Hablemos de los miedos II
Es increíble cómo un bebé ilumina una casa a su llegada. Una criaturita de escasos 55 centímetros es capaz de alumbrar la vida de todos. Y es que al nacer poseemos esa luz interior semejante a un faro. Sólo que poco a poco, al crecer, ciertas cosas opacan el cristal que protege ese resplandor: el estrés, las emociones negativas y los miedos. Como platicamos la edición pasada, para poder desarrollarnos nuestro reto es conquistar a los “dragones del miedo” como los llama Roberto Pérez, asociados a cada etapa de la vida.
Para un niño las causas de los miedos, aunque fantasiosas, son amenazas verdaderas; frente a eso, los papás con frecuencia batallamos al tratar de convencerlo de que eso a lo que le teme no existe, no es real. Para comprender mejor este conflicto, a continuación comparto contigo el segundo miedo al que los niños se enfrentan.
De los 7 a los 14 años. El miedo a la cercanía
En esta etapa el dragón a conquistar se presenta como miedo a los otros. El niño o la niña teme a que otros lo rechacen, que no lo escojan para formar los equipos de fútbol, que le hagan daño o se burlen de él. Asimismo, se vuelve más sensible a que en la escuela no lo incorporen a un grupo determinado de compañeritos, y en especial le teme a ser el blanco de la burla.
La burla daña tanto al burlado como al que realiza la ofensa. Sería bueno que en esta etapa cada niño pegara en su cuarto un letrero que dijera: No hagas a otro, lo que no te gustaría que te hicieran.
Notamos que a sus siete años empieza a actuar diferente, a sentirse raro, a hablar como un niño más pequeño, a hacerse pipí en la cama (circunstancias ya superadas); le teme a la oscuridad en el cuarto, por lo que pide le dejes prendida la luz del pasillo o del baño. También en esta etapa empiezan las grandes fantasías; en su mente ellos luchan y le ganan a todos, y ellas se vuelven princesas o hadas.
El dragón del miedo se agiganta si ve algún tipo de violencia en su casa, alguien le pega o daña a sus papás. De la misma manera, si alguien abusa de él de alguna forma, por ejemplo sexualmente. Si esto sucede y el niño no lo habla, no lo resuelve bien y los papás asumen una actitud de “aquí no pasó nada”, la vida del niño puede quedar destruida. En un caso así es importante hablar las cosas, darle la sensación de sentirse escuchado y apoyado; y claro, buscar asesoría.
En este periodo los papás deben darle autonomía. Es decir, proporcionarle al niño seguridad a través de la cercanía y el acompañamiento; pero al mismo tiempo procurar que sienta que es él quien tiene que enfrentar las situaciones. Por ejemplo si el niño se sube a un árbol, es mejor observarlo a distancia de tal forma que se de cuenta, para transmitirle confianza y darle autonomía. De otra manera, cuando movidos por el amor de padres lo sobreprotegemos, el día que cualquiera de los dos no esté, no sabrá cómo responder. Lo hacemos un niño débil y vulnerable.
El elemento natural que le ayuda en esta etapa es el fuego. Es por eso que a esa edad le encantan las fogatas, los cerillos, prender la chimenea, las velas; los campamentos se vuelven inolvidables. Por primera vez descubre en el fuego una expresión de su propio ser interior. Por lo que este elemento se vuelve más que recreativo, educativo. Es recomendable organizarse con otras familias e ir a acampar, hacer fogatas, prender la chimenea entre amigos; estas actividades estimulan la conversación, la convivencia y el sentido de pertenencia tan importante a esta edad.
Continuaremos...
Twitter: @gaby_vargas