Hoy que se festeja un aniversario más del nacimiento de Benito Juárez (sí, ya sé que lo festejamos hace seis días, gracias a la inteligencia de nuestros ineptos legisladores, que no entienden ni conocen la vida real de los mexicanos que dicen representar; pero en fin), conviene echarle un vistazo no tanto al Indio de Guelatao, sino a quienes lo acompañaron en su azarosa trayectoria. Y ello no está de más, en vista del debate que se ha suscitado en torno a la camada de políticos que Federico Reyes Heroles (y una cauda de intelectuales, ex funcionarios y comunicadores) ha llamado la Generación del No; y que Ciro Gómez Leyva ha calificado más dura y acertadamente (creo) como la Generación del Fracaso: aquella que ha manejado el país durante los últimos quince, veinte años, y ciertamente se ha encargado de oponerse a cualquier reforma que sacara a la nación de su marasmo; y que, por tanto, ha resultado un auténtico fracaso.
En efecto: pareciera que los nombres de Creel, Paredes, Beltrones, Gamboa Pascoe, Gordillo, Monreal, los venimos oyendo desde que nacimos. No tanto, pero algo así. ¿Y qué han hecho ellos con las posibilidades que en mayor o menor medida han tenido en sus manos? ¿Han "sacado adelante" a México? ¿Lo han mejorado? En realidad, se la han pasado poniéndose zancadillas, en una eterna lucha por un poder que luego no saben utilizar... al menos, no en provecho de la nación, a la que le han salido debiendo.
Como era de esperarse, le llovieron críticas al desplegado en contra de la Generación del No. Algunas notables nulidades, cuyo único mérito es haber mamado del presupuesto durante lustros, se autoeliminaron de tan denostado grupo; otros apuntaron a las diferencias de edades entre algunos de los más conspicuos miembros, alegando que, por tanto, no se trata de la misma generación... lo que resulta aún peor: lo imbécil y tunante no se reduce a un lapso de tiempo, sino que pareciera congénito en nuestra clase política contemporánea.
Lo cierto es que ésta no ha dado el ancho en los últimos dos decenios, y en ningún rincón del espectro político. No ha surgido un estadista que sepa ver más allá de sus antiparras ideológicas y haya trazado una ruta hacia el futuro. La miopía histórica de nuestras clases dirigentes es impresionante, así como su necedad de tener la vista clavada en el espejo retrovisor y no en el parabrisas, mientras el resto del mundo nos rebasa (por la izquierda y la derecha). Las dirigencias de los partidos tienen completamente perdida la brújula: el PRI con una lidereza que pronuncia discursos (y porta huipiles) de los años cincuenta y sigue defendiendo lo indefendible; el PRD con un liderazgo fracturado y que baila al son que le toca un caudillo ridículo; el PAN con un dirigente desacreditado que, en el colmo de la incompetencia, anduvo firmando pactos con el diablo de los que luego se desdijo, y armó un desbarajuste... que demostró, como nunca, que Reyes Heroles y Gómez Leyva tienen razón: el colmo es que en México los políticos ni siquiera saben hacer política. Ni eso.
Una gran diferencia entre los Estados Unidos y México es que aquéllos tuvieron su mejor generación de políticos precisamente entre quienes fundaron la república norteamericana; y que en el caso de México, ello ocurrió con la de la Reforma, 35 años después de la independencia, cuando ya habíamos perdido medio país y todo ese tiempo de la manera más miserable. Cabe hacer notar que en eso, como en muchas otras cosas, los gringos tuvieron mucha suerte: entre sus Padres fundadores estaban potencias intelectuales como Jefferson y Franklin; figuras de enorme entereza ética como Washington y John Adams; y gente de visión de largo alcance como Hamilton y Madison. Acá, a los nueve años de independencia ya habíamos fusilado a los dos hombres que la habían logrado, Iturbide y Guerrero. Y para entonces el país estaba despedazándose entre facciones cuya única misión era preservar sus respectivos privilegios, sin pensar ni por un momento en el bien de la nación.
La Generación de la Reforma fue, sin duda, mucho más notable que la que culminó la Guerra de la Independencia. Quizá porque estaba formada predominantemente por civiles, a quienes no les gustaba mucho el olor a pólvora ni estaban muy entusiasmados en aprestar el bridón. Y ello, en los dos bandos: tanto liberales como conservadores parecen haber conjuntado sus mejores hombres en el lapso entre 1855 y 1870.
En el bando liberal, no de manera rápida ni automática, el liderazgo lo tomó Benito Juárez, básicamente por una carambola legal a tres bandas ocurrida en diciembre de 1857. Aunque no era muy popular que digamos entre sus correligionarios, pasó a representar la legalidad frente al golpe de Estado de Zuloaga; y luego, a una república amenazada por todos lados. Nacido en 1806, a Juárez lo acompañó en sus peripecias gente básicamente más joven, pero que puede adscribirse sin muchos problemas a la misma generación, entre los que se encuentran: José María Mata (1810), Ponciano Arriaga y Santos Degollado (1811) Miguel Lerdo de Tejada e Ignacio Comonfort (1812) José María Lafragua (1813) Melchor Ocampo (1814), Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto (1818). Entre estos últimos y Juárez mediaban doce años, que en la prepa son muchos, pero no cuando el Benemérito ya andaba cincuenteando.
Que es otra cosa digna de mención: los miembros de la Generación de la Reforma ya no se cocían al primer hervor cuando empezaron a destacar; al contrario de la siguiente, que va a tener jovenazos que destacaron desde muy chavos (y, de nuevo, en los dos bandos), como Porfirio Díaz, que a los 31 años decidió la batalla de Calpulalpan; Miguel Miramón, que despedazó un ejército liberal tras otro antes de cumplir los treinta años; Leandro Valle, general a sus 24 primaveras; Ignacio Zaragoza, quien defendió Puebla (y colgó los tenis) a la edad en que murió Cristo; y Luis Gonzaga Osollo, que falleció a los treinta años luego de una brillantísima carrera militar: todo un caballero, cuya muerte fue lamentada por liberales y conservadores... especialmente por éstos, que de haberlo tenido durante toda la Guerra de Reforma, haciendo mancuerna con Miramón, quizá otro gallo les hubiera cantado.
En ambos bandos había intelectuales (Manuel Payno, veleta fundamentalmente conservadora, era de 1810), científicos (Manuel Orozco y Berra, 1816) y artistas (José Bernardo Couto, 1803). Ello destaca ante el analfabetismo funcional y la profunda ignorancia e incultura de la Generación del No... de la cual sospechamos, como escribiera el maestro Pérez-Reverte el domingo pasado, que no han leído un libro en su vida. Y se les nota, por las tonalidades con que rebuznan.
Total, que habría que recordar no sólo a Juárez, sino a toda esa generación, que en ambos bandos peleó con entereza y convicción por lo que creían. Por eso los seguimos extrañando... y lamentando el nivel de los ineptos salvajes que nos tocaron en esta época. O tempore, o mores!
Consejo no pedido para conocer una muchacha de la Generación del Sí, sí, ¡síííí!: De Gore Vidal, lea "Burr", la vida del pícaro fundamental de la generación fundadora de los Estados Unidos. Y las "Memorias de Blas Pavón", de José Fuentes Mares, sobre el pesadillesco arranque del México independiente. Provecho.