. La conversación es uno de los momentos culminantes de la existencia porque nos permite sacar, exhibir nuestras dudas, inquietudes, dolores, sentimientos, y confrontarlos en busca de alivio, de explicación, o simplemente por la necesidad de compartir".
Y ahora para terminar, transcribo una conmovedora experiencia que Federico relata en su libro: "Hace poco me encontré en un periódico europeo con una nota de Associated Press que me atrapó. Se trata de la imagen de una mujer de unos treinta años, sentada en una silla ligera en alguna calle de Nueva York con un letrero frente a ella que dice: "hable conmigo" con la que anuncia su disposición de conversar con quien lo necesite, por supuesto por unas cuantas monedas". A eso hemos llegado. No faltará quien me diga que para hablar con uno o con muchos, existe el "chateo". Ustedes me van a perdonar, pero si conversar es convivir o habitar en compañía, es evidente que sólo puede darse a nivel personal.
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