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Garro: obsesiva y obsesionante

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Garro: obsesiva y obsesionante

Antonio Álvarez Mesta

Cuando se escucha o se lee su nombre lo primero que acude a la mente de las personas enteradas a medias es que ella fue la primera esposa de Octavio Paz. Ciertamente lo fue, durante 24 intensos años y con él tuvo una agraciada hija y compartió todo tipo de vivencias que sin duda resuenan en muchos de sus textos, pero hay que decir que esos textos son obra del talento excepcional de Elena y que Paz fue el primero en reconocerlo.

En su libro Las palabras del árbol Elena Poniatowska cuenta que, seguro del enorme talento de su cónyuge, Octavio le exigía: Escribe, escribe, tienes que escribir y aunque renuente ella ponía la máquina sobre la cama o sobre la alfombra, y sentada en posición de flor de loto tecleaba sin parar. Así surgió la exitosa obra teatral Un hogar sólido (1958) y así también armó su novela cumbre Los recuerdos del porvenir (1963), que por insistencia de Paz la editorial Joaquín Mortiz accedió a su publicación y que ganaría el importante premio Xavier Villaurrutia. Fascinado entonces por la Garro, el futuro premio Nobel le escribió: Tus ojos son los ojos fijos del tigre y un minuto después son los ojos húmedos del perro. / Siempre hay abejas en tu pelo. [...] / Patria de sangre, / única tierra que conozco y me conoce, / única patria en la que creo, / única puerta al infinito. Precisamente cuando su talentosa esposa obtuvo el premio Villaurrutia, Paz declaró feliz y lleno de orgullo: “Elena es la mejor escritora de México”.

Una de las múltiples vivencias que los dos genios compartieron fue asistir en España, recién casados en 1937 y en plena Guerra Civil, al Congreso de Escritores Antifascistas. Allá Elena y Octavio en compañía de Carlos Pellicer y José Chávez Morados fueron sorprendidos por un tiroteo en la zona universitaria de Madrid, y según Elena Garro mientras Pellicer y Chávez se pusieron lívidos, ella disfrutaba el emocionante momento y Paz decía: “¡Esto es magnífico!”.

Tras abandonar España, la pareja se instaló en París y a Octavio le sacaba de quicio que en lugar de aprovechar aquellos días en la capital mundial del arte para cultivarse, se desvelaban en un café cercano a su hotel jugando futbolito con el poeta León Felipe. Pasábamos la noche entera pegados a aquella mesa de fútbol. León Felipe era la República y yo era Franco y combatíamos con fiereza, como lo hacían en España. Paz también tomaba parte encarnizada en los combates, pero al igual que León Felipe se negaba a ser Franco [...] y de pronto Paz descubrió que era absurdo que lo prolongáramos hasta las cuatro de la mañana. Debíamos ir a la Sainte-Chapelle, al Louvre, al Museo de Cluny, a la embajada soviética por las visas, a la embajada de México a saludar al embajador, pero el “futbolito” no nos daba tiempo de nada. Nos despertábamos de noche y nos acostábamos también de noche (de Memorias de España 1937, 1992).

GRANDEZA PROPIA

Conviene aclarar que fue la misma Elena Garro quien propició que se le siguiera relacionando con Paz y se le describiera siempre en función de éste, pues al darse su divorcio ella quedó dominada por un rencor que jamás le abandonaría convirtiendo al autor de El laberinto de la soledad en su atroz obsesión. Por algo, hacia al final de sus días, le confesó a la periodista Gabriela Mora: “Yo vivo contra él, estudié contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él y defendí a los indios contra él. Escribí de política contra él, en fin, todo, todo, todo lo que soy es contra él. Mira, Gabriela, en la vida no tienes más que un enemigo y con eso basta. Y mi enemigo es Paz”.

Sin embargo y aunque ella misma obsesivamente centró lo que hacía y dejaba de hacer en su célebre ex marido, su obra tiene un valor intrínseco innegable y bien mirada resulta obsesionante. Textos luminosos como el drama histórico Felipe Ángeles (1979), el cuento La culpa es de los tlaxcaltecas (incluido en La semana de colores, 1964) que mezcla magistralmente acontecimientos de épocas distintas y distantes y, sobre todo, la novela cumbre Los recuerdos del porvenir que aborda la guerra cristera y que es considerada como precursora del realismo mágico, le aseguran un sitio de honor en la literatura hispanoamericana y para muchos la convierten en la mejor escritora de México tras Sor Juana Inés de la Cruz.

