Lector opina

FORO DEL LECTOR

La novedad y lo permanente

Aparentemente, en la postmodernidad, la novedad parece gozar de más predicamento que la anti­güedad. Siempre se encuentra a alguien dispuesto a prestar atención a la última novedad. Las editoriales lanzan todos los años miles de nuevos libros y los lectores corren tras de best-seller y de las nove­dades editoriales; lo cual es bue­no para el negocio editorial, ¿pero lo es para la cultura?, ¿se selecciona y se lee todo lo que se compra?, ¿se establece dialogo entre el autor y el lector?

Parece como si el lector-consumidor quedara sometido a la fuerza del último viento de la oferta. El que se lea es bueno para la cul­tura, pero la novedad nos dice muy poco del por qué de las cosas. Si no se conoce el pasado, difícilmente se entenderá el presente.

En la ciencia, en la técnica, en un periodo largo, es indudable que la innovación deja obsoleto mucho del conocimiento anterior, salvo aquello que es el fundamento de cada ciencia. Pero no ocurre lo mismo con los saberes humanísticos. Sin embar­go, también aquí impera la novedad; se ha relegado el estudio de la filosofía, de las ciencias del hombre, de la cultura clásica. Incluso la historia se minimiza a lo local. Se ha dado preferencia a lo útil, a lo inmediato, frente a lo permanente.

El recorte de las Humanidades en la enseñanza está deterioran­do el idioma. El olvido del latín -relegar la cultura grecolatina- supone el desconocimiento de nuestro propio idioma, del origen y significado de nuestras palabras, o de las cosas que nos rodean. Si a ello se añade el culto a la imagen, no es de sorpren­der la pobreza del lenguaje de tanta gente joven, la incorrecta utilización de palabras por parte de locutores, o la incapacidad de muchos políticos para hacer un discurso coherente o simplemente para hablar en público.

Exagerando, para algunos parece como si no hubieran existido generaciones anteriores que han dicho algo sobre casi todo. Se escribe frecuentemente sobre la necesidad de volver a los clásicos, de leer a los clásicos; pero se practica poco su lec­tura.

No debe entenderse a un clásico como un simple testimonio de otro tiempo. El contenido de aquellas obras que se definen como clásicas -lejanas unas en el tiempo junto a otras muy cercanas-, ha sido depurado por muchas generaciones de lectores; y, seguramente, nos ofrecerán un mayor acercamiento a la realidad actual, a los sentimientos y pasiones del hombre, a los conflictos entre los individuos y entre estos y la sociedad; mucho más que novedades que acaban siendo tratadas como un producto de consumo: de usar y tirar.

La vigencia de los clásicos se corresponde con el hecho de que el hombre sigue siendo siempre el mismo; se corresponde con que, al menos en Occidente, el mundo antiguo pervive en nuestra cultura.

Pongamos un pie final. Hay un tiempo para cada cosa, un tiempo para la novedad y un tiempo para lo permanente; y, seguramente, siempre un tiempo para aceptar la invitación a la reflexión pausada, para retomar aquellos au­tores que, bien elegidos, nos ofrecen la juventud perenne de un fruto siempre maduro.

Agustín Pérez Cerrada.

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