Lo primero que veo es una pantalla con el reporte del clima para Torreón: de la imagen que anuncia el panorama nublado y lluvioso salen gotas alargadas: son balas que pronostican lluvia de plomo sobre la ciudad; un letrero advierte: "Tome sus precauciones". En una variante del mismo cartel, el pronóstico abarca varios días con sus respectivas imágenes: viernes medio nublado; sábado nublado; domingo lluvioso, lunes soleado. Los símbolos, sin embargo, no se corresponden con el texto verbal típico; en su lugar aparecen palabras como: secuestros, balaceras, retenes, inseguridad. Ahora hay un grupo de gente encarcelada tras los barrotes de un Torreón estilizado: "No hagamos de nuestra ciudad una cárcel. Merecemos vivir en libertad". Reconozco la portada de una conocida revista de circulación internacional que, alterada para el ejercicio, presenta, salpicada de gotas rojas, la fotografía de un retén militar. Se leen titulares de diversos tamaños; el más grande reza: "La urbe del terror"; otros menores anuncian: "Éxodo de familias y capitales", "Comunidad destrozada". Finalmente resalta en cintillo inferior: "No huyas, no corras... ¡levanta la voz!". Sigue un collage que incluye algunos símbolos citadinos: puertas amarilla y blanca, casa del cerro, Cristo de las Noas. Un cartel simulando una señal de vialidad sobresale a los anteriores: "Gente asesinando". Topo luego con un torreón amordazado, mientras una mano sin cuerpo visible lo encañona. Al pie el letrero que interroga: ¿Condenado?
En otro cartel domina el Cristo de las Noas parcialmente manchado de sangre. El fondo dividido en dos secciones verticales: la izquierda es azul, con el cielo límpido de Torreón; la derecha oscura, surcada por fuego y sangre de la cual manan las gotas que salpican al Cristo. Al pie, una súplica: ¡Busquemos la paz!
Sorprende un grupo de top-models que muestran la colección primavera-verano. Las chicas caminan de frente, mostrando sus hermosas piernas; cada cual viste un modelo distinto de chaleco antibalas: "Seguridad a la Moda".
Panorámica de Galerías Torreón en su acceso principal. Hay una combinación de varios motivos locales: un torreón ensombrecido, un Cristo con chaleco antibalas y un arma en cada mano, el sol al fondo. En primer plano avanza una pareja tomada de la mano; él lleva a la espalda un arma de largo alcance; ella un revólver en la mano libre. Un soldado armado los ve pasar mientras varios encapuchados aguardan en un camión de camuflaje. "Juntos nos armamos mejor" es la rúbrica del cartel. Por último aparece el símbolo típico de Torreón, pero algo ha cambiado: lo forman dos fusiles "cuernos de chivo" apoyados sobre un jardincillo en el que crecen las palmeras. No hay letrero. No se necesita.
La crónica visual que acabo de referir forma parte de una exposición de carteles realizados por estudiantes de diseño. Así como en otras ocasiones han concursado para definir el logotipo del Centenario, la representación icónica de un evento o la imagen que distinguirá una campaña, producto o actividad, ahora presentan lo que para ellos es Torreón en estos días. Sus trabajos son creativos, estéticos dentro de su crueldad; han empleado equilibradamente la imaginación y los recursos tecnológicos de los que disponen, pero sobre todo la experiencia personal: no están hablando de historia ni de asuntos ajenos ni de fantasías terroríficas: lo que exponen impecablemente son sus propias vivencias, las que los comarcanos padecemos y compartimos desde hace más tiempo del que quisiéramos y que hemos ido convirtiendo en parte de nuestro desvelo diario. Lo más lamentable es que ninguno de los autores tiene más de veinte años.
