Intimidad con uno mismo
Siempre me ha costado mucho trabajo escribir esta columna. Cada ocasión me enfrento con el pánico de: “¿Y ahora sobre qué escribo?”. No me considero escritora. Tener ese don es algo que respeto, envidio y admiro. Llegar a hacer algo con arte, es tener acceso a esa sabiduría interna que toca los linderos de lo sagrado, del arte, del ser personal que a través de la palabra y de las ideas se conecta con el ser universal donde todos los corazones del mundo se reconocen. Es una tarea a la que aspiro y a diario trabajo para acercarme a ella; sé que muchos de nosotros enfrentamos la misma batalla en diferentes áreas de la vida.
No sólo se trata de talento, sino de un trabajo interior de excavación profunda. Por eso hay temor. Un temor que bloquea, que inhibe, que critica, que descalifica y dice: “Esto es poco interesante” o “¿a esto le llamas pintar?”. Temor a poner un espejo frente al corazón y ver lo que uno encuentra, o lo que no encuentra. Es temor a mostrarse, a tocar las emociones, porque solemos reprimirlas, posponerlas, cancelarlas en aras de no sé qué cosa... La realidad es que ese temor bloquea toda creatividad. No importa de qué se trate, de cantar, de pintar, de bailar, de escribir, de construir o de llevar un litigio...
Qué cierto es aquello de que nadie es profeta en su tierra. Socorro Hinojosa, maestra maravillosa en el arte de escribir, nos lo decía a sus alumnas: “¿Quieren desarrollar su creatividad? En cuanto abran los ojos por las mañana, escriban por lo menos tres hojas sobre lo que les venga a la mente. Lo que sea: ‘Hoy amanecí con flojera y tengo mucho trabajo, no tengo nada que decir’... en fin. Es como abrir la llave del agua caliente: primero sale fría, pero poco a poco te conectas contigo mismo, con el Universo y sale lo que traes en tu interior. Además es una gran terapia”.
Mi apreciada Socorro se fue de este mundo y nunca encontré el tiempo de hacer lo que ella decía. ¡Cuántos años desperdiciados! Tuve que escuchar el mismo consejo años después, en voz de Julia Cameron, exitosa maestra y autora del libro The Artist’s Way, para convencerme. Llevo sólo tres semanas haciendo lo que Julia llama ‘páginas matutinas’, y me doy cuenta de sus muchos beneficios.
Escribir -a mano- en un cuaderno los pendientes que traes en la cabeza: “Esto me preocupa”, “esto es lo que me gusta”, “esto no quisiera”, “ojalá que...”, es una forma de sacarlos de tu sistema para ver tu día con mente más ligera y fresca.
Las páginas matutinas deben ser privadas, su escritura puede ser una forma de conocernos mejor; de ordenar los pensamientos, de darle voz a lo que nos inquieta. Los psicólogos o terapeutas también suelen recomendar este hábito a sus pacientes.
“Las páginas matutinas nos hacen intimar con nosotros mismos, y a la vez nos permiten acercarnos más a otros. Al estar más cómodos dentro de nuestro cuerpo, estamos más cómodos con el otro. Mejora nuestra relación de pareja y con los amigos. Nos convertimos en seres visiblemente más sanos”, afirma Cameron. Escribir por las mañanas es una práctica espiritual, una especie de meditación, de plática con Dios o con el ser supremo, como quieras llamarle. ¿Por qué en las mañanas?, ¿por qué a mano? “Escribir a mano es el equivalente a manejar despacio. Cuando vas a 30 kilómetros por hora notas lo que hay a tu alrededor, te conectas con tus emociones y tu intuición. Durante los primeros 30 minutos de la mañana, estamos sin la defensa normal del ego, más cerca de los impulsos que surgen del subconsciente”.
Querido lector, te invito a hacer la prueba y a que experimentes por ti mismo las sorpresas que te llevarás.
Twitter: @gaby_vargas