Haití, el segundo país de América que tras una larga lucha abolicionista proclamara su independencia de Francia, el primero de enero de 1804, convirtiéndose en el primer país de la historia en el que una población sometida a la esclavitud se emancipó.
Este país insular de América Central situado en la parte occidental de la isla La Española, pasó de ser una de las regiones con más riqueza en la América española, a estar sumido en el sufrimiento de una doble tragedia:
Primero, la de siempre, la de la miseria humana en la que vive, con un sistema político que no satisface en lo más mínimo los requerimientos básicos de más del 80% de la población para enfrentar el analfabetismo, la desnutrición, la pobreza extrema, la ausencia de infraestructura, el desempleo generalizado, la carencia de servicios públicos, de educación y de salud, que convierten a esta nación caribeña, en las más pobres de América Latina y del mundo; segundo, por si lo de su umbral de pobreza extrema, inestabilidad política-económica y la violencia en el que se encuentra sumido no bastara -para acabarlo de rematar-, el pasado12 de enero, el país fue gravemente dañado por un terremoto de 7.0 grados en la escala de [Charles Francis] Richter.
El movimiento telúrico dejó a Haití como una auténtica zona de guerra, totalmente desolada, devastada, con afectaciones graves a viviendas, edificios públicos y privados -el que alberga a la ONU uno de los más afectados- insuficientes servicios públicos, con los que contaba la nación, llevando la tragedia consigo, daños al modesto patrimonio de miles de familias y con el saldo fatal de más de 200 mil muertos y desaparecidos.
Anualmente se registra en el mundo más de mil terremotos con una magnitud que supera los 5 grados Richter, la historia reconoce como los de más intensidad los ocurridos en Chile en 1960, de 9.5; Alaska 1962, 1957 y 1965, de 9.2, 9.1 y 8.7, respectivamente; Indonesia en 2004, de 9.0; Rusia 1952, de 9.0; Ecuador 1906, de 8.8; India 1950, de 8.6.
Quizás uno de los que más pérdidas humanas han causado sea el que afectó en 1976 a la ciudad de Tangshan, China, en donde se registró un terremoto de 7.8 grados, que tras de sí dejó una estela de desaliento, destrucción y la pérdida irreparable de más de 255 mil víctimas.
El sismo sucedido en Haití la semana próxima pasada, está por superar el número de defunciones de el de China; tan sólo los cadáveres que han sido sepultados rebasan los 100 mil, a lo que hay que sumar que 3 de cada 10 haitianos están damnificados, más las víctimas que están atrapadas y/o desaparecidas en los edificios derrumbados.
La tragedia de Haití -propia de un escenario dantesco- lacera los sentidos; desventura ésta que sólo es amortiguada y paliada por los invaluables, a la vez impresionantes, gestos de solidaridad internacional, que en el mundo entero se han desarrollado: deportistas, la FIFA, la ONU, países de todo el orbe, empresarios, artistas, ciudadanos comunes y corrientes -como usted y como yo- han levantado la mano en señal de apoyo, respaldo y solidaridad.
En la isla caribeña no podía faltar esa organización mundial, muestra preclara de amor a la humanidad como lo es la Cruz Roja, que desde todos los confines del mundo y moviendo a miles de voluntarios, una vez más ha entrado en acción para el servicio al prójimo.
La gobernabilidad en Haití está -como en otras latitudes- prendida con alfileres, el desorden, la inestabilidad y la violencia se enseñorea por doquier, pero la presencia de los cascos azules y de otras fuerzas del orden de distintos países, principian a amortiguar el desorden que prevalece en la isla y a repartir en un ambiente de solidaridad la ayuda internacional que tanta falta hace.