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¡Estoy recibiendo un fax!

El Filósofo de Güémez

RAMÓN DURÓN RUIZ

 P Ublicar semanalmente para usted sobre esa rica veta de vida llamada cultura popular, es una oportunidad para reencontrarme con una raigambre tan fuerte como sólida que enraiza directamente en nuestro pueblo, en nuestras raíces, con un espíritu que goza el milagro diario de la vida, siempre festivo pleno de mexicanidad, de vida, gozo, deleite y satisfacción.

Cuando el humor popular llega a nosotros -o más bien nosotros llegamos a él-, encontramos un material exuberante, generoso, nutrido, rico y agradable, impregnado del ingenio y sabiduría que sólo el pueblo posee.

La tarea de ir al encuentro con nuestros personajes a través de las anécdotas y frases de lo evidente, de lo obvio, requiere tener los ojos del espíritu abiertos, estar preparado para cualquier "gorra" y listo para sentarse en un desvencijado sillón de palma, para reencontrarse con los seres que le dan gracia y colorido a la cultura popular.

Ese sentido de obviedad que humildemente maneja el Filósofo de Güémez, ha sido aprendido de los cientos de personajes que enriquecen nuestra cultura popular, el viejo campesino busca cada día conquistarlo a usted con su ingenio, con su sabor provinciano; en su aparente ingenuidad, hace gala de un humorismo involuntario, pero la repetición y la frecuencia de la gracia de sus frases y anécdotas desenmascaran su honesta fe humorística.

El viejo Filósofo busca desarrollar su sentido común e impregnarlo con su fina sátira y pretendida buena fe, y enriquecerlo con el genio que sólo en la cultura popular anida para sacar frases que como axiomas matemáticos sean irrebatibles, y construir historias impregnadas de la genialidad que sólo el buen sentido del humor del mexicano posee.

El Filósofo, con su sapiencia innata, propia de los campesinos, simplifica el habla, le quita la solemnidad y con ella, el oropel innecesario a las palabras, de ninguna manera utiliza lenguaje rimbombante -porque además de no quedarle, lo desconoce- coincide con García Márquez en que: "El español es una lengua que desde hace tiempo ya no cabe en su pellejo", y con sus frases nos dice como Camilo José Cela: "Solemnidad es igual a subdesarrollo".

El Filósofo de Güémez ha trascendido allende las fronteras gracias a su exquisito genio, ingenio y fino sentido del humor -reflejo fiel de los hombres de campo de la región- lo que me lleva a tener los sentidos despiertos y con ellos los ojos del espíritu abiertos -para como su cronista- ir día a día, entresacando frases y anécdotas de las pláticas con los viejos de los pueblos, de los libros, de los periódicos, de los programas de radio, TV, Internet y de cualesquier lugar que abunde el ingenio, que el mexicano desparrama a raudales, para ponerlos en boca del Filósofo y luego en sus manos.

Diariamente trabajo en un personaje que continúe gustando, que no agravie, que agrade, que no se mantenga inmóvil; mi pensamiento va a enriquecerlo, buscando idear nuevas frases y anécdotas, es decir, los pasos diarios me llevan a la conclusión de que es necesario renovar al Filósofo, partiendo del principio básico de que "la vida es cambio", sabiendo que si no se renueva, se estanca y deja de cumplir las expectativas de usted, amable lector.

El Filósofo -como buen mexicano- posee un sentido del humor expansivo y universal, capaz de ser un punto de extraordinaria unión entre un clérigo y una ama de casa, un académico o un joven, un profesionista o un obrero, haciéndonos sentir que lo que lo distingue de los demás es su alquímica capacidad para hacernos multiplicar las emociones de amor a la vida y de humor con nuestra gente.

Lo del ingenio del Filósofo me recuerda la ocasión aquella en la que están un alemán, un gringo y un mexicano desnudos tomando un baño de vapor, cuando de repente empieza a sonar un timbre, el alemán aprieta su antebrazo y el pitido se detiene. Ante la mirada atónita del resto les dice:

-Es mi radio-localizador, tengo implantado un microchip bajo la piel de mi brazo. Minutos después suena otro timbre y el gringo pone el pulgar en la oreja y el meñique en la boca y empieza a hablar. Al terminar les dice:

-Es mi teléfono celular, lo tengo implantado en la piel de la palma de la mano. El mexicano decide salirse del vapor para ir al baño. A los pocos minutos vuelve con un pedazo de papel colgándole en el trasero. Ante la mirada incrédula del alemán y del gringo se da cuenta y dirigiéndose a ellos dice:

-Tranquilos, ¡que estoy recibiendo un fax!

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