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Ganarle al PRI

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

En los risueños días de nuestra juventud, cuando éramos jóvenes y bellos y teníamos pelo, había una frasecita que, por razones y necesidades históricas, ha ido quedando en desuso. Cuando alguien era muy terco y se empecinaba en defender lo indefendible, o se negaba a reconocer sus errores pese a las evidencias, solíamos espetarle un: "¡Gánale al PRI!" Con ello queríamos manifestar, al mismo tiempo, una misión imposible y el grado máximo de aferramiento.

A fin de cuentas, en un lapso de 14 años (entre el triunfo panista no reconocido en Chihuahua de 1986, y el muy reconocido de Fox en 2000) la frase fue perdiendo sentido y efectividad. Ya en 1988 se hubo de recurrir a caídas del sistema y otras linduras para que Salinas tuviera oficialmente el 50% de los votos. ¡Horror! Luego de casi sesenta años en el poder, uno de cada dos mexicanos no se dignó cruzar el logotipo tricolor. ¡Ingratos!

A partir de ahí, el antiguamente invencible partidazo tuvo que ir cediendo posiciones, alcaldías, gubernaturas, a medida que una sociedad más urbana, mejor educada (pese al SNTE) y más harta de las crisis recurrentes, le pasaba factura a un partido que no entendía los cambios que ocurrían en el mundo y en el seno de la sociedad mexicana. Ser candidato del PRI ya no era garantía absoluta de triunfo ni mucho menos. En 1997, perdió la mayoría en la Cámara de Diputados, augurio de los tiempos por venir.

Finalmente los astros se conjugaron en el 2000: la izquierda presentó a un Cuauhtémoc Cárdenas ya muy visto, el PRI a un deslucido y desgastado Francisco Labastida, y al PAN se le impuso un candidato dicharachero, folklórico y entrón llamado Vicente Fox. Éste ganó por amplio margen, y lo impensable ocurrió: el PRI perdió la Presidencia, el Santo Grial de la política mexicana (que durante la mayor parte de nuestra historia no ha servido para maldita la cosa, pero en fin; nos encantan los símbolos sin sustancia).

El PRI había sido creado como instrumento de conducción, reparto y ejercicio del poder, no para ser Oposición. Ni sabía qué era eso, ni cómo se jugaba. Vaya, ni siquiera tenía nociones de lo que constituye un partido político moderno. Por ello, muchos vaticinaron que el tricolor se desvanecería rápidamente, cual copo de nieve en verano lagunero.

Lo que no se vio fue que el PAN, inversamente, NO había sido creado para ejercer el poder. Durante la mayor parte de su historia simplemente representaba la conciencia moral de la ciudadanía, en su "brega de eternidad". Los fundadores, encabezados por Manuel Gómez Morín, abominaban a los políticos profesionales, esos que van de liana en liana, de burocracia en burocracia, sin ponerse jamás en los zapatos del ciudadano común: el que sí genera riqueza, paga impuestos y tiene que vivir en la realidad. Durante casi medio siglo, el PAN no aspiraba siquiera al poder: sólo a demostrar la perversidad del sistema que lo detentaba.

Hasta que llegó una nueva generación de panistas que muy pronto se cansaron de hacerle al monje. Al muy Gramsciano grito de "¡Si somos partido político tenemos que aspirar al poder!", y encabezados por "los bárbaros del Norte" (hasta para eso somos salvajes los norteños) los nuevos panistas se fajaron los pantalones, se acomodaron los éstos, y empezaron a pelear al tú por tú elección tras elección. A su vez, el que la izquierda se cohesionara (fugazmente, como se vería) en torno a un hombre de miras como Cuauhtémoc Cárdenas, ayudó horrores a abrir el sistema: al PRI le llovía en su milpita por todas partes. Hasta que vino la derrota en el 2000.

