Como no hay plazo que no se cumpla, llega el momento de celebrar el Bicentenario de la Independencia Nacional, después de un debate de fondo y forma, hasta el absurdo de que hubo quién pidiera al presidente Calderón que cancelara la celebración.
Lo cierto es que la fecha ha dado oportunidad a reflexiones de muy diversa índole, por parte de quienes disponen de algún espacio para pronunciarse al respecto. En el mosaico resultante se advierte que ante todo, el estilo de lo nacional mexicano, implica una identidad con sus luces y sombras, y de ahí su importancia.
En otras palabras lo que sea México somos nosotros, con virtudes específicas a cultivar y defectos concretos a corregir. La Patria es una comunidad humana de destino en la variedad universal de la existencia, y sea cual fuere la opinión que tengamos al respecto, lo cierto es que este país, su gente, su cultura, su sistema político y su gobierno somos nosotros, en la medida que es al fin y al cabo, es lo que hemos sido capaces de construir.
Muchas son la versiones sobre la mexicanidad que se han difundido en los últimos meses, casi todas ellas basadas en la emoción y el sentimiento. Que si el Mariachi y los Chiles en Nogada o el Traje de Charro y de China Poblana.
Sin embargo, es necesario atender a nuestros fundamentos esenciales basados en la filosofía griega, el derecho romano, la religión cristiana, el idioma castellano y el mestizaje de razas.
Desde luego no se trata de una identidad completa e inamovible y por el contrario, es una identidad en permanente búsqueda desde el acta fundacional del primer ayuntamiento de hombres libres erigido en la Villa Rica de la Vera Cruz, hasta nuestra democracia actual que por momentos nos parece fallida.
La Filosofía Griega dio base epistemológica a la Real y Pontificia Universidad de México. En el parteaguas de la Ilustración que llegó junto a la Independencia, la Universidad Nacional asumió un positivismo dogmático del cual fue rescatado por la generación de 1929, con un movimiento de autonomía que recuperó la sabiduría clásica, al tiempo que abrió el pensamiento universitario valga la redundancia, a la universalidad y con ello a la crítica metódica y al debate permanente.
Nuestras instituciones emanadas del Derecho Romano se desarrollaron sucesivamente en dos vertientes: la de influencia germánica basada en el Fuero Juzgo promulgado en la Corte Visigoda de Toledo que reguló la vida del Virreinato, y la de influencia francesa a través del Código Civil de Napoleón, presente hasta nuestros días.
La Religión Cristiana ofrece sustento ético y trascendencia al alma individual y colectiva y desde luego, la tensión entre el poder temporal y el espiritual ha estado presente como en todas las latitudes de la tierra, a partir del decreto de separación entre las cosas de Dios y las del César.
El Idioma Castellano que es símbolo de la unidad de la España liberada de la dominación Islámica, desborda la Península Ibérica e inunda al Continente Americano desde el Río Bravo a la Patagonia. El mestizaje de razas florece como evidencia física de la unidad en la diversidad.
La suma de todos los elementos que anteceden y muchos otros que queda pendiente considerar, nutre el discernimiento entre Fe y Razón que acompaña al hombre de todos los tiempos, en la explicación de su origen y en la búsqueda de su destino.
La visión que antecede forma nuestra compleja identidad y no implica una contradicción irresoluble porque al fin y al cabo, dicha diversidad toda ella, cabe en el género próximo de lo humano.
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