EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Gracias

No hagas cosas buenas...

ENRIQUE IRAZOQUI

El domingo anterior por razones naturales al calendario electoral, me encontraba en vigilia natural por saber cómo se habían llevado a cabo los comicios y por tanto en la medida conducente, saber cuál sería la oferta informativa que El Siglo presentaría a sus lectores al día siguiente: los resultados, las incidencias, las imágenes, las reacciones y las notas de color que se generarían por el propio proceso.

En eso estaba cuando recibí una llamada telefónica de un compañero del trabajo. La conversación versó en un principio en las propias elecciones y la proyección de lo que serían los resultados, de pronto mi interlocutor me ataja y me espeta: "oye, que se murió Pancho Amparán".

En ese momento la sorpresa me dejó helado, y mucho más, incrédulo. Ya los temas de las urnas robadas a balazos y lo cerrado de la contienda pasaron a segundo término inmediatamente. "Hablamos al rato, y ojalá no sea cierto", fue lo único que alcancé a decir.

Pasaron unos minutos y nuevamente replicó mi teléfono, la noticia estaba confirmada. El profesor caminaba con su familia y el deceso ocurrió intempestivamente. En minutos, La Laguna había perdido una mente excepcional. Se marchaba un señor probo y brillante en toda la extensión de la palabra, sin adjetivo alguno.

Poco tuve que ver con Francisco Amparán, lo conocí como cientos de personas en el aula. Fui su alumno en la preparatoria del Tecnológico de Monterrey allá por 1992. Sólo un semestre tuve el privilegio de tomar su cátedra, y hasta ahí mi relación con él en ese entonces. La verdad es que fue de esos profesores que dejaron huella. En el momento de cursar la prepa, pocos muchachos entienden lo importante que es la formación que están recibiendo, y es difícil que uno aprecie la información que se está recibiendo de las diferentes áreas del conocimiento. Por excepción, yo gozaba con asistir a las clases de Panchín, eran de otro nivel.

Pasaron algunos años y el único contacto para saber de Amparán eran sus cápsulas radiofónicas en GREM, y volví a saber más de él porque mi hermano menor cursó también la preparatoria y en su caso la universidad en el Tec y también fue su alumno. Y entonces surgió la idea de tratar de persuadir a Francisco de que escribiera en El Siglo. En el verano del 2000, se logró convencerlo de participar. Desde entonces él intituló su espacio como "Los días, los hombres, las ideas".

Domingo a domingo en lo personal era una verdadera delicia leer su columna, que se destacaba por amena y particularmente documentada. Muchos datos duros se encontraban en ella semana a semana y además del análisis del autor, la información contenida siempre dejaba algo de conocimiento de la historia. Puedo decir que era mi pieza de lectura de cabecera cada domingo. Si algo disfrutaba de leer ese día era su espacio, y a la hora de la comida de ese día, siempre su contenido era tema de conversación con mi padre, que tampoco se perdía la columna de Panchín.

Además, y eso con los años se fue acentuando, el estilo sarcástico y mordaz de Amparán se iba distinguiendo cada vez más y más del resto de los columnistas. Valiente en sus líneas, el hoy finado escritor y periodista llamaba las cosas por su nombre, sin atenuantes. Con él no había eufemismos; al pan, pan y al vino, vino. Otra cualidad más de él.

En los diez años que tuvo como carrera en este diario, mi trato con él lo catalogaría de simpático. Como su genio lo indicaba, Amparán conmigo al menos, era extremadamente seco, nuestros encuentros no duraban más de 3 minutos y no solían ser en lo absoluto frecuentes. Tengo claro de su estadía en Canadá como profesor y estudiante, y desde allá siguió siendo puntual colaborador. Cuando tenía algún tema para vernos, venía sólo por instantes y yo hacía tremendo esfuerzo para retenerlo simplemente para conversar, y no, no se dejaba mucho. Así era él. No tuvimos amistad, yo lo admiré y él, creo vio en mí un facilitador para parte de su obra periodística.

Hace pocos años, conjuntamente y con la colaboración de Gustavo Torres Adelantado y de Dulce Pereda, El Siglo editó una colección de fascículos llamados "Historia Ligera de un Siglo Pesado" en la que como su nombre lo indica, con el estilo dinámico y claro de Amparán se narraban los hechos históricos más relevantes a su juicio ocurridos en el siglo XX. Para mí es una extraordinaria pieza para conocer sin desviaciones, lo que ocurrió en el convulso siglo pasado.

Ayer estuve en la ceremonia luctuosa que se hizo en su honor en el Centro de Competitividad del Tecnológico de Monterrey, donde cientos de alumnos, maestros, directivos del propio ITESM, empresarios, amigos y por supuesto familiares presenciaron un acto en memoria de tan distinguido maestro. Su esposa Myrna y su hija Constanza, quien alguna vez estuvo en mi oficina con su padre cuando era niña, pronunciaron sentidos discursos en memoria del finado.

Gracias, le alcanzó a decir su compañera de vida en el momento de su marcha al profesor. Gracias debemos decir todos aquellos que tuvimos la fortuna de conocerlo y recibir el claro ejemplo de una inteligencia preclara y vida ejemplar, que deja profunda huella en quienes seguimos en este valle de lágrimas, como él solía decir con su perenne ironía, al paso de los vivos por este mundo.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 538939

elsiglo.mx