Pero, como decíamos, el PAN no había sido fundado para ejercer el poder. A lo largo de las décadas de lucha, no fue creando la membresía, los cuadros y la experiencia que ello requiere. Criados en un ambiente de cuasi-clandestinidad, los panistas pasaron a valuar más el amiguismo, la lealtad, el apego, que la eficiencia o la honestidad. Apartados de su vena ética fundacional, muchos se corrompieron de manera miserable. Peor aún, para llenar huecos el blanquiazul reclutó a personajes impresentables. Ahora anda postulando expriistas de los últimos días. El PAN extravió la brújula y cumplió la profecía: "No sea que por ganar el poder perdamos al partido" (El profeta fue, por cierto, Felipe Calderón... para que vean el nivel de destanteo). No sólo eso: perdieron la vergüenza y la fibra ética que los hacía superiores. Gómez Morín y Carlos Castillo Peraza han de estar dando vueltas en sus tumbas de tal forma que convendría instalar en ellas un generador. Digo, a como se las gastan Pemex y la CFE, hay que sacar energía de donde sea.

La izquierda, por su parte, tampoco supo administrar el poder. En parte, porque en sus días (¿Días? ¡Décadas!) de clandestinaje y/o ninguneo, se la pasó mirándose el ombligo, sin echarle un vistazo al resto del mundo. No entendió, ni le interesa entender, la evolución de la socialdemocracia europea. No entendió, ni le interesa entender, el fracaso del modelo del socialismo real. Continúa venerando a un régimen cubano agusanado, decrépito y corrupto. Fiel a sus orígenes ("¡Somos pocos pero sectarios!"), la izquierda sigue sumida en sus dogmas y prejuicios, de por sí cuestionables en el último cuarto del Siglo XX, dignos de risa loca en el XXI. Su principal portaestandarte, el PRD, presenta todos los vicios históricos de la izquierda cavernícola: premoderna, desunida, sectaria, demagogo-populista, degradada por sus propios procesos internos, llena de oportunistas (Manuel Camacho, where art thou?), incapaz de una mínima autocrítica, alejada de quienes mueven al país (la clase media) y empeñados en que los pobres lo sigan siendo, porque si no, ¿a quién redimen? Además, tiene una pasmosa tendencia a caer en el caudillismo más primitivo. La brújula moral de gente como Heberto Castillo se les imantó gacho.

Así pues, quienes pelearon (mucho o poco) por "sacar al PRI de Los Pinos" han resultado perfectamente ineptos para hacer nada distinto. El país les quedó grande. Muuuuy grande.

Pero hay algo todavía peor: y es que el PRI, que sabe más por viejo que por diablo, aprendió a sobrevivir sin apenas cambiar nada de su podrida esencia. A falta de un Gran Elector en la capital, los gobernadores son los neocaciques que toman las decisiones (y hasta piensan crear dinastías). La dirigencia del partido y algunos figurones del Legislativo suplen un poquito a quien tuviera las riendas del Ejecutivo. Y ya. No hay la mínima intención de renovar procedimientos, de modernizarse en lo político e ideológico, de entrar en consonancia con el Siglo XXI. Es el mismo viejo PRI, que defiende a-capa-y-espada a alimañas como Mario Marín o Ulises Ruiz; que no duda en pronunciar discursos medievales ante la apolillada gerontocracia de la CTM (prueba fehaciente que no tienen noción ni de la historia, ni de la vergüenza ni del ridículo); que no ha hecho, en estos últimos diez años, sino reciclar sus vicios y lastres.

Por eso, que el PAN y el PRD hagan lo posible por impedir que el PRI vuelva por sus fueros, no parece tan tirado de los pelos. Eso sí, es la menos peor de las alternativas. Pobre México.

Consejo no pedido para durar en la chamba tanto como Gamboa Pascoe: vea la sátira del viejo sistema (que sigue siendo el actual), "La ley de Herodes" (1999), con un genial Damián Alcázar. Provecho.

Correo:

Anakin.amparan@yahoo.com.mx

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