La Gran Plaza
Si Luis XIV, Rey de Francia, llamado también el Rey Sol (1638-1715), hubiera pedido autorización a su pueblo para construir el Palacio de Versalles, creo que nunca lo hubiera hecho y la humanidad no contaría ahora con una de las joyas patrimoniales más hermosas del mundo. Tampoco el pueblo de Francia habría tenido uno de tantos testimonios del poderío absolutista de la aristocracia y sus desmedidos excesos, que finalmente derivaron en el derrocamiento de la nobleza.
En efecto, las condiciones en Francia en la segunda mitad del siglo XVII, periodo en que se construyó el Palacio de Versalles, se caracterizaban por su miseria, injusticia y opresión que fueron gestando un gran resentimiento de las masas que veían que el poder estaba centralizado en la figura del rey, quien sin ninguna consideración realizaba obras fastuosas, soslayando la solución de las necesidades más prioritarias de sus gobernados.
La Gran Plaza que ahora se construye en la principal ciudad de la Comarca Lagunera, conlleva, toda proporción guardada, gran similitud con esta joya de la arquitectura mundial, pues el proyecto local es producto de una decisión unipersonal y su ejecución representará, una vez terminada, una obra que embellecerá el paisaje urbano de la Comarca, sin menoscabo de que la inversión que se realice desdeñe obras de mayor prioridad. Aparentemente, condiciones similares prevalecieron en la construcción del majestuoso palacio galo.
Desconozco si el presupuesto para este tipo de obras deba ser autorizado con antelación, pero creo que es de elemental congruencia hacer su programación señalando el origen y aplicación de los recursos. Todo parece indicar que nada se había programado para este año sobre este proyecto y no recuerdo que Eduardo Olmos lo haya mencionado en su campaña del año pasado. Este proyecto, como se sabe, implicó la demolición del edificio que ocupaba la presidencia municipal.
Afortunadamente el gobernador Moreira tuvo la delicadeza de obtener la autorización del Comité del Patrimonio Cultural del Estado y localmente de la Junta de Protección y Conservación del Conjunto Histórico, para la demolición de este inmueble de sólo 30 años de antigüedad, situación que a todas luces resulta un mero formulismo, pues no creo que la negativa de alguno de estos organismos hubiera suspendido la ejecución de la obra. La Gran “Farsa” en todo su esplendor.
Un dato curioso en la demolición del “viejo” edificio es que el gobernador de Coahuila estuvo presente en el inicio de esta poco edificante acción y además convocó a un numeroso grupo de funcionarios municipales quienes impávidamente observaron cómo empezó la caída de un desafiante, resistente y robusto edificio, al amparo de la consigna de que “ya era necesaria una nueva presidencia municipal”, según Manlio Gómez Uranga. Sólo faltaron las “vuvuzelas” para estar a tono con la época.
Aun cuando desconozco la capacidad de alojamiento que tenía el inmueble derrumbado y la que tendrá el que próximamente lo sustituirá, preocupa que el nuevo edificio, según lo publicado, contará con nueve pisos que ojalá no sea un pretexto para contratar más burócratas. El presupuesto municipal no aguanta el pago de un empleado más. Supongo que dentro de la cifra estimada para levantar la nueva presidencia no se han incluido los muebles y equipos necesarios para su funcionamiento. En estos casos todo mundo quiere estrenar.
Si la Gran Plaza resulta un proyecto arquitectónico que embellezca el Centro de Torreón, el gobernador Moreira será gratamente recordado por propios y extraños y pocos recordarán los procedimientos utilizados para llevar a cabo la magna obra, esperando que dentro de 30 años no llegue otro gobernador con una idea distinta de este proyecto urbano.
A propósito -otro dato curioso- el personaje histórico mencionado al inicio de este comentario se jactaba en señalar que: “El Estado soy yo”.
Jorge Hernádez Espino,
Torreón, Coahuila.