"El licenciado don Horacio Flores de la Peña, falleció ayer en la capital de la República" -leímos ayer en la austera participación del deceso publicada y suscrita por la familia Flores Justic. Don Horacio descendía de una estirpe saltillense. Había nacido en la capital de Coahuila el 24 de julio de 1923. Aquí estudió su educación primaria, en las escuelas Centenario y Coahuila, bajo la dirección de profesores egresados de la Benemérita Escuela Normal de Coahuila.
Como sucedía a todos quienes concluían su preparación elemental, sus padres, don José Flores Dávila y doña Concepción de la Peña Meléndez, matricularon a su muchacho en la escuela preparatoria Ateneo Fuente, de dignísima tradición liberal y acreditada fama académica. Ello le valió para que su certificado de bachiller le abriera las puertas de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde estudió en la Escuela de Nacional de Economía, de la cual llegó a ser egresado, profesor y director.
Don Horacio era una persona inteligente e inquieto. Quienes lo conocieron de cerca daban fe de las notas principales de su carácter: claridad de pensamiento e intransigencia ante las personalidades banales que se le acercaban con mezquinos intereses.
El diccionario biográfico Berrueto reporta que don Horacio hizo estudios de especialización en Estados Unidos durante el decenio 1955-1966; trabajó para la Organización de las Naciones Unidas con profundos estudios en materia económica; fue más tarde director de planeación universitaria, entre 1966 y 1970, el mismo año en que fue designado Secretario del Patrimonio Nacional por el Presidente Luis Echeverría Álvarez. Posteriormente devino Embajador de México ante el Gobierno de Francia en 1977, en 1982 se le acreditó ante la Unión Soviética y Mongolia, en 1988, fue cambiado a la representación diplomática en Italia.
Entre 1970 y 1980 fue coautor de dos obras: "La planeación de la educación superior" y "El Perfil de México". De su pluma y talento nacieron luego "Los obstáculos al desarrollo económico" y "Teoría y práctica del desarrollo", más otros ensayos y libros colectivos. Fue miembro distinguido del Colegio Nacional de Economistas y de la Asociación Internacional respectiva, y un destacado promotor ante la ONU a favor de la "Carta de los derechos y deberes económicos de los Estados".
De 1998 en adelante radicó en la Ciudad de México en compañía de su esposa la señora Alena Justic Rabí. En mi registro anecdótico existen evidencias de su sentido del humor, practicado con sensatez e independencia de criterio. Fue don Horacio un coahuilense destacado entre los pocos que por su cargo, estaban cerca del Presidente Luis Echeverría Álvarez; y como era natural y común devino receptor de halagos, pan de pulque y dulces regionales por parte de sus paisanos saltillenses. Se presentó entonces, en Saltillo, la preocupación de los fieles católicos por el mal estado de la Santa Iglesia Catedral ya que por no tener mantenimiento amenazaba destrucción. Para conjurar un daño mayor al que ya intuía fue integrado un comité de protección -como era usual-para recolectar fondos y aplicarlos a la salvaguarda del inmueble.
Alguien recordó entonces que la SEPANAL, encabezada por el economista saltillense Flores de la Peña, era la entidad responsable del registro y conservación del patrimonio eclesiástico de la nación, y no en días recientes, sino desde aquellos tiempos del presidente Benito Juárez, cuyas disposiciones legislativas definieron como propiedad de la nación en comodato a las Iglesias de todos los cultos, empezando por las católicas que constituían mayoría, tanto en número como en importancia intrínseca, así arquitectónica como artística.
Tanto el Obispo como las damas integrantes del comité pusieron manos a la obra, consiguieron una cita con el Ministro responsable, previas las obligadas intermediaciones familiares, y le expusieron sus inquietudes y la solicitud de su padrinazgo ante el Jefe del Poder Ejecutivo de la República para obtener los fondos necesarios a la reparación. No hubo problema, Echeverría autorizó el gasto y don Horacio quedó muy bien parado ante sus paisanos, al grado de que la misma persona que había develado las atribuciones públicas del secretario Flores de la Peña le quiso endulzar la oreja, y como se veía cercana la elección de un nuevo gobernador en Coahuila quiso proponerlo como candidato. Don Horacio, que no caía en tales garlitos, se apresuró a tomar el tren y no volvió a Coahuila. "Figúrense, explicaría a sus allegados, salí de Coahuila en los años 30... ¿Quién me iría reconocer como para votar a mi favor?
Fue don Horacio un dinámico promotor de obras en beneficio de Coahuila y se constituyó en facilitador de becas y otros apoyos para estudiantes. Amigo personal del ingeniero Eulalio Gutiérrez Treviño, entonces alcalde saltillense, colaboró oficialmente en la compra e instalación de una planta holandesa procesadora de minerales metálicos con el fin de obtener zinc. Fue una de las primeras inversiones para la creación de empleos, cuando había muy pocos en Saltillo.
Descanse en paz, don Horacio Flores de la Peña, un servidor público ejemplar.