C Omentábamos el domingo pasado la manera impresionante en que la China posterior a la muerte de Mao logró romper ataduras de todo tipo y despertar su enorme potencial latente, que durante décadas estuvo sometido a programas disparatados y una ideología que ¡ah, cómo se preocupaba por los pobres!.. Tanto, que conservó en ese estado a dos generaciones de chinos.
Pero a partir de 1980, el grupo de reformadores que tomaron el timón del Estado chino tras el fallecimiento del dictador (arrebatándoselo, por fortuna, a su viuda, la histérica y nefasta Jiang Qin) decidieron cambiar el rumbo, realizando una serie de experimentos con inversión privada y extranjera, privatización de ineficientes empresas del Estado y modificaciones a la tenencia y uso de la tierra. Todo ello en el marco de una planeación a largo plazo, que incluyó las draconianas medidas de control natal ("Un matrimonio, un hijo") que siguen amargándole la vida a la población urbana, en dos sentidos: por un lado, muchas parejas se quedaron con las ganas de tener uno o dos polluelos más; por otro, auténticas muchedumbres de hijos únicos han creado generaciones enteras de niños egoístas, malcriados, patanes, que no se preocupan sino de sí mismos y que no tienen la más remota experiencia de lo que es compartir y ser solidario. Un par de los primeros adultos hijos de esa política me contaron sus experiencias al respecto... bastante deprimidos, por cierto.
Cuando China rompió las cadenas de los dogmas y los prejuicios, su economía empezó a crecer a tasas bestiales: toda la energía contenida durante décadas se desató cuando al pueblo chino se le permitió seguir el apotegma de Deng Xiaoping: "Hacerse rico es glorioso".
(Aquí en México hacemos todo lo posible por destruir la riqueza y estorbar su generación, defendiendo los privilegios de monopolios y sindicatos gangsteriles; y tragándose sin agua los mismos caducos prejuicios "nacionalistas" inoculados por el PRI. Por eso los chinos crecen y nosotros seguiremos en el Tercer Mundo).
En este proceso ayudaron varios factores: por un lado, la entrada de dinero procedente de la próspera emigración china asentada en Hong Kong, Singapur, Kuala Lumpur, Vancouver, San Francisco y ¡Taipei! (de la negada Taiwán), que no sólo arriesgaron su dinero en la Madre Patria, sino que contribuyeron con una amplia experiencia gerencial de la que carecían sus compatriotas del continente. Por otro, la expansión de la oferta y calidad educativas, que permitió la creación de cuadros ilustrados y ansiosos de hacerse ricos... todo lo contrario de sus padres, dejados sin educación ni entrenamiento por la maldita Revolución Cultural, el último desaguisado herencia de Mao Zedong.
Y como tenía que ser, fueron esos estudiantes (que no habían conocido los garrotazos que Mao solía asestar a diestra y siniestra) quienes provocaron el primer desafío a la cada vez más geriátrica dirigencia comunista china: en la primavera de 1989, teniendo como pretexto la muerte de un líder reformista que había pasado sus últimos años de vida en el ostracismo y la desgracia, enormes cantidades de estudiantes se apostaron en la plaza Tiananmen (a un ladito del mausoleo de Mao, para mayor inri) exigiendo democracia, derechos políticos y civiles, y mayores libertades: la misma vieja historia de Checoslovaquia 68, México 68, Kwangju (Sudcorea) 1980... y la misma respuesta: la represión y los tanques en las calles. La sangre juvenil derramada en Tiananmen dejó claras las subsecuentes reglas del juego en China: podría haber total liberalismo en lo económico; algo en lo social (¡adiós al hipócrita puritanismo comunista!); pero en lo político, ni lo piensen. Ahí el Partido Comunista Chino sigue teniendo todas las canicas, y es el único responsable de repartir y ejercer el poder. Y no se tienta el corazón para aplastar a quienes osen retarlo, así sean grupos tan inofensivos como la secta místico-naturista Falun Gong... que seguimos sin entender qué amenaza representa para un partido que se encamina a destronar al PRI y al bolchevique ruso (¡maravillas de eficiencia!) como los más longevos detentando el poder.
Ese puede ser un primer obstáculo para que China pase a ser la potencia hegemónica del Siglo XXI dentro de una o dos generaciones: cómo conciliar un sistema liberal en lo económico y autoritario y premoderno en lo político, y evitar que las tensiones susciten violencia. Hace 21 años, los reformistas fueron masacrados: así cualquiera se está en paz. Además, históricamente los chinos no son muy dados a andar armando revoluciones: al contrario de los mexicanos, que desde primaria son intoxicados con la retórica del pueblo en armas y revoltosos variados logrando gestas heroicas que mantienen a medio país en la pobreza, los chinos conocen los costos del caos y aprecian muchísimo el orden; y no lo desafían así como así. Pero es plausible que en una década o dos, las presiones sociales se trasladen a lo político... y aplastar estudiantes ante los ojos del mundo, puede no resultar tan fácil en esa ocasión.
¿Qué podría provocar un descontento mayúsculo en una población que ha visto quintuplicarse su ingreso per cápita en veinte años? Pues el hecho de que esa mejora en niveles de vida ha sido muy desigual. Comunistas-comunistas, pero la dirigencia china no es muy pareja a la hora de repartir las ventajas del progreso. Se calcula que, desde que las reformas arrancaron, unos 320 millones de chinos (tres veces México) han pasado a pertenecer a la clase media urbana. En muchas poblaciones medianas y pequeñas (los asentamientos demográficos fundamentales a lo largo de la historia china) también se han formado pequeñas burguesías locales, relativamente prósperas. Pero eso nos deja con entre 800 y 900 millones de campesinos que viven en zonas rurales cada vez mejor comunicadas (y que por tanto saben de qué se están perdiendo mientras siguen mojándose las patas en los arrozales), con ingresos en promedio un 70% inferiores a los de sus compatriotas de la ciudad, y que resienten mucho más la eterna dualidad campo-ciudad: los más fregados son quienes les dan de tragar a los que andan en auto. Allá como acá.
Como la migración del campo a la ciudad no es tan fácil como en sociedades menos reguladas (o que de plano no tienen ningún tipo de regulación ni en el campo ni en la ciudad ni en ningún lado, como ya-saben-cuál), no hay tanta facilidad para desahogar las presiones... que por tanto van a ir aumentando con el tiempo. De hecho, la dualidad campo-pobre-ciudad-rica ya está creando problemas importantes. Y las rebeliones campesinas, aunque escasas en la historia china, a la mera hora pueden ser cataclísmicas: la peor guerra civil de la historia (mundial, dejen ustedes china) fue la rebelión Taiping de 1850-62, fundamentalmente una revuelta de los campesinos del Yangtzé, que se llevó entre las patas a unos 20 millones de personas: ningún conflicto intestino, y sólo uno internacional, han dejado más mortandad que ése.
Total, que China enfrenta algunos obstáculos importantes (sólo tratamos dos, pero hay otros 26, según mis cuentas) que todavía le pueden impedir alcanzar la hegemonía. El cómo sepa sortearlos quizá determine buena parte de la historia del resto del siglo. Seguiremos con el tema el próximo domingo.
Consejo no pedido para mejorar la receta del chop suey (platillo que, por cierto, NADIE conoce en China: es originario de San Francisco): lea "Cisnes salvajes", de Jung Chang, la historia contemporánea de ese país vista a través de las vicisitudes de tres generaciones de mujeres. Una joya. Provecho.