En el combate al narco, el riesgo se convirtió en peligro. No podía ser de otro modo. Emprender esa guerra -como se advirtió oportunamente- sin el diagnóstico correcto ni la consecuente estrategia requerida ha escalado la violencia criminal a su expresión terrorista.
Sin margen de maniobra dada la crisis política en que asumió la Presidencia de la República, Felipe Calderón encontró en el narcotráfico una batalla que era necesario librar -en eso no hay duda- y una oportunidad para legitimarse en el poder. Sin embargo, él o su equipo falló en el diagnóstico y, por ende, en el remedio. El mismo mandatario asume, sin decirlo, el error de cálculo cuando recurre a la metáfora del enfermo con cáncer que hizo metástasis. Así, se legitimó el mandatario pero, en el ejercicio, terminó por deslegitimar el combate y, ahora, esa deslegitimación amenaza con arrastrarlo.
Ahora, por fortuna, el mandatario reconsidera aquel diagnóstico, aquella estrategia y muestra disposición a escuchar y rectificar. No es para menos, el derrame de la violencia criminal sobre la sociedad lo coloca de más en más en un serio predicamento. Hay que darle la bienvenida a esa nueva actitud, pero no por el gesto extender de nuevo un cheque en blanco. No practicar una fe ciega si el gobierno no manda señales claras y emprende acciones concretas, relacionadas y no con la lucha contra el crimen, que sustancien el propósito de reconstruir el Estado de Derecho y de reconducir la democracia por el sendero de su consolidación.
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Tardía pero afortunadamente, el gobierno repara en lo hecho y -sin aceptarlo ni asumirlo en su justa dimensión- reconoce el tamaño del fracaso en el combate al narcotráfico.
El eje del nuevo discurso presidencial tiene expresión en tres vertientes. Uno, no se trata de una guerra contra el narcotráfico, sino de una lucha contra el crimen. Dos, no se trata de una causa u obsesión presidencial, sino de una política de Estado. Tres, no se trata de dar marcha atrás en el combate, pero sí de ajustarlo para involucrar sin arrastrar al conjunto de la sociedad en él.
Ahí se explica la convocatoria al "Diálogo por la Seguridad" que, aun en su limitación, busca abarcar al mosaico de la sociedad. A casi cuatro años de haber echado andar una maquinaria bélica que, hoy, no es fácil someter a control y que por momentos amenaza la propia viabilidad del gobierno, se convoca y se escucha a voces y sectores, cuyo parecer se desconsideró.
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Es plausible la nueva actitud presidencial, pero ello no debe conducir a mirar con asombro cuanto ocurre porque, en el fondo, el incremento de la violencia y la actividad criminal son consecuencia de lo que se vino haciendo.
El ataque exclusivo al tráfico de drogas llevaría a la diversificación de la actividad criminal: el asedio a esa sola parte de la industria criminal llevaría a la búsqueda y la disputa del mercado interno así como a la expansión de la actividad criminal a otros campos: extorsión, secuestro, derecho de piso. El hostigamiento policial-militar no inteligente de los grupos de narcotraficantes llevaría a éstos a trasladar el enfrentamiento entre sí y con las fuerzas institucionales a la sociedad para encarecerle el costo político al gobierno. La capacidad logística y de fuego de las Fuerzas Armadas y policiales quedaría rebasada por las bandas criminales, dada la estructura y vocación del Ejército y dada la corrupción de los cuerpos policiales. El uso del combate al crimen como ariete político-electoral diluiría la confianza, la coordinación y la colaboración entre los gobiernos de distinto signo político y le restaría legitimidad a esa guerra. El centrar la estrategia exclusivamente en el frente policial-militar de ese combate sin atacar el frente financiero ni atender el flanco diplomático con Estados Unidos y el flanco social -empleo, salud y educación- le restaría integralidad a la estrategia, predestinándola a su fracaso y llevando al gobierno al callejón donde se encuentra.
Eso se sabía, eso se advirtió y eso está ocurriendo.
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Por todo eso, es importante lo que el presidente de la República está haciendo. De la rectificación que plantea depende su destino, el del gobierno y, quizá, el de la República.
De ahí que, sin olvidar lo ocurrido, sea meritorio sentarse unos días a escuchar lo que se dejó de oír. Pero no basta esa liturgia, ahora -después de escuchar- es preciso conocer la conclusión a la que llega el mandatario y advertir, en los hechos, acciones concretas y precisas que sustantiven su nueva actitud. Si, ahora, la lucha contra el crimen tendrá un carácter integral que considere a la sociedad, se requiere del nuevo diagnóstico para, entonces y hasta se pueda, conocer la estrategia. No se quiere, desde luego, que el mandatario revele en el auditorio nacional lineamientos de seguridad nacional, pero sí contar con el protocolo de la nueva conducta gubernamental cuando menos en materia de coordinación, colaboración y comunicación en esa lucha.
Se requiere de eso, así como de acciones de gobierno concretas y precisas en la dirección en la que presumiblemente señala el presidente de la República. No se trata de acciones en el exclusivo ámbito de la lucha contra el crimen, sino de aquellos otros ámbitos relacionados también con el Estado de Derecho donde el gobierno ha mandado señales de indiferencia, desinterés o, peor aún, de desapego. El hostigamiento al IFAI, la descalificación de la CNDH, el agravio cometido en la Cofetel con el nombramiento de Mony de Swaan, la marcha atrás en los lineamientos para combatir el sobrepeso y la obesidad en los escolares... acciones y rectificaciones que pondrían sólidos tabiques de credibilidad a la nueva política de Estado a la que el gobierno convoca.
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La administración calderonista ha sido prolija en el postulado de buenos deseos, no en acciones y realizaciones en favor de la consolidación de la democracia y el fortalecimiento del Estado de Derecho.
Qué bueno que, ahora, el mandatario reconsidere eso pero, para avanzar en el sendero de las realizaciones, se requiere de señales claras y acciones precisas. Reformular pactos y acuerdos más de una vez establecidos exige el respaldo de actos.
Suena bien la nueva actitud presidencial. Convocó a dialogar y aceptó escuchar. Jugó una carta más en la difícil circunstancia que su administración afronta. Venga el diagnóstico, la señal y las acciones para creer que, en verdad, se quiere caminar por un mejor y más seguro sendero.
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