Impulsores o reventadores

En el proceso de crecimiento y en las etapas de nuestra vida hemos asimilado ciertos argumentos de vida que nos sirven de impulsores o motivadores; estos son hábitos que orientan nuestra conducta. A muchos de nosotros, si queremos estar bien, nos brota un impulso para realizar nuestras tareas con un estilo propio; haciéndole caso a ese impulso nos sentimos mejor, seguramente porque obtenemos alguna ganancia emocional o reforzamos nuestras creencias personales, o simplemente porque es parte de nuestra identidad personal.

Podemos distinguir algunos de ellos, como: “apúrate”, “sé fuerte”, “trata más”, “complace” o “sé perfecto”, que funcionan como motivadores internos.

Las personas que tienen el hábito del “apúrate” necesitan hacer las cosas lo más rápidamente posible y terminar de una vez, hablan tan rápidamente que a la gente le cuesta seguirlas, tienen la sensación de que no les alcanza el tiempo. Cuando están haciendo algo piensan en lo que tienen que hacer después. Posiblemente lleguen a las citas antes de la hora convenida. Hacen las tareas de otros por no tener paciencia, tienden a interrumpir a la gente para completar o terminar lo que están diciendo, cuando piden o preguntan algo quieren una respuesta inmediata, no soportan a las personas lentas.

A las personas que usan el “trata más” les cuesta más trabajo hacer las cosas que la mayoría de la gente, piensan que la vida es lucha perpetua y de que todo implica un gran esfuerzo. Les cuesta trabajo hacer las cosas de un modo práctico y simple. Se complican la existencia o no saben bien lo que quieren lograr. Se les hace difícil fijar metas claras, intentan hacer las cosas una y otra vez y no les salen como quisieran. Se esfuerzan mucho con las personas pasivas; son personas insistentes y esperan que los demás también se esfuercen mucho.

Las personas cuyo hábito es complacer se sienten responsables de hacer sentir bien a los demás, les cuesta trabajo decir “no” si les piden algo. Desde pequeños los demás siempre están primero y experimentan una fuerte necesidad de ‘caer bien’ a la gente, les preocupa el qué dirán y ser aprobados, incluso tratan de adivinar lo que otros necesitan para luego complacerlos.

Algunos usan el “sé fuerte”, es decir, evitan mostrar sus emociones -especialmente llorar ante los demás-, aguantan todo en silencio; generalmente no piden ayuda pues intentan arreglárselas solos por más problemas o trabajo que tengan. Cuando todos se vienen abajo ellos se mantienen firmes e incluso dan apoyo, obviamente no soportan que los protejan. Piensan que cuando más aguanta una persona, más admirable es y primero está el deber y la disciplina. Aun cuando se sienten destrozados por dentro se muestran derechos y erguidos.

Finalmente hay personas que han aprendido a motivarse con el “sé perfecto”, se exigen la mayor perfección aunque tarden tiempo en hacer algo. Se esmeran en usar impecablemente las palabras, sin el más mínimo error. Cuando dan información dicen más de lo que les pidieron para que se comprenda perfectamente. Aunque terminen de hacer algo bien piensan que pudieron haberlo hecho mejor. En sus conversaciones si dicen algo positivo, necesitan completarlo con algo negativo. No soportan el desorden, ni las arrugas en la ropa, en la cama, etcétera. Incluso no toleran errores en los demás y es difícil que queden satisfechos con lo que hacen los otros, no pueden evitar corregir a las personas, deben lograr los mejores resultados en el estudio, en el trabajo...

Si hacemos esto y nos funciona es adecuado para nuestra salud psicológica, pero si estos impulsores no nos sirven, es decir no nos sentimos bien, entonces lo intentamos nuevamente e insistimos en ellos; los usamos demasiado, tanto que pueden convertirse en reventadores, sobre-presionar y desequilibrar nuestra salud psicológica.

Habrá que estar atentos a nosotros mismos; “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”.

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