El pasado miércoles, cerca de la medianoche, el grupo de destacados periodistas de "Tercer Grado" discutía la responsabilidad (o su falta) de los medios de comunicación masiva -léase radio, televisión y prensa escrita- que en los últimos tres años han tenido como tema central las tropelías de la delincuencia organizada (así decíamos antes), los crímenes del narco y su lucha contra México y los mexicanos, como más acertadamente decimos ahora. Las dos opiniones en conflicto aseguraban que la atención desmedida que dan los medios informativos a los criminales, más que exhibirlos para enterar al público de la magnitud de sus fechorías y provocar su total repudio, ha sido publicidad gratuita que los convierte -a los ojos de muchos- en una especie de héroes castigadores de un Gobierno ineficiente y débil, dueños de inmensas fortunas y no sólo protagonistas de corridos y películas, sino también de los sueños de quienes, cansados de ser pobres, quisieran ascender en la escala, si no social, al menos económica que este mundo de la narcodelincuencia les puede brindar. Además de lo anterior, el invitado que argumentaba la falta de responsabilidad de los medios se quejaba de que las notas violentas son excesivas y que en otros momentos de nuestra historia reciente el número de muertos rebasa con mucho al actual. En su opinión se magnifican las cifras y se presentan los hechos de sangre como a través de lentes de aumento, dejando en la conciencia del lector una imagen que es falsa porque es exagerada. La parte contraria, a su vez, defendía su derecho a informar, argumentando que lo que es noticia debe explotarse al máximo, porque esa es la misión de los medios. Yo no sé en qué momento una de las partes tiene o deja de tener razón; lo que sí sé es que la muerte de conciudadanos anónimos y conocidos, sin distinción de edad, sexo o condición, a fuerza de repetirse está dejando de impresionarnos; que los asaltos que antes eran noticia han dejado de serlo por su cotidianidad; que cuando nos toca protagonizar uno de estos eventos volteamos alrededor y no sabemos a quién acudir para que nos ayude, no tenemos a nadie que responda por nosotros, que frene a los delincuentes, que represente el rostro y la fuerza de la Ley. En otro de los carteles expuestos el Cristo de las Noas nos ve de frente mientras una paloma herida cae a sus pies. Lo rodea un letrero: "La paz es un don de Dios y, al mismo tiempo, una tarea de todos". ¡Claro que es tarea de todos, pero especialmente de aquéllos a quien pagamos por que la hagan!
No he sabido que formalmente desaparezcan las fuerzas del orden público, tampoco estoy enterada de que los organismos de seguridad y los funcionarios de quienes dependen hayan sido borrados de la nómina; ignoro incluso si las cabezas del Gobierno estatal y municipal se han deslindado de la función de velar por la seguridad y la integridad de los ciudadanos, pero me parece que no. Sin embargo, es una realidad que no hacen nada por combatir esta amenaza diaria y omnipresente que a los periodistas del debate les parecía exagerada, pero que a quien, saliendo del trabajo, toma un autobús en la Alianza para regresar a su casa, lo tiene en ascuas, nada más esperando el arrebato de la bolsa, el golpe si no trae dinero, el ultraje para buscarlo escondido en alguna parte de la ropa o del cuerpo: ataque abierto y cínico, que no requiere que el delincuente se cubra la cara, porque sabe que no hay defensa alguna para sus víctimas.
En los carteles de los chicos desesperanzados por ninguna parte aparecen las autoridades, pero bien pudieran representarlas con orejeras, un pañuelo tapándoles los ojos y leyendas como: "No oigo, no oigo, soy de palo... ojos que no ven, corazón que no siente". O quizá, en un nuevo collage, con todas las imágenes descritas como fondo y otras más que muestren la pobreza, el desempleo, la falta de desarrollo cultural, el abandono del centro, la clausura de negocios, la falla en los servicios, las paredes grafiteadas sin misericordia, la tristeza en los ojos de la gente... Y ellos: el alcalde, el gobernador y sus respectivos gabinetes en primer plano, encandilados por el brillo de su nombramiento tricolor y proclamando sonrientes: ¡Carro completo!"