Don Francisco de Goya y Lucientes no sólo fue un pintor de época, sino el pintor de los toros por varios merecimientos, pues fue "el pincel de cámara" de palacio, en la época de Carlos IV, y "retratista oficial" de la casa real. También es una de las paletas más costumbristas de todos los tiempos y, concretamente, del pueblo de Madrid, pues asumió un madrileñismo total en su idiosincrasia, a pesar de su alma aragonesa.
La huella que Goya dejó en la fiesta está en las Corridas Goyescas, que toman el nombre del hecho que los matadores participantes en las mismas salen ataviados con vestidos de torear basados en los trajes usados en la época del pintor.
Con ese atuendo salían a las plazas el célebre Pedro Romero, de quien se dijo que llegó a torear con 70 años, quizá el único matador de la historia del toreo que ha actuado con más edad que "Curro Romero", y también "Pepe-Hillo", al que mató el toro "Barbudo" unos años antes de la "afrancesada".
En las Corridas Goyescas se ve a los toreros tocados con la montera de la época de don Francisco de Goya. Los atavíos son poco bordados, con las taleguillas (pantalones) casi en forma de bombacho y con la redecilla, debajo de la prensa que cubre, para dar mayor sabor a los tiempos de Pablo Romero, Pepe-Hillo y Costillares. La corrida más importante es la de Ronda, creada por Pepe Belmonte, sobrino del gran Juan Belmonte, en 1954.
Posteriormente Antonio Ordóñez le daría forma y estilo. Retirado el maestro de los ruedos, en 1971, siguió interviniendo en ella, mientras sus fuerzas no se lo impidieron: era su actuación única en el año y a Ronda peregrinaban todos sus partidarios.
Usualmente las Corridas Goyescas de Ronda se celebran cada año a principios de septiembre. Los aficionados que quieren asistir a una corrida estelar, con los mejores diestros y toros en el cartel, es necesario trasladarse a la Ciudad de la Montaña (Ronda). Ahí verán bajar las calesas de las damas de la feria de Pedro Romero y de las cuadrillas, precedidas por jinetes ataviados a la "jerezana" por la calle de la Virgen de la Paz, o a los tres matadores cruzando el puente nuevo camino de la Plaza.
Se mezclarán con los aficionados en las terrazas de los restaurantes que circundan el coso taurino. Escucharán los pasodobles de la banda camino a la puerta grande.
El público ya instalado en su localidad correspondiente descubrirá que el albero es de oro y que las calesas se tornan palaciegas. Y verán el paseíllo más bello del toreo, con doce jinetes haciendo guardia en la puerta grande y tres coches dando asiento a las damas a la espera de que abra la puerta de cuadrillas.
Los aficionados se estremecerán ante el estallido de colores. Los trajes de los toreros, el fulgor escarlata de los monosabios y areneros.
Desde luego, el maestro Antonio Ordóñez es el orfebre de esta misa mayor de la tauromaquia que cuida cualquier detalle con celo sevillano. La primera Corrida Goyesca se celebró en 1954, pero es a partir de 1956 cuando empieza la gran saga de esta corrida memorable.
Ulises Rivera
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