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HAY MEDIA PELÍCULA PARA REÍR

MAX RIVERA 2

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Los comediantes de escenario que alcanzan el éxito y la riqueza viven en una paradoja constante...

He visto muchos de sus conciertos y rutinas, y una constante fácil de reconocer entre los mejores, es que sus monólogos se basan en la observación aguda de las miserias de la vida del hombre común y en el desprecio hacia su propia persona. Más aquellos afortunados que en base al talento y el taloneo logran la gloria, son empujados al tren de vida de las celebridades; y mientras sus cuerpos y egos son masajeados por la admiración de los fanáticos y la adulación de los vividores, van perdiendo el contacto con sus dos principales fuentes de inspiración.

Es entonces cuando pasan a depender de la maquinaria del Show Business, que los acomoda en sitcoms televisivos o en roles protagónicos de películas, donde otros comediantes, aún en contacto con la vida real y sus propias inseguridades, se encargan de escribir sus diálogos y chistes.

Se trata de una situación tan común en Hollywood que es un cliché. Sólo hay una historia de comediantes más sobada: aquella en que el cómico desea dejar de ser un payaso y quiere hacer drama.

Con Siempre Hay Tiempo Para Reír, Judd Apatow hace su primera incursión en el segundo cliché. Apatow ha dirigido Virgen a Los 40 y Ligeramente Embarazada, además de escribir, producir o apadrinar más de una decena de cintas que llevan su sello de inteligencia camuflada en populismo y vulgaridad.

Apatow encabeza actualmente a la escuela de comedia más influyente del cine gringo, y hay que reconocerle el atrevimiento de experimentar con el drama pese a la importancia de su cargo. El resultado no será un éxito total, pero tampoco es un fracaso.

En Siempre Hay Tiempo Para Reír, Adam Sandler es un cómico exitoso que lucha contra un padecimiento mortal parecido a la leucemia. Es un tipo riquísimo, gracias a las comedias estúpidas que ha protagonizado, pero, cosa nada difícil de entender, está completamente solo.

En un esfuerzo inútil por reconectarse con un pasado más sencillo y feliz, visita el club donde saltó a la fama, con un monólogo insoportablemente amargo. Ahí conoce a un joven y honesto aspirante, y decide contratarlo como escritor y asistente personal.

Apatow embarca a sus personajes en un viaje de altibajos, con buena comedia y drama mediocre, que alcanza para una experiencia suficientemente satisfactoria.

Es de agradecerse, eso sí, que nos permita atisbar brevemente al proceso de la concepción y pulimento de los chistes, develando secretos de una actividad que se antojaría tan misteriosa como la de escribir sinfonías.

Aunque Apatow vive en Los Ángeles (cosa que se nota en sus cintas) y por fuerza convive con connacionales nuestros, no creo que esté al tanto de lo que vivimos al Sur de su muy cercana frontera. Aún así espero posponga el asunto del drama por unos años, porque si algo nos hace falta ahora por acá, es tiempo y motivos para reír.

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