Londres.- La política británica ha parido gemelos. Sólo que estos hermanos, aunque hayan decidido ocupar la misma cuna, no se parecen en casi nada. Salvo en su decisión de compartir el poder y hacer, cada uno, concesiones intolerables para los extremos de uno y otro: los ultraconservadores de David Cameron y la izquierda liberal-demócrata de Nick Clegg.
Después de trece años de gobierno laborista, el Reino Unido decidió dar la espalda al pasado, pero sin saber qué cara tendrá el futuro. El laborismo de Tony Blair resultó ser oportunismo carente de ideología. Blair jugó la carta de la circunstancia. Su peor error fue asociarse al gobierno de George W. Bush y seguirlo, faldero, en las aventuras mal concebidas de un gobierno norteamericano que jamás comprendió que el paso del bipolarismo soviético-americano que caracterizó la Guerra Fría a la supremacía de los Estados Unidos, no era sino una etapa de la transición al mundo multipolar de hoy.
Bush, Cheney y Rumsfeld actuaron como si la era unipolar fuese eterna, irresponsable e impune. En vez de castigar a los criminales de los atentados del 11-S se lanzaron contra Saddam Hussein, un tirano sin complicidad en los atentados, pero con mucho petróleo y ningún arma de destrucción masiva.
Masivo error. Las advertencias del Ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Dominique de Villepin, no fueron escuchadas. Los votos en contra, de Alemania, México y Chile, no fueron comprendidos. La "arrogancia imperial" se desbocó y Tony Blair decidió ser el perrito faldero del gran mastín de Washington. La historia no perdonó a Blair. Por más que se haya convertido al catolicismo, el Espíritu Santo no ha bajado a bendecirlo. Sus pretensiones internacionalistas fracasaron. Su desprestigio cedió a la indiferencia, y Gordon Brown, después de una larguísima y leal espera, llegó al número 10 de Downing Street. Sólo para presidir la mayor recesión económica --global y británica- desde 1950.
La elección de Cameron -el regreso del Partido Conservador- era por todo ello inevitable. Sólo que el electorado le negó la mayoría absoluta. Con menos curules de las necesarias para gobernar sin aliados, Cameron debió buscarlos en las filas opositoras del Partido Liberal-demócrata y de su dirigente, Nick Clegg.
Clegg se dejó querer por Brown y por Cameron y aunque la alianza con el Partido Laboral hubiese sido más "natural", laboristas más lib-dems no hubiesen alcanzado mayoría parlamentaria. En cambio, aliados a Cameron, los lib-dems le darían al nuevo primer ministro una mayoría. Sólo que, ¿qué mayoría?
Cameron y Clegg, comparten muchos rasgos. Son jóvenes: cuarenta y tres años. Son de clase alta: casados con mujeres de la aristocracia. Comparten educación: ambos son producto de las grandes escuelas "públicas" (que en realidad son privadísimas) Eton y Westminster, y de las universidades de Oxford y Cambridge. Ambos visten bien, son bien parecidos y ...
Han decidido, por el momento, olvidar sus diferencias políticas. Clegg es tan europeísta que, casado con española, ha bautizado a sus hijos Antonio, Alberto y Miguel. Pero le ha concedido a Cameron y al ala antieuropea del Partido Conservador la negativa de trasladar "soberanía o poderes" a Europa mientras dure el nuevo parlamento británico. Pero Cameron, a su vez, ha debido aceptar un referendo sobre reforma electoral opuesto al deseo conservador. Ha cedido a Clegg que el impuesto conservador a favor de las clases altas, sea, mejor, favorable a las clases de menos recursos.
Son apenas botones de muestra de un pacto político en el que ambas partes han hecho algunas concesiones y han alcanzado algunos beneficios, por encima de los extremos de sus partidos. Falta saber cuánto y cómo durará esta alianza "contra-natura". Falta saber cuándo florecerán las inevitables diferencias entre dos formaciones políticas tan diferentes. Falta saber cómo, cuándo y con quién se renovará el partido del trabajo. El actual Ministro de Asuntos Exteriores, David Milliband renovaría, como nuevo jefe del laborismo, a su partido exhausto. Milliband es joven, atractivo, inteligente, heredero de una distinguida familia de izquierda: ingredientes para una nueva personalidad partidista, capaz de enfrentarse a la alianza poco natural de conservadores y lib-dems. Milliband puede regresar al Partido Laboral a 10 Downing Street (si es elegido jefe de partido, cosa que no ha ocurrido mientras escribo estas líneas). Pero sí subrayo: la naturaleza anti-natural del actual gobierno le ofrece al Partido Laborista la oportunidad de recuperar el perfil disipado por el oportunismo de Blair.