Los días anteriores a la aparición de esta columna han sido presididos por la noticia del posible secuestro, desaparición y temores de asesinato en perjuicio del polémico abogado panista Diego Fernández de Cevallos. Si bien el hecho no fue espectacular, al discurrir de las siguientes 48 horas fueron públicas muchas especulaciones de todo orden y desorden; después se hicieron presentes los ácidos gástricos de quienes eran malquerientes de don Diego y algunas 'barbeadas' de quienes bien lo quieren. Y obvio: han sido las autoridades policiacas y judiciales del estado de Querétaro, donde fue visto por última vez, las que se han dedicado infructuosamente a palomear los procedimientos de investigación, sin obtener resultados positivos y creíbles.
Para los medios electrónicos nacionales de comunicación, y sus muy conocidos presentadores de noticias lo sucedido fue como tener servido en sus mesas un rico chocolate de tres hervores y un platón de molletes con nata; pero sólo durante los dos primeros dos días. Al tercero se produjo un silencio informativo casi total: de hecho los locuaces tartamudearon y enmudecieron. Se sentía que la orden de bajarle al ruido la evanescente desaparición del abogado Fernández hasta que se pudiera escuchar el silencio, había descendido de lo alto, desde mero arriba.
Una vez informado en Europa el presidente Calderón hizo un aparte en un discurso oficial, creo que en Alemania, para enviar un justificado mensaje de confort espiritual a la familia Fernández de Cevallos: ¿Qué otra cosa podía hacer desde tan lejos, sino informar a los hijos de quien había sido abogado general de la Presidencia de la República, que había instruido al responsable de la PGR para aplicar la facultad de atracción del sentido caso hacia el ámbito de la justicia federal?.., pero sin saber siquiera que los familiares querían el drama en silencio; así que ni siquiera eso podía hacer, pues para peor no existía alguna pista o dato que los autorizara a poner en obra dicho recurso. En realidad no había nada que reclamar, pues aparte de la desaparición del exitoso manipulador de códigos legales y excelente alegador de oreja en las altas magistraturas de justicia, los más ignorantes de sus colegas sabían de cierto que la serie de fatalidades que los medios de comunicación suponían no acreditaban la dicha atracción: no había cuerpo del delito, ni pistas de violencia, ni, obviamente, una arma homicida: sólo aparecieron unas tijeras de bolsillo y algunas gotas de sangre que "parecían" tener el ADN de su evaporado dueño, más una maltratada fotografía de un rostro parecido que mostraba un gesto de sometida resignación; dicha foto había sido publicitada en una de las redes sociales del Internet; Face Book,Twitter o cosas así; de modo que nadie se arriesgó a identificarla como auténtica.
¡Pero qué les cuento a ustedes, bien informados lectores que todo lo leen, lo saben o lo intuyen! Sólo puedo decirles que denunciar desapariciones de prominentes miembros de Acción Nacional ha sido un truco de mala política contra el Revolucionario Institucional.
Recuerdo ahora cómo, a la mitad del período gubernamental de Óscar Flores Tapia en Coahuila, se desarrollaba uno de los procesos electorales en aquel mandato y los blanquiazules inventaron "el secuestro" de un connotado activista de ese partido, acusando al gobernador de Coahuila de tal hecho; previamente; y por más de una semana los panistas machacaron en los medios de comunicación de la capital de la República, y en algunos de provincia, sobre aquel activista, ausente de su residencia en la ciudad de Monclova. Ipso facto el comité nacional del PAN integró una comisión de ilustres militantes, encabezados por el ingeniero Pablo Emilio Madero, su presidente nacional, para que viajaran a Coahuila a exigir la presentación y entrega del desaparecido en el mismo palacio de Gobierno de la ciudad capital: Saltillo.
Contra todo lo planeado y asegurado por los publicistas del PAN, quienes apostaban a que Flores Tapia evadiría la entrevista, la nutrida comisión fue recibida en las oficinas del gobernador, al que acompañaba su secretario de Gobierno, el procurador de Justicia y el director de Policía y Tránsito del Estado. Se dijeron discursos, algunos irritantes y otros divertidos, se bebió café y refrescos, se habló de la "frustrada" democracia y de pronto uno de los miembros distinguidos de la comisión fue solicitado en la secretaría particular del gobernante para atender una llamada procedente del comité estatal de Nuevo León en Monterrey. Una vez que atendió ese telefonazo, el requerido retornó a la mesa y con pena y todo dijo a sus compañeros que la comisión debía retirarse, pero no sin dar una disculpa al gobernador: el desaparecido había aparecido hacía unas horas en un hotel de mala muerte de Monterrey y al momento se estaba reponiendo de un malestar pasajero en la enfermería de la Cruz Roja de Monterrey.
Así terminó aquel episodio acaecido en los albores democráticos de la representación proporcional, hoy tan combatida. Ciertamente el más apenado de los comisionados del PAN fue su presidente nacional, don Pablo Emilio Madero, quien más tarde se vería obligado a renunciar al partido, desilusionado por otras causas y sinrazones.