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Estamos a escasos días de que México celebre 200 años de ser un país independiente. Además en noviembre celebraremos 100 años de la Revolución y no se habla de otra cosa más que del Bicentenario, convirtiéndose en el pretexto perfecto para que las autoridades echen la casa por la ventana en cuestión de festejos, pero dejando a un lado la reflexión.
En tan sólo un evento que será una especie de inauguración de Juegos Olímpicos, el país gastará cerca de 60 millones de pesos. El dispendio "justificado" en fechas históricas ya ha sido cuestionado por varias voces. Y es que paradójicamente celebramos a lo grande cuando los jóvenes y niños desconocen la historia del país. Así quedó de manifiesto en la pasada prueba ENLACE que arrojó como resultado que ocho de cada diez niños desconocen la historia nacional.
México como país no llega en su mejor forma al Bicentenario. En todo el territorio nacional se vive con miedo, producto de la inseguridad y la guerra contra el crimen organizado, la cual por cierto ha arrojado un saldo de 28 mil muertos. Por otra parte, está la polarización política y con ella la falta de acuerdos. No hay trabajo suficiente y en el país hay siete millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan.
En este escenario hubiera sido preferible gastar menos, dejar a un lado la espectacularidad y privilegiar la reflexión, donde como país analicemos la Independencia y la Revolución para saber dónde hemos fallado como nación con miras al futuro. Pero la reflexión no permite el lucimiento de las autoridades federales, de ahí que en un país de desigualdades, los gastos en los festejos resulten onerosos y aparentemente no traerán consigo ningún beneficio, como sería el revisar la historia con miras a la modernidad.
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