Jesús nació en un establo
Un establo, un verdadero establo, no en el alegre pórtico ligero que los pintores cristianos han edificado al hijo de David, como avergonzados de que su Dios hubiese nacido en la miseria y la suciedad.
Un establo real, es la casa de los animales, la prisión de los animales que trabajan para el hombre. El establo no es más que cuatro paredes rústicas, un empedrado sucio, un techo de vigas y lanchas. El verdadero establo es oscuro, descuidado, maloliente: no hay limpio en él más que la pesebrera donde el amo prepara el heno y los piensos.
Este es el verdadero Establo donde nació Jesús. El lugar más sucio del mundo fue la primera habitación del más puro entre los nacidos de mujer. El Hijo del Hombre, que debía ser devorado por las Bestias que se llaman hombres, tuvo como primera cama el pesebre donde los brutos rumian las flores milagrosas de la primavera.
No nació Jesús en un Establo por casualidad. ¿No es el mundo un inmenso Establo donde los hombres engullen y estercolizan? ¿No cambian, por infernal alquimia, las cosas más bellas, más puras, más divinas en excrementos?. Luego se tumban sobre los montones de estiercol, y llaman a eso “gozar de la vida”. Sobre la tierra apareció una noche Jesús, dado a luz por una Virgen sin mancha, armado solamente de su Inocencia. Los primeros que adoraron a Jesús fueron animales y no hombres.
Entre los hombres buscaba a los sencillos; entre los sencillos, a los niños; más sencillos que los niños, más mansos, le acogieron los animales domésticos.
Después de las bestias, los guardianes de las bestias. Aunque el Angel no hubiese anunciado el gran nacimiento, ellos hubieran corrido al establo para ver al hijo de la Extranjera. Los pastores viven casi siempre solitarios y distantes. No saben nada del mundo lejano y de las fiestas de la tierra. Cualquier suceso que acaezca cerca de ellos, por pequeño que sea, los conmueve. Vigilaban a los rebaños en la larga noche del solsticio cuando les estremecieron la luz y las palabras del Angel. Y apenas vieron, en la escasa luz del establo, una mujer, joven y bella, que contemplaba en silencio a su hijito, y vieron al Niño con los ojos abiertos en aquel instante, aquellas carnes rosadas y delicadas, aquella boca que no había comido aún, su corazón se enterneció. Un nacimiento, el nacimiento de un hombre, el alma que viene a sufrir con las otras almas, es siempre un milagro tan doloroso, que enternece aun a los sencillos que no lo comprenden. Y aquél nacido no era para aquellos que habían sido avisados un desconocido, un niño como todos los demás, sino aquel que desde hacía mil años era esperado por su pueblo doliente.
Los pastores ofrecieron lo poco que tenían, lo poco que, sin embargo, es mucho si se da con amor; llevaron los blancos donativos de la pastorería: la leche, el queso, la lana, el cordero. Sabían que aquel niño nacido de pobres en la pobreza, nacido sencillo en la sencillez, nacido de aldeanos en medio del pueblo, había de ser el rescatador de los humildes, de aquellos hombres de “buena voluntad” sobre los cuales el Angel había invocado la paz.
En Navidad recordamos y nos alegramos del acontecimiento universal para la humanidad, pero nos olvidamos con facilidad del sentido profundo del nacimiento, porque en los cumpleaños el invitado principal, el festejado es el del cumpleaños, y en este cumpleaños del nacimiento del Rey de Reyes, del Príncipe de las Naciones, del Salvador del mundo, del Príncipe de la Paz no es el invitado principal, no es el festejado del centro de la fiesta, otros intereses nos mueven y otras cosas nos llevan por ese único día de navidad a ser los mejores en la elección del regalo, en el abrazo por compromiso, en la frase trillada de “feliz navidad” para mañana estar con mis pobres egoismos y mis tristes desganos. ¿por qué? porque no soy un hombre de “Buena Voluntad” como los pastores, que espero que nazca en mí mi Salvador.
Con este deseo, espero que en cada uno nazca el que nació en el Establo. ¡Feliz nacimiento para todos!
Laguna Durango.
Juan B. Andrade Ramírez,