Gracias al IMSS
Debo agradecer al IMSS mi franca recuperación, porque ante la imposibilidad de que me dieran servicio médico, al cual por ley tengo derecho, me puse a vigilar mi alimentación y adoptar una rutina de ejercicios que ha redundado en mi bienestar.
Después de muchos años de vida sedentaria e indolencia en el comer, mi cuerpecillo pegó de gritos y con un gran susto acudí al IMSS, pero en los veinticinco años que tengo de pagar puntualmente mis cuotas y desanimado por las grandes filas y obstáculos, unos reales y otros inventados por los burócratas que están atrás de las frías máquinas computadoras que sirven para maldita la cosa, porque de una máquina a otra no se pueden comunicar o sea electrónicamente, tiene usted que ir de una fila a otra y de un día y una semana a otra, también de un edificio a otro, pues nunca me había parado a pedir servicio.
Mi viacrucis empezó con temblorina en el pecho o sea carburador fuera de tiempo, y por no contar con tarjeta ni médico familiar, pues: “Pásele a Urgencias”, a Dios gracias me pasaron con una doctora atiborrada de trabajo, pero con enorme deseo de hacer bien las cosas, ordena una placa pectoral y observa un corazón crecido, receta unas pastillas para el dolor y para desinflamar y sugiere: “Pásele con su médico familiar, porque la situación es seria”, me dan tres pastillas de cada una en un sobrecito y el lunes me presento a las filas para sacar vigencia, chútate unas dos horillas, luego le pregunto al que me da la susodicha vigencia: ¿a qué consultorio acudo? “En la otra ventanilla le dicen”, así pues a la otra fila otra horilla pasada, la persona espeta una ininteligible letanía, ¿cómo dice? “Que esta clínica no le toca”, grita, pero si vivo aquí a la vuelta, entonces ¿cuál me toca? Y masculla: “¡No sé!”, de mala gana y ¿qué hago?
Almas caritativas de la fila me dicen: “Le toca la 18 señor”, y como el miedo no anda en burro y mi economía anda en números rojos, pues me presento en la clínica 18, eso sí, la fila más corta y la persona busca en la computadora con ahínco algún obstáculo para declinar el servicio, al fin lo encuentra y dice: “Falta la autorización de la empresa porque es de Gómez”; pero también estoy en otra empresa en Torreón, “Sí, pero la que importa es la de Gómez”, y al ver mi rostro desencajado, de favor accede y dice “Aquí está su vigencia”. Le pregunto a dónde voy, me dice: “Pregunte en Coordinación”; voy a Coordinación, señorita deseo una consulta y dice “Véngase mañana a las 6 de la mañana”, y le pregunto : ¿qué posibilidades tengo de obtener consulta? Me responde con cruel realismo “Ninguna”, ¿por qué? “Hay 22 con cita”, ¿y cuántos consulta? Sólo 24.
Qué horror y ¿qué hago? Saqué cita. Checa la diabólica pantalla, culpable de todas nuestras desdichas, y responde: “Dentro de cuatro semanas”, ¿y mientras qué hago? ¿Me Muero? Y responde entre carcajadas: “¡Al cliente lo que pida! y le digo pues pido consulta, pero intentaré sobrevivir, deme la cita, vuelve a checar su pantalla y ésta le dice que debo llevar otro papel que es la autorización de la empresa; pregunto en la empresa y me dicen que se tarda unos días por el sistema del IMSS.
Así que mientras llega Navidad, le pido al Niño Dios una consulta en el Seguro. Y para sobrevivir y no caer muerto, pues me puse a cambiar mis hábitos y me siento mejor.
Así pues, gracias al IMSS, pero seguiré intentando que me den servicio. Ojalá algún día lo logre.
Torreón, Coahuila.
Arturo P. Salas Juárez,