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Hablemos de los miedos

OPINION

Hablemos de los miedos

Hablemos de los miedos

Gaby Vargas

Cuando me despedí de mi padre a su muerte a los 84 años, me di cuenta de lo cierto que es aquello de que hay gente que dura y otra que madura.

Es un hecho que la persona que sólo dura, sufre. De manera automática vive aferrada al pasado, se resiste a lo inevitable de la vida: envejecer. Le es difícil aceptar que a partir de cierto momento -se quiera o no-, comienza el regreso a casa. Lo cual no es igual en la persona madura.

Los miedos a los que nos enfrentamos en la segunda mitad de la vida, espejean aquellos de la primera. De cómo hayamos superado aquellos, dependerá el grado de madurez con el que viviremos esta nueva etapa. Considerando lo anterior, veamos:

El miedo entre los 42 y los 49 años vuelve a ser a la continuidad. Si la persona trabajó su interior y supo vivir, querrá compartir y transmitir lo aprendido. Se sentirá muy bien; buscará la creatividad, tendrá ese espíritu rejuvenecedor. Amará, será entusiasta, la vida no le alcanzará para hacer todo lo planeado; buscará un ideal. De lo contrario su vida será rutinaria y esperará tener un recreo, un viajecito para sentirse bien; quedará encerrada en poseer, en tener y no en ser.

El miedo entre los 49 y los 56 años es de nuevo al cambio. La persona teme a la menopausia, a la andropausia; se da cuenta de que tiene que atender su cuerpo. Todas sus relaciones cambian: aparece el síndrome del nido vacío cuando los hijos se van, entonces la situación con su pareja se fortalece o se deteriora al encararse con la realidad. Y ni qué decir del aspecto laboral. El vínculo con los padres también cambia, llega el momento de ver por ellos. Si es una persona madura se preguntará: “¿Cómo puedo servir?”. Encontrará seguridad en su interior y en sus afectos. Si no, vivirá criticando todo y a todos. Buscará la seguridad en las cosas materiales, o en procedimientos como la cirugía plástica.

El miedo de los 56-63 años vuelve a ser a la cercanía. La persona tiene miedo a que le causen daño a ella o a sus hijos y nietos. Si no aprendió a vivir se encerrará más, cuidando sus posesiones. En esta etapa aumentan los candados en la puerta, todo le molesta, se vuelve dependiente. Si es una persona madura será autónoma, querrá sentirse útil, aportar a la sociedad de alguna manera, involucrarse en algún proyecto público o altruista; trabajará solidariamente.

El miedo de los 63-70 vuelve a ser como el del recién nacido: al abandono. La persona teme que la ignoren o la dejen un lado; piensa que ya no es imprescindible, que nadie la necesita. Si no supo vivir reclamará en el papel de víctima la presencia de sus seres queridos. Si es madura se ganará dicha presencia con gestos, nunca será invasiva, sabrá estar consigo misma.

El miedo de los 70-84. A esta edad aparece de nuevo el miedo a la pérdida, a la muerte, en especial la de su pareja. Entonces sí tendrá la certeza de que algo se acaba. Si la persona supo vivir será un ser agradecido, sonriente, que iluminará la vida de todos con su ejemplo, vivencias, entusiasmo por aprender y por ser; verá a la muerte como un paso, un viaje hacia otra luz. Si no supo, vivirá encerrada, aferrada a su pasado, a la herencia, a sus posesiones, a lo acumulado; lo primero que verá por las mañanas son las esquelas del periódico y sólo hablará de la muerte.

Durante el transcurso de la vida todos, inexorablemente, pasaremos por estos distintos “dragones del miedo”. Conocer estas pequeñas verdades, mostradas por la investigación de Roberto Pérez, nos ayuda a darnos cuenta de las cosas que tenemos que cambiar para que cuando llegue el día en que los nietos nos abran la puerta, reciban a alguien tan lleno de luz y sabiduría que resulte un faro para los demás e ilumine a todos a su paso.

Twitter: @gaby_vargas

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