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Una bandera ciudadana

Al margen de una ciudad impuesta, cada habitante de Torreón, cercado por la inseguridad y el desempleo, parece no oír ni hacerse oír, porque no existe la consulta ciudadana, mucho menos el cabildeo de sus políticas públicas de urbanidad, salvo para diagnosticar, en despreocupado régimen y unánime representación votada, el abandono a su polvorín socioeconómico.

Tal vez para ganarle horas al minutero o por que no hay tiempo que dure, de pronto se propaga la noticia de la Gran Plaza, amparada por el escombro anunciado de la monumental presidencia memorable, ante la transparencia atónita de cómplices y aliados forzosos de institutriz ceguera, que luego, por remordimiento o ajuste nominal, fueron liquidados o sirvieron de camellón al derrumbe.

Pongamos el trapo en el cogollo, ahora que es priortario guardar el orden en las calles, plazas y parques, donde acudimos a ejercer nuestra elección civil.

Dejemos de apuntar con eje de veleta buscando culpables. Es hora de reclamar nuestro cauce natural de paz y concordia. Tiempo de soltar la riada gozosa de nuestra participación entusiasta y fraternal, para lavar las calles. Cada uno de nosotros, desde una máquina de escribir, un micrófono, un martillo o barredora, podemos limpiar los jardines y fuentes, pues todavía quedan muchas banquetas que barrer en nuestra ciudad.

Recuperemos la Ciudad Nostra que heredamos de los abuelos, donde aún hace algunos cuantos años, podíamos pasear de madrugada o dormir en los zaguanes con la puerta abierta. Aquí entre nos, podemos ser guardianes del barrio y del patio particular, vestidos de obrero y de peatón. Cada transeúnte o vecino puede ser un ojo que vigile, cada ama de casa y profesor, puede arrebatar la oscuridad que ciega las cocinas y las aulas, con la luz de los valores edificantes y la dignidad ejemplar. Es cuestión de enlazar una mano a otra, en sursum corda, con un solo corazón en alto que nos alumbre en su mayoría de pálpitos, para guarnecer la tranquilidad a conquistar, y volver a casa con el azadón y la mochila al hombro, seguros de haber vencido nuestros miedos.

Basta de ser la burla de quienes no nos toman en cuenta, mas cuando se acercan los días del sufragio electoral. Nuestra lucha no debe ser contra malos gobernantes ni delincuentes, sino contra la impunidad y el despilfarro del erario público. Es decir, debemos organizarnos major para tomar las decisiones que nos afectan. Tal vez sea el momento de crear un frente, una mesa o una red, donde el sentido común enarbole una bandera ciudadana. Ponernos de acuerdo acerca de los perfiles de quienes nos vengan a gobernar, obedeciendo nuestras expectativas, no sus propios intereses. Exigir que impere la ley, no las deshonestidades desleales. El lugar es aquí, el tiempo es ahora. Acudo a las escuelas, talleres, quioscos, oficinas, iglesias y canchas, buscando a mis iguales.

Levantemos la mirada del suelo, y al unísono, gritemos que la ciudad que nos imponen no es nuestra, que no nos gusta su hermosamiento hipócrita y desvencijada protección infiltrada por los chicos malos, porque el fuego artificial del festejo patrio ha sido depuesto por las balas. ¡Ya basta!

Quienes creemos en Dios amamos verdaderamente esta ciudad, sabemos que podemos tomar las riendas de nuestra vida política y social, conduciéndola con honor y valentía, libres de opresores e inicuos jueces.

Miguel Morales Aguilar.

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