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Jesús, El Galileo

Hace algunas semanas, a propósito del homenaje que se hizo a Mauricio Beuchot, Marcela Moreno planteaba que los medios de comunicación, sobre todo en estos últimos años, se encuentran centrados en el tema de la violencia y hay pocas oportunidades de comunicar otro tipo de inquietudes para subsanar nuestra pobreza espiritual. Coincido con su sentir y es por eso que quiero compartir unas líneas de la presentación que hace poco menos de un mes hice en la Ibero de Jesús, el Galileo, última obra del jesuita David Fernández.

Este libro, es una especie de continuación Doce cartas sobre Dios que publicó en 2004. Resulta interesante que a los pocos meses de haber visto la luz, urgió una primera reimpresión -algo insólito, pues los libros sobre Dios, como supondrán, no son muy taquilleros. Un año más tarde, en 2005 y ante la demanda, se sacó una segunda edición con 3,500 ejemplares. Animado por esta acogida, dice el autor: "experimenté la necesidad de hablar en directo sobre Jesús de Nazaret, el Galileo marginal que vivió en este mundo hace poco más de dos mil años". Me parece que su buena recepción, tiene la cualidad de llenar un hueco importante en las interrogantes, especialmente de los jóvenes, sobre Jesús, su espiritualidad y su iglesia, tan vapuleada en estos últimos tiempos.

Tanto el libro anterior como el reciente, fueron escritos para un joven inquieto, embarcado en una búsqueda espiritual a través de una religión oriental. Sin embargo, el P. David Fernández desea compartir su descubrimiento personal del hijo de Dios desde su propia interioridad, para, como él mismo dice, "mostrarle otros horizontes".

En el libro confluyen dos aspectos imprescindibles para despertar el interés y ser leído entre jóvenes (y no tan jóvenes): comunicar su propio encuentro con Jesús, no teórico ni retórico, sino concreto, del acontecer, el que va descubriendo día a día, y el ejercicio comprometido con realidades marginales, que le ha permitido entender y apreciar la realidad social a la luz del evangelio. El jesuita, quien ha fundado movimientos cristianos comprometidos con las luchas populares, exdirector del centro de derechos humanos Miguel Agustín Pro y creador del movimiento de apoyo a niños trabajadores de la calle, toma experiencias personales -duras, difíciles- y las transforma en verdaderos episodios evangélicos. Es ahí donde encuentra a Jesús, y quiere convencernos de que optar por él, es la manera de contribuir al reino y el reino es algo que todos queremos: "un lugar en donde las injusticias se reparen, los dolores se superen, los sufrimientos se dejen de lado y todos vivamos como hermanos y hermanas". Incluso llega a decir que el trabajo por el reino es lo primordial, porque hay personas que, incluso, "sin mediar convicciones de fe religiosa", trabajan por él.

Fernández quiere que sus lectores despojemos a Jesús de todo lo que le hemos colgado a lo largo de la historia; quitarle lo accesorio para quedarnos con lo esencial. Parte de los hechos: no oculta las grandes incongruencias que existen al interior de las religiones cristianas, de las que dice: "han perdido su frescura y hondura espiritual al haberse hecho demasiado formalistas y disciplinares, centradas en el culto externo y en la obediencia a los jerarcas [...] más centrados en contenidos y dogmas que en experiencia de fe y amor". De gran utilidad es la muestra de sus discusiones con hermanos sacerdotes de la iglesia católica, porque nos permite constatar que la iglesia también está en constante construcción, que no es monolítica, ni un hecho dado. Y que las fricciones son necesarias en aras de redescubrir al Jesús esencial. De hecho, esto es lo que lo mueve a escribir y presentar a Jesús desde una lectura personal (¿acaso hay otra, parece decirnos?), con las preocupaciones del presente, del mundo contemporáneo.

El Jesús de nuestro autor, tiene algo qué decirnos desde el hoy, desde el presente, al que se puede releer a partir de nuestras circunstancias: ¿cuáles? La violencia en la que está sumida nuestra región, por ejemplo, y que tanto nos preocupa; las increíbles y contrastantes diferencias en las que unos son extremadamente ricos y otros extremadamente pobres viviendo con un salario mínimo; un mundo en que las mujeres hemos irrumpido con fuerza buscando espacios, y también los estigmatizados que luchan por sus derechos y aceptación. Cada momento histórico produce a sus "diferentes": los enfermos de lepra, las hechiceras, las divorciadas, los homosexuales, los enfermos de Sida y para este contexto, Jesús tiene algo qué decirnos.

Su Jesús es un subversivo: se acerca a los estigmatizados, a los excluidos por la moral y la decencia. Anteriormente la santidad -explica el jesuita y sociólogo- consistía en separarse de los pecadores y de los impuros. ¿Y acaso no hacemos lo mismo ahora, parece preguntarnos? ¿Quiénes son los estigmatizados de este mundo? ¿A quién no soportamos? ¿A quién criticamos? ¿A quiénes nos cuesta trabajo aceptar? A ellos, precisamente, son a los que busca su Jesús; a los excluidos.

El Jesús de Galilea es libre, no esclavo del miedo, ni de prejuicios (se acerca a los que sufren), no es dogmático (cura en sábado). ¿No hemos sacralizado todo esto, dice Fernández, y olvidado lo esencial?

Podríamos decir, ¡qué fácil! Era el hijo de Dios... aludiendo a las ideas de que se disfrazó "como humano" o vino a representar teatralmente un papel que ya conocía, pero el autor nos recuerda que fue semejante en todo a nosotros. Fue un hombre que experimentó el mal. Y el mal es algo que encontramos todos los días, adentro nuestro y en otros: la utilización del poder en beneficio propio y no del reino. La gran tentación de ser más: tener más, ser famosos, estar por encima de los otros. Incluso, fragmentos del evangelio que hemos leído dándoles otro sentido, como el episodio de Sodoma y Gomorra, al que culturalmente asociamos con el enojo de Dios por la sexualidad desenfrenada del pueblo, nos hace ver que en realidad, el tema es el poder, ése es el pecado. Cita a Ezequiel: "¿Cuál fue el pecado de tu hermana Sodoma? Era orgullosa, comía bien y vivía sin preocupaciones, ella y sus hijas no hicieron nada por el pobre y desgraciado".

A través de las cartas, el sociólogo y jesuita nos va convenciendo de que tiene mucho qué ofrecer a su joven amigo: una perspectiva distinta de Jesús, el resucitado, el que nos conmina a conservar la esperanza a pesar del fracaso o conservar la alegría en medio de las dificultades, porque "existe un sentido oculto que todo lo trasciende y todo lo sostiene".

El P. Fernández aseguró que su obra está realizada con la urgencia del chavo que pone en las paredes "soñemos lo posible", "otro mundo es posible también".

Ojalá disfruten su lectura.

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