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Jonás en la ballena

GILBERTO SERNA

Todo apuntaba a que sería una noche como cualquier otra llena de imágenes oníricas, que se desvanecerían al amanecer, igual que siempre. Nada presagiaba la experiencia amarga que viviríamos los avecindados por estos rumbos de la ciudad. Apenas acabamos de caer en un profundo sueño cuando el ruido de disparos instintivamente nos arrojaba al suelo.

Al caer la tarde, mi barrio lucía con el barroco de las sombras de los árboles arrimadas a las paredes de las casas que se disponían a cerrar los ojos apagando las luces, permitiendo la llegada de endriagos que se llevaban a los niños que no querían irse a la cama.

No hubo ninguna premonición, apoyé la cabeza en la almohada dejándome llevar por un letargo que dulcemente se apoderaba de mis sentidos. Allá en la sierra los animales buscaban el cobijo del lecho seco de algún arroyo dispuestos a echarse debajo de algún matojo como lo hacían sus antepasados en el principio de los tiempos. La vía láctea se mostraba esplendorosa, sus aspas navegaban por los espacios siderales con una monótona melodía que ya habían escuchado nuestros primeros ancestros en sus grandes caminatas nocturnas.

De pronto, sin anunciarse ni pedir permiso el tronar de poderosas armas de fuego se adueñaron del ambiente, hasta ese momento apacible.

Me llevó a recordar las celebraciones de la noche Del Grito, en el bello edificio que albergaba una romántica Presidencia Municipal, anterior al adefesio que será tumbado en estos días, en que todos los presentes experimentábamos un éxtasis de patriotismo, dispuestos a luchar hasta morir, que pronto se disipaba para dar paso a la cotidianidad. Luego seguían los fuegos pirotécnicos colocados en la plazuela en que las luces de bengala producían el asombro de la chiquillería enardecida por los cohetones que dejaban un fuerte olor a pólvora, saltando de inocente alegría cuando un ruidoso buscapiés lanzando chispas se paseaba por entre la multitud. Las de ahora eran aterrorizantes, logrando que la piel se erizara esperando que en cualquier momento penetraran los vidrios de las ventanas abriéndose paso alguna bala perdida que, eso pensábamos, amenazaba llegar hasta nosotros. Afuera las descargas seguían en todo su apogeo.

Estábamos recibiendo aquí nuestro bautizo de fuego sin necesidad de ir a la guerra. La tranquilidad, esa gran dama cuya languidez nos acompaña la mayor parte del tiempo, literalmente nos hizo morder el polvo. ¿Dónde quedaron aquellos días en que campeaban la dicha y el encanto? Éramos un rinconcito de la provincia en que nunca pasaba otra cosa que no fueran las que inventaran, en su cotilleo, sus habitantes. Transcurrían los días lentamente, nadie parecía tener prisa. De repente cesó el tableteo de las metralletas a Dios gracias dijimos, pero la calma duró apenas unos minutos pues a poco se desataron de nuevo las hostilidades oyéndose pavoroso tiroteo. Parecía que estaban adentro del cuarto. A la fecha aún no sabemos qué estaba sucediendo. Nos pareció una eternidad, creyendo que nunca terminaría. Daba la impresión de que las puertas del infierno se habían abierto. Los "pajuelazos" seguían a todo lo que daba. Desde donde estábamos no se alcanzaba a ver mucho, obvio era ¡debajo de la cama!

Son momentos de un peligro inminente, pasados los cuales, todo parecía que había terminado dejando muertos y heridos de quienes usaron sus armas, lo que supimos sin salir a averiguarlo. Una vez que consideramos que los gatilleros se habían retirado, decidimos salir de nuestro escondite respirando profundamente cual si hubiéramos sobrevivido de milagro a una fuerte marejada; quizá el colchón nos sirvió como al profeta Jonás, tragado por una mítica ballena en cuyo vientre estuvo tres días y tres noches, sin que sepamos, si en nuestro caso, algún día terminarán nuestras congojas, angustias y zozobras, ¿cuándo el cetáceo de la violencia nos depositará en alguna playa, donde estén ausentes el salvajismo, la saña y la barbarie?

En fin, toda la gente pacífica que se escondió donde pudo, se ha enterado que nada puede hacer si las autoridades no cumplen con su cometido de mantener la tranquilidad, entendida como un don preciado que los mexicanos hemos perdido hace ya algún tiempo. ¿Qué otras calamidades nos esperan en el arcano de quienes virtualmente nos tienen en sus manos?

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