‘Panchín’, el amigo
Como “Panchín” lo recordaremos los que fuimos sus alumnos en la Pereyra, allá en las décadas de los setenta y ochenta.
Revoltosos y espinilludos, con las hormonas a todo lo alto y más interesados en salir al descanso a jugar futbol o a integrarse a la diaria “pachanga”, sus alumnos, difícilmente hubiéramos prestado atención a un maestro joven con grandes lentes de carey, que se sentaba sobre el escritorio moviendo vertiginosamente la pierna y que a gritos pedía silencio para iniciar la clase y poder tomar lista.
El ambiente casi festivo de la Pereyra de esos años, en donde alumnos y maestros llenábamos con humo de cigarro los salones de clases, y las bromas y “puntadas” de los adolescentes interrumpían a los profesores, no parecía ser el más propicio para la enseñanza de la historia o de la literatura y menos para un maestro joven, un poco mayor que nosotros. Sí, difícilmente parecía ser el indicado para sembrar en nuestros cerebros nuevos, la idea que hay un mundo complejo alrededor. Pero “Panchín” lo consiguió. Recuerdo en la clase de Historia, su conocimiento de la materia era enciclopédico y la cultura general era tan amplia, que la correlación entre lo que enseñaba y la realidad en que vivíamos se hacía patente. A través de los comentarios cáusticos, burlones a veces, polémicos en ocasiones, y geniales siempre, “Panchín” pudo despertar en la mayoría de nosotros el interés por algo más. Algo que no fuera la mezquina frivolidad que entonces empezaba a apoderarse del ambiente lagunero.
Su insuperable capacidad para señalar el “absurdo” se ponía de manifiesto frente a nuestros ojos azorados, mucho antes que su brillante carrera literaria trascendiera más allá de las aulas.
El profesor Francisco Amparán fue de los pocos maestros que nos enseñaba el proceso del aprendizaje a través de la razón.
Era difícil de creer, que a un grupo de revoltosos incapaces de poner atención aún en el cine, “Panchín” nos tuviera “al filo de la butaca” siguiendo su narración. Cátedras eran, que no clases, cuando nos hablaba de la Historia.
Pero los buenos recuerdos del maestro no se quedaron en el aula. El corazón alegre y festivo de “Panchín” brillaba también fuera. Nos ofreció su amistad y le correspondimos. Fuera de la escuela se integró como uno más al grupo de jóvenes. Nos acompañó en las serenatas del Día de la Amistad, en los juegos de futbol y basquetbol y en los viajes a la sierra. Compartió con nosotros la época más alegre de la vida.
Terminado el bachillerato, muchos dejamos de verlo, a veces por años. Pero en las reuniones de exalumnos y en eventos ocasionales lo encontrábamos, y el saludarlo y acercarse a él, para recordar los buenos tiempos, con risas y carcajadas, fue siempre un honor.
Sus artículos en El Siglo de Torreón, en donde con valentía a veces temeraria, denostaba con viril energía a la “execrable clase política” como él tan atinadamente le decía, y señalaba los absurdos cada vez más frecuentes de nuestra descompuesta sociedad, eran referencia y paradigma para muchos lectores. Sí, sin duda las páginas del Siglo tienen ahora un hueco que no podrán llenar. La Laguna ha perdido a uno de sus más preclaros pensadores y la pérdida pone de luto al intelecto en la región.
Te alcanzaremos “Pancho”, a donde quiera que hayas ido y buscaremos la sabiduría en tus agudezas, allá, en donde estés.
Torreón, Coahuila.
Alberto Estrada.