Si como narradora fue extraordinaria como dramaturga resultó excepcional. Y es válido establecer una analogía: si en el Siglo de Oro, el mismísimo Cervantes fue opacado como escritor de teatro por Lope de Vega, en el siglo XX Octavio Paz con su texto teatral La hija de Rapaccini fue eclipsado totalmente por las ricas piezas dramáticas de Elena. Por algo, grandes dramaturgos como Usigli y Carballido no vacilaron en expresarle su reconocimiento.

Resulta imposible separar su obra de su vida y ella así lo reconocía. “Yo no puedo escribir nada que no sea autobiográfico; en Los recuerdos del porvenir narro hechos en los que no participé, porque era muy niña, pero sí viví. Asimismo, en Reencuentro de personajes (1982) y Testimonios sobre Mariana (1981), trato las experiencias y sucesos que me acontecieron en la multitud de países donde he vivido. Y como creo firmemente que lo que no es vivencia es academia, tengo que escribir sobre mí misma”, declaró alguna vez.

En su juventud fue solidaria con la gente más necesitada, una incansable activista social, valiente y apasionada defensora de campesinos e indígenas, pero después, víctima de una creciente paranoia empezó a ver conspiraciones comunistas por doquier y gritó a los cuatro vientos que las manifestaciones estudiantiles del 68 eran manipuladas desde Moscú y La Habana y que muchos intelectuales mexicanos de renombre eran peleles de Castro. Al respecto, el eminente crítico literario Emmanuel Carballo ofreció este testimonio: “Fui muy amigo de Elena, y tuve grandes pleitos con ella. Uno, por el 2 de octubre. Poco antes de que empezara el movimiento del 68, mi compañera de ese momento y yo éramos amigos de Elena y su hija, íbamos a actos, conferencias y encuentros en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ella era muy entusiasta, más de izquierda que la izquierda [...]. Pero desde Tlatelolco, Elena empezó a hablarnos diciéndonos que teníamos escondidos a dirigentes del movimiento estudiantil, que no fuéramos antimexicanos, que éstos pretendían hacer de México un país de la esfera comunista”.

LA CONDENA DE MIRARSE

Entre los amantes de Garro estuvo el mejor amigo de Borges, el escritor Adolfo Bioy Casares, cuya novela La invención de Morel le parecía perfecta a Paz y estuvo también el presidente del PRI Carlos Madrazo a quien Elena se empeñó en ver como el redentor que México requería.

Sintiéndose perseguida, lo mismo por los intelectuales cercanos a su ex marido, que por la CIA (por supuestamente saber el nombre de los asesinos de Kennedy), que por los castristas, Elena se refugió a finales de los sesenta en Francia. Su novela Andamos huyendo Lola (1980) además de su talento literario revela el delirio persecutorio que se apoderó de ella. Únicamente volvió cuando el gobierno mexicano les concedió a ella y a su hija la también escritora Helena Paz, becas del fondo para creadores eméritos. Condición para regresar fue que le mandaran viáticos y le ayudaran a traer del país galo a sus siete gatos. El gobierno accedió y así se estableció en Cuernavaca en el modesto departamento de una hermana recién fallecida.

Rodeada de felinos, cuyos orines impregnaban de un repulsivo olor a amoniaco todo el edificio, causando las protestas de vecinos y convertida ya en un esqueleto porque consumía más Coca-Cola, café y cigarrillos que alimentos, vivió sus últimos días deseando volver a París. Su odio a Paz no menguó a pesar de que éste nunca dejó de pasarle una pensión y de que además hizo gestiones para que se compilaran y reeditaran sus textos.

Anciana, enferma de cáncer y temerosa hasta de su propia mirada, podría decirse que Elena al término de sus días encarnó y dio vigencia al párrafo inicial de su novela cumbre: Aquí estoy, sentada sobre esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra. Estoy y estuve en muchos ojos, yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga. Quisiera no tener memoria o convertirme en el piadoso polvo para escapar a la condena de mirarme.

Si Elena Garro quiso escapar de la condena de mirarse, nosotros en cambio debemos procurar la recompensa de leerla.

Correo-e: antonioalvarezm@hotmail.com

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