"Se necesita un siglo para formar un Estado y una sola hora para convertirlo en polvo."
Lord Byron
La desesperación es mala consejera, pero humana. Los saqueos y la violencia se han desatado ya en Haití. Era quizá inevitable. El sistema de distribución está destrozado. Las calles y caminos están dañados y no hay combustible para los vehículos.
Mucha gente en Haití no piensa ya en los muertos por el terremoto del 12 de enero sino en la forma de obtener alimentos y agua. La lucha por la supervivencia reemplaza a los sentimientos humanitarios. Haití se ha convertido en un experimento sobre la forma en que un país puede revertir en un breve lapso a los tiempos más remotos de la humanidad, antes de que la coooperación permitiera la creación de clanes y comunidades que rebasaban a la familia inmediata. En el Haití de hoy la desesperación hace de cualquier ser humano un rival en la lucha por la supervivencia.
Los saqueos serán contraproducentes para todos. Nadie hará ningún esfuerzo por introducir y distribuir alimentos en la zona de desastre si éstos van a ser robados. El pillaje hace mucho más difícil reestablecer un sistema normal de distribución. Además, quienes obtienen la mejor parte en los saqueos son los hombres de mayor fortaleza física y menor ética personal. Las mujeres y los niños no pueden competir.
En el vacío de poder surgido en Haití, el ejército de Estados Unidos está tomando el control. Lo hizo ya en el aeropuerto, pero hoy deben llegar unos 10 mil efectivos más. Las críticas han surgido de inmediato, pero alguien tiene que asumir el mando y nadie más parece tener la capacidad para hacerlo. Estamos viendo un imperialismo indispensable. No hay certeza, sin embargo, de que el ejército estadounidense podrá lograr el control antes de que la situación se convierta en una enorme tragedia humana.
Los sismos de 1985 en México llevaron a una oleada de solidaridad. Los ciudadanos encabezaron los esfuerzos de rescate, ante los titubeos de la autoridad, y las historias de generosidad se multiplicaron. No hubo virtualmente actos de pillaje. En México, sin embargo, nunca se desplomó el sistema de distribución de alimentos o productos de primera necesidad. La infraestructura de calles y redes de distribución de agua se mantuvo virtualmente intacta. La gente no tenía que preocuparse por su supervivencia y así pudo ayudar a quienes habían sido más afectados.
Es muy raro que los mexicanos aplaudamos una intervención militar extranjera en un país de Latinoamérica. Pero en esta ocasión no parece haber opción. La única fuerza con capacidad para reestablecer el orden en un Haití que desciende a la anarquía es el ejército estadounidense. Los cascos azules de las Naciones Unidas en el país son muy pocos y se necesitarían semanas para montar una mayor fuerza. Sólo el ejército estadounidense puede actuar de inmediato, reestablecer el orden y montar una cadena de distribución para las toneladas de ayuda que ya están en el aeropuerto de Puerto Príncipe.
El terremoto de Haití puede convertirse en una de las mayores tragedias en la historia del hemisferio occidental. No se trata ya únicamente del daño por el terremoto sino de un desplome de toda la estructura social de una ciudad de tres millones de habitantes y quizá de un país de 10 millones. Si las fuerzas armadas de Estados Unidos no logran reestablecer un sistema funcional de distribución de agua y alimentos, la violencia en Haití podría volverse generalizada.
Sigue el desplome de la economía de Venezuela, con un guión muy similar al del México de 1982. Una semana después de la brutal devaluación del bolívar, que duplicó el precio del dólar, el presidente Chávez ha anunciado un aumento de 25 por ciento del salario mínimo en dos etapas mientras que mantiene un control de precios. La Confederación de Trabajadores de Venezuela exige un aumento de sueldos de 60 por ciento, pero los productos de todo tipo empiezan ya a escasear en el mercado.
