Dos años después de que la casa real anunciara “el cese temporal de la convivencia” entre la infanta Elena y Jaime de Marichalar, la hija mayor de los reyes de España por fin consiguió el divorcio que tanto ansiaba.
Dos años después de que la casa real anunciara “el cese temporal de la convivencia” entre la infanta Elena y Jaime de Marichalar, la hija mayor de los reyes de España por fin consiguió el divorcio que tanto ansiaba.
Su madre, la reina Sofía, quería que su hija no diera el paso y que la ruptura del matrimonio se quedara en separación. La reina considera que una institución como la monarquía exige esos sacrificios y que su hija debía aguantar; así se mantendría la buena imagen de la casa real. Sin embargo, tras insistir y después de una dura negociación con su actual ex marido, la primogénita de los reyes logró el apoyo de su padre para convertirse en el primer miembro de la familia real en estar divorciada.
Ahora la infanta está feliz, trabaja como directora de Proyectos Sociales y Culturales de Fundación Mapfre, un empleo por el que recibe unos 350 mil dólares al año y que compagina con sus compromisos oficiales. Vive con sus dos hijos Felipe, de 11 años, y Victoria, de 9. Como se casó en régimen de separación de bienes como todos los miembros de la familia real, tras la separación tuvo que abandonar el ático de 3 millones de euros en el que vivía con su marido y sus hijos y un departamento de 500 metros cuadrados del barrio de Salamanca, que Marichalar adquirió con los más de 9 millones de dólares que recibió en herencia de su tía abuela Teresa.
Una nueva vida
El que no está muy feliz con su nuevo estatus de divorciado es Jaime de Marichalar. Amante del lujo, de la ropa de marca y de los desfiles de moda, desde que se casó con la hija mayor de los reyes de España hace 14 años, era habitual verle de compras por el barrio de Salamanca seguido por su guardaespaldas cargado con bolsas de carísimas tiendas como Cartier, Dior, Hermés, Louis Vuitton o Givenchy.
Sin profesión ni carrera conocida, su matrimonio con la hija mayor de los reyes le acercó a un lujo al que no estaba acostumbrado y al que se ha aficionado. Algunas grandes empresas vieron en él a la persona ideal para sentarlo en sus consejos de administración, un asiento por el que llegó a ganar más de 18 mil dólares al mes.
Sin embargo, con su divorcio no sólo ha perdido pequeños privilegios como la tarjeta oro de la compañía aérea Iberia, sino el título de duque de Lugo y muchos de los cargos que ostentaba sólo por ser el marido de la infanta, como la presidencia de la Fundación Axa Winterthur y del consejo de Cementos Portland.
Pero además, Marichalar no está bien de salud. En el año 2001 una isquemia cerebral le provocó una hemiplejia en la parte izquierda del cuerpo, de la que se fue recuperando progresivamente. Pero hace unas semanas sufrió un desvanecimiento cuando comía en un restaurante de Madrid. Quienes le conocen dicen que vive por y para sus hijos, que busca pasar el mayor tiempo con ellos y que si no fuera por ellos, ya se habría regresado a vivir a París, lugar donde vivía cuando conoció a la infanta.
La pareja se casó en la Catedral de Sevilla cuando ella tenía 31 años y él estaba a punto de cumplir los 32. Catorce años después, su divorcio ha entrado en los libros de historia como el primero en la casa real española desde la reinstauración de la monarquía en 1975. Y el tercero en toda la historia de la familia real desde que el príncipe Alfonso de Borbón y el infante Don Jaime, los hijos de Alfonso XIII (abuelo del actual monarca), pusieron fin a sus matrimonios en la primera mitad del siglo XX.
Pensar en el futuro
El paso siguiente sería solicitar la nulidad matrimonial. Todo parece indicar que sí será solicitada, pues si la infanta quisiera volver a casarse, como están las cosas ahora no lo podría hacer por la Iglesia. ç
Sin embargo, lograrla es muy caro (puede llegar a costar hasta 75 mil dólares). Tendrían que demostrar que su matrimonio ha sido nulo y aportar pruebas. Y al ser un miembro de la casa real sería el Tribunal de la Rota del Vaticano, el que tendría que decidir. Igual que ocurrió con Carolina de Mónaco quien tardó 12 años en lograr que el Papa anulara su matrimonio con Philippe Junot.
Lo que se debió a que Juan Pablo II estaba obligado a dar ejemplo y en un caso tan mediático como el de Carolina, no podía dar la imagen de que las nulidades son fácil de obtener. Esto aún se contemplaría con mayor cautela en el caso de la infanta Elena, ya que España es uno de los países con mayor tradición católica.