Tras la secuela de decapitados, ahorcados, encobijados y disueltos en pozole, vino esta semana la más reciente innovación de los criminales mexicanos: la muerte por lapidación o aplastamiento por rocas en Michoacán. Y todavía no lo asimilábamos cuando la madrugada de ayer nos sorprendió el derrumbe de un cerro sobre una comunidad indígena mixe de Oaxaca, que sepultó unas 100 viviendas de familias indígenas con niños, mujeres y varones, porque todavía no era hora de salir a escuelas ni trabajos.
El Calvario, se llamaba premonitoriamente el barrio desaparecido bajo el lodo. Pero el Presidente no parece asumir el calvario en que viven millones de mexicanos bajo otros lodos: lo mismo los del descontrol de la violencia y el crimen frente a las bandas delictivas que los del desamparo, la miseria y la desprotección ante los desastres naturales o el estancamiento de la economía.
El Presidente, en cambio, parece decidido a ubicarse unas páginas atrás del vía crucis al erigirse en la voz que clama en el desierto con su anuncio, por segunda vez, de que prepara una campaña de relaciones públicas orientada a "corregir" la "sufrida" imagen de México en el exterior, como si en el interior esa imagen fuera disfrutable.
Y es que la sufrida no sólo es la imagen del país, sino buena parte de una población de mexicanos a los que, sin embargo, les encarga fungir como "embajadores" y "promotores" del país. Y los invita a sumarse a una "campaña de relaciones públicas, de imagen, de internet, sin precedentes, que verdaderamente enfrente, corrija y precise la imagen en el exterior (porque) es una imagen que ha sufrido muchísimo".
Pero los asesores de imagen del Presidente ya le deberían haber advertido que difícilmente puede tener éxito una campaña de comunicación externa sin una eficaz comunicación interna que mantenga convencidos de la causa a promover en el exterior a los miembros de la organización, la comunidad o el país de que se trate.
Y es el caso que las noticias cotidianas que se consumen dentro y fuera del país -hoy, por ejemplo, con apedreados, sepultados y once alcaldes sacrificados en lo que va del año- suelen negar que México ha recuperado la seguridad en algún aspecto y difícilmente pueden contribuir a generar la sensación, como dijo el Presidente ayer, de que se respira seguridad en la república.
Habrá que ver la campaña anunciada por el Presidente. Pero de entrada parecería partir de la concepción tradicional de los flujos unidireccionales de mensajes dirigidos a algunos públicos objetivo para producir efectos predecibles en la construcción o la corrección de una imagen institucional o nacional.
El problema es que esta concepción es anterior a la etapa de la globalidad, al crecimiento y la aceleración de redes sociales que operan a escala mundial, como un complejo conjunto de flujos y procesos de comunicación impredecibles, resultado de grandes cambios culturales y desarrollos tecnológicos.
Por ejemplo, entre el pasado 15 de junio, en que el Presidente hizo el primer anuncio de los preparativos para una campaña de corrección de la imagen del país, y estos días finales de septiembre, han pasado tres meses y medio en que la aceleración de los flujos informativos de los medios convencionales y de las nuevas redes sociales han consolidado la imagen de la inseguridad nacional en un mundo en que las culturas cotidianas locales se saturan rutinariamente de referencias a lo global y los espacios de la globalidad se saturan de las referencias a nuestras realidades locales.
Hay que partir de que, independientemente de que se llegue a materializar algún día la anunciada campaña de corrección de nuestra sufrida imagen en el exterior, el espacio global, de por sí, socava y desestabiliza todas las formas tradicionales de organización económica, política y cultural de las naciones. Y que en nuestro caso ello ocurre en paralelo a los propios procesos locales de socavamiento y descomposición, como los que vive nuestro país.
(Académico)