Todavía en nuestros días se escucha decir que lo ideal es que una pareja se forme entre dos personas procedentes de un mismo nivel económico, para evitar posibles conflictos.
Cuando hablamos del papel que juega el dinero o la situación financiera en la dinámica de las relaciones amorosas entramos a un tema que tiene matices simbólicos, donde confluyen el afecto, el poder, las exigencias sociales y la satisfacción de necesidades, todo lo cual cuestionará la identidad de la pareja y sus integrantes.
Si preguntamos: ¿es posible que dos individuos procedentes de niveles económicos muy distintos puedan formar una relación estable, casarse y desenvolverse funcionalmente?, la primera respuesta que surgirá es que dichas personas tendrán que luchar por superar incontables situaciones. No es imposible, pero sí será muy difícil por todo lo que implicará en el transcurso de su ciclo vital. Probablemente tendríamos a un matrimonio en constante crisis y cuestionamiento, donde el uso del poder estaría desbalanceado.
Numerosas parejas aprenden a luchar cada día con los problemas monetarios y sobreviven, no obstante algunas se desintegran, mientras que otras pocas logran crecer y fortalecerse. Lo que sí podemos afirmar es que si dos individuos no son capaces de desarrollar la flexibilidad para continuar juntos, enfrentando las crisis y cuestionamientos del entorno (por medio de la movilización de sus recursos internos y el aprendizaje de nuevas formas de interacción), difícilmente sobrevivirá su vínculo y mucho menos desplegarán una relación satisfactoria y de crecimiento.
Al valorar el funcionamiento de una pareja es necesario que primero entendamos su estructura y su dinámica; tales elementos determinan la calidad del nexo y pueden ayudarnos a comprender por qué ocurren situaciones de conflicto -o por el contrario de crecimiento positivo- al surgir problemas cotidianos que los cónyuges deberán enfrentar y solucionar unidos.
Cabe subrayar que la estructura de una pareja se conforma por diversos factores, como la manera en que la relación o el matrimonio se constituyó, las cosas que los involucrados comparten, las expectativas deseadas y expresadas, el nivel de compromiso y vinculación, y las pautas socialmente determinadas por el contexto donde les toca desarrollarse. Asimismo, en todo enlace amoroso cada una de las partes aporta algo y ello va marcando una dinámica de dar y recibir, que en algunos casos es equilibrada y en otros es disfuncional. Recordemos que el afecto y la aceptación no se ofrecen únicamente por medio del contacto físico o verbal, sino también de modo simbólico a través de la comida o del uso del poder, que en nuestra sociedad está representado por el dinero -y todo lo que éste representa- en una dimensión muy importante.
¿PUEDE FUNCIONAR?
En el México actual sigue siendo una recomendación -quizá no expresada, pero sí sugerida de forma implícita- que hombres y mujeres busquen un compañero de vida que pertenezca a su mismo estrato financiero, o al menos a uno cercano. Y es que si la diferencia económica entre dos personas es extrema, dicho factor será muy difícil de sobrellevar por ambos. Alguien acostumbrado a gastos excesivos (cuando no existe la necesidad real de adquirir algo), a no cuestionar la posibilidad de comprar algún bien, sentirá que se enfrenta a un extraño al momento en que su ‘media naranja’ cuestione cada una de las compras, fundamentándose en el temor de no lograr generar los ingresos suficientes para cubrir las necesidades básicas. Esto último es lógico si alguien se crió en un ambiente donde los gastos se llevaban a cabo de manera responsable y por ende las carencias eran nulas, mientras el primero se desarrolló en un entorno donde la administración de las finanzas nunca existió. Por otro lado, uno de los miembros puede estar acostumbrado a brindarse placer a través de lujos sin preocuparse por los precios, luego de haber crecido en medio de una holgada economía, mientras que su pareja ha estado habituada a vivir con lo fundamental, por lo que no concibe el gusto por complacerse en ciertos aspectos que demandan más dinero.
Lo mismo puede pasar a la hora de salir a comer fuera, si uno ve de lo más normal ir al restaurante gourmet y el otro considera que los precios son un crimen, o duda incluso a la hora de comprar una hamburguesa. O cuando uno de ellos está pensando en unas vacaciones de fin de semana cerca de la ciudad y su compañero en un crucero por Europa.
Desde luego, no pasa lo mismo si un individuo pasó una niñez con carencias y después acumuló riquezas ya acompañado por su pareja; es decir, si hicieron juntos la transición de un nivel a otro es de esperarse que compartan una misma visión sobre cómo administrar su patrimonio. El problema surge cuando los contrastes están desde el principio del noviazgo y no solamente no son analizados, sino que se utilizan -quizá inconscientemente- para someter o demostrar quién es más exitoso. Usualmente quien posee más dinero marca la manera de utilizarlo en la relación. La forma en que ambas partes lleguen a un acuerdo será lo que determinará el impacto del aspecto monetario en la dinámica del matrimonio.
La diversidad de parejas nos demuestra la sutileza de este factor; el afecto y la aceptación pueden contaminarse con la economía y esto lo notamos desde que el hombre y la mujer comienzan a salir juntos, cuando alguno de ellos regala un detalle simbólico (por ejemplo una flor cortada del jardín o una bufanda hecha a mano) y el otro un objeto muy costoso (un reloj, un perfume o una bolsa de marca reconocida, etcétera); desde ahí se va fijando una pauta que irá estableciendo y creando expectativas en la relación.
MÁS QUE DINERO, COMUNICACIÓN
El dinero es un factor fundamental para el desenvolvimiento de las parejas. Es primordial aprender a hablar de él y lograr acuerdos sobre las posibilidades reales en los gastos, acerca de cómo y quién lo administrará, y lo que representa para cada uno de los miembros del ‘equipo’; no tocar el tema en tiempo oportuno provocará innumerables conflictos, resentimientos y sobre todo evitará que la pareja desarrolle su potencial real. En contraste, si forman un equipo que trabaje en la misma dirección conservarán mucha energía que de otro modo perderán en esfuerzos por controlarse y dominarse mutuamente.
Así, cada pareja requiere construir un espacio en donde pueda dialogar y compartir sus opiniones sobre los aspectos financieros. Hablar del patrimonio no debe ser un tabú, pues más allá de lo material su utilización tiene connotaciones afectivas y por medio de ellas se manejan el poder y el afecto, así que si éstos no están balanceados generarán la posibilidad de múltiples conflictos y malos entendidos. Algunos puntos que las parejas deben comentar al respecto son:
1. Sus creencias sobre el dinero, en especial los pensamientos negativos y catastróficos que en dado momento les impiden tomar decisiones sobre los gastos.
2. Dónde aprendieron a administrar sus finanzas y qué características tienden a manifestar cuando aparecen dificultades.
3. Su manera de darse recompensas al celebrar o salir de vacaciones, valorando sus experiencias tempranas y cómo éstas han determinado una elección actual.
4. Compartir sus temores y especialmente entender que la actitud ante lo económico es algo aprendido y por lo tanto es posible modificarlo para adecuarlo a la realidad siempre cambiante, y así mantener vivo el diálogo provechoso con el compañero de vida.
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