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Hablemos de los miedos I

La raíz del temor

Hablemos de los miedos I

Hablemos de los miedos I

Gaby Vargas

¿Quién no ha sentido miedo? Nadie, todos lo hemos sentido alguna vez. Sin embargo, suele ser un tema del que no se habla.

El miedo solemos disfrazarlo, reprimirlo o evadirlo; aunque, de hecho, sentir miedo es bueno en la medida en que nos autoprotege y nos alerta del peligro. Podríamos compararlo con un abrazo: si me envuelve con amor y delicadeza es positivo; en cambio, es negativo si me aprieta, me asfixia y cancela todas mis posibilidades de crecimiento profesional, personal y familiar.

La buena calidad de vida no consiste en no tener miedos, sino en entenderlos para controlarlos.

Es importante saber que el miedo se genera en una pequeñísima parte del cerebro, del tamaño de una almendra, llamada amígdala. Lo increíble es que el 90 por ciento de los miedos ¡no son reales!, son imaginarios; a pesar de ello, nos producen el mismo desgaste físico y emocional. Para vencerlos debemos enfrentar algo en el interior, no en el exterior, y conquistarnos a nosotros mismos.

De acuerdo con Roberto Pérez y su estudio de las culturas antiguas, los seres humanos desde el momento de nacer y en cada etapa de la vida, pasamos por lo que él llamó “los distintos dragones del miedo”. Cada uno de estos estadios tiene características singulares, así como caminos que nos ayudan a superarlos, soluciones que Pérez rescató de diferentes creencias y filosofías.

En las siguientes entregas hablaremos de dichos miedos, los cuales periódicamente sustituimos por otros en lapsos de siete años.

Lo anterior se debe a que en nuestro cuerpo experimentamos cambios hormonales, endocrinológicos y energéticos que, como el peralte de una escalera, nos invitan a revisar nuestra vida: “¿Hacia dónde voy?”, “¿dónde estoy parado?”, “¿qué me detiene?”. Y me ofrece la oportunidad ya sea de crecer y de ser mejor persona, o bien de ignorarlo o reprimirlo. Si acaso decido hacer lo último, la presión aumentará y se hará más evidente al enfrentarme al miedo que corresponde a la siguiente etapa.

Lo interesante es que los miedos de la primera mitad de la vida, se espejean en los de la segunda. Razón por la cual, por ejemplo, los abuelos se identifican mucho con sus nietos. Veamos.

0-7 años: el miedo a la distancia

Al nacer, el bebé se desprende de su madre y siente que se muere, por lo que en su conciencia queda una huella anímica. De ahí que su miedo sea a quedarse solo, a que sus papás se vayan y no regresen. Y el miedo se agiganta si por ejemplo se muere su abuelito, su mascota, o ve que sus papás se pelean o se separan.

Lo que ayuda a enfrentar esa etapa es la presencia cualitativa y cuantitativa de sus papás. Un niño que no tuvo la presencia adecuada, la reclamará cuando sea grande. Y como en la película The Mission, recogerá la primera piedra que cargará en el costal de su vida: el abandono. Por esta razón, si hay una separación de los padres, es importante darle al niño toda la ‘presencia emocional’ de ambos, para que el miedo no lo conquiste. Asimismo es importante dialogar con él, escucharlo, así como ponerle límites muy claros en cuanto a su disciplina. Eso le da seguridad.

El elemento natural que ayuda en esta etapa es el agua. El recuerdo del líquido amniótico es sanador. Es por eso que a los niños o personas que están ancladas a esta fase les encanta quedarse en la tina, pisar los charcos, jugar con la manguera. De hecho, nuestro niño interior todavía lo recuerda. Y también es por eso que darnos un buen baño cuando nos sentimos mal, nos hace tanto bien.

Twitter: @gaby_vargas

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