Para Güere con cariño.
Lo que te diré aquí, te lo dije en vida y por ello no tengo nada de qué arrepentirme.
Mi querida Victoria Martínez López, viviste el pasado fin de semana esa importante transición que es pasar de esta vida a la eterna. Te fuiste en un suspiro.
Era domingo y ahí estaba como todos esos días, toda tu familia y tus cenizas fueron depositadas el miércoles, ese día que tanto te gustaba, porque te reunías con tus amigas más queridas.
La noticia me sorprendió y entristeció, pero sabes, me dio gusto saber que te fuiste en el sueño, sin dolores ni sufrimientos, sólo te quedaste dormida. Llegué a temer una larga y dolorosa agonía, pero Dios no podía ser tan cruel con una de sus preferidas.
Porque tú fuiste una buena mujer. Una hija y hermana ejemplar, esposa amorosa y madre inigualable; y sobre todo, una excelente amiga.
Recuerdo como siempre, las tardes en "El Cairo", tomando café y charlando sobre mil temas. Procuraba no tocar el de Medio Oriente, porque sabía que te producía dolor y rabia; pero de ahí en fuera, nos deleitábamos con muchos temas más, todos interesantes.
En aquel tiempo, aprendí de ti a leer a Gibran Khalil Gibran y desde entonces me deleito con sus cuentos y poemas.
La mayoría de tus días fueron días felices, aunque sin duda también los hubo tristes, pero todos los íbamos sorteando como Dios nos daba a entender.
Te recuerdo vital, apasionada. Defendiendo a tus hijos como fiera o protegiéndolos como buena madre. Y al final de tus días ellos estaban ahí.
Toyita, en su afán de darte vida, piensa que te puede haber lastimado, pero estoy seguro de que no fue así, porque lo que hizo fue un acto de amor.
Saida no romperá su rutina y seguirá yendo todos los días a tu casa para estar al pendiente de Augusto, tal y como lo hacía contigo.
Los demás seguirán unidos como lo que son: una familia, la familia que tú fundaste y formaste.
Ya no estarás más aquí, pero seguirás presente en nuestros corazones y recuerdos; y tus charlas memorables seguirán resonando en mi mente.
Quiero agradecerte por cuanto nos diste en vida, tu presencia alegró muchos de nuestros días; y con esa misma alegría te entregamos en brazos del Padre.
No pude acompañarte hasta tu última morada, ya sabes los compromisos de trabajo y los obligados viajes, pero te tuve siempre presente en mis largos momentos de soledad y silencio.
Te quiero recordar, lo que Gibran decía sobre al vida, ese poeta que tanto te gustaba y al que tanto amaste; y lo hago porque sus palabras ilustran, sin duda, más que las mías y son música para tus oídos.
"La vida canta en nuestros silencios y sueña en nuestro sopor. Aún cuando estamos vencidos y tristes, la Vida está entronizada en lo alto. Y cuando lloramos, la Vida sonríe a la luz del día, y es libre aún cuando arrastramos nuestras cadenas. Muchas veces la nombramos con nombres amargos, pero sólo cuando nos sentimos amargos y oscuros.
"Y la juzgamos inútil y vacía, pero sólo cuando el alma vaga por lugares desolados y el corazón está ebrio de excesiva preocupación por sí mismo.
"La Vida es profunda y alta y distante; y aunque vuestra vasta visión apenas alcance a sus pies, ella está cerca; y aunque sólo el aliento de vuestro aliento llegue a su corazón, la sombra de vuestra sombra cruza su rostro y el eco del más débil de vuestros gritos se convierte en su pecho en otoño y primavera.
"Y la vida está velada y oculta, así como está oculto y velado vuestro ser más íntimo. Pero cuando la Vida habla, todos los vientos se vuelven palabras; y cuando vuelve a hablar, las sonrisas en nuestros labios y las lágrimas en nuestros ojos se hacen palabras también. Cuando ella canta, los sordos oyen y quedan cautivados; y cuando viene andando, los ciegos la ven y se quedan pasmados, y la siguen maravillados y atónitos".
En efecto Güere, las lágrimas en mis ojos se vuelven palabras para ti, para agradecerte toda esa felicidad que nos diste... Y hoy como siempre:
"Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".