Es previsible una reducción en el ritmo de desarrollo mundial debido tanto a los prolongados efectos de las recientes crisis financieras como por la inevitable recomposición de las estructuras económicas que están en marcha.
La recuperación siquiera a los anteriores niveles de vida será lenta. Al mismo tiempo el crecimiento demográfico mundial continuará, aunque menos que en el Siglo XX, dificultando el reparto equitativo de los bienes que se produzcan.
En nuestro caso, aun cuando el crecimiento alcanzara el 4% que algunos analistas ya nos anuncian para el 2010, este logro se destinaría completamente a la recuperación de la economía. Al final del año veremos qué tanto habremos superado la situación y si realmente hubiéramos reiniciado la marcha ascendente para comenzar a contabilizar crecimientos netos traducibles en aumentos reales en el poder de compra de los mexicanos.
En todo el mundo las políticas de desarrollo social procuran elevar condiciones de vida para los sectores de pobreza que representan al menos el 40% de la población mundial. Estas estrategias absorberán un porcentaje creciente de la producción mundial provocando mayor demanda y alzas en precios de víveres básicos y otros artículos de consumo.
La escalada de precios de todos los bienes afectará las economías personales. Sólo un volumen mayor de producción de artículos agrícolas y manufacturados puede contrarrestar la carestía y hacer realidad la democracia económica que todos deseamos.
Aumentar la producción sólo para atender el crecimiento demográfico sin alterar el marco actual de una inequitativa distribución económica de la población hoy fuertemente dividida entre ricos y pobres, es muy distinto a proponerse a aumentar el PNB para lograr una meta de justicia social.
En el caso de México, el posible aumento en el PNB de 4% no será suficiente para atender el crecimiento demográfico de 1.3% más una inflación de 5%. El crecimiento del PIB tendrá que ser al menos 6.3% todavía sin aportar un aumento neto de la riqueza nacional. Para crecer, pero todavía sin modificar la actual estructura económica, necesitaríamos añadir un porcentaje, el que se escoja, por ejemplo, 1 ó 2%, lo que significará un crecimiento total del PIB de 7.3 o del 8.3%, lo que se asemeja mucho al 7% de crecimiento propuesto en 2000 al candidato presidencial Fox.
Se verá que tratar de incorporar a la corriente nacional al vasto sector de los pobres que son al menos 30% de la población mexicana significa subir la meta a un 9 ó 10% en términos reales. El esfuerzo es mayúsculo y lograrlo depende de la suma de talentos, inversiones de capital e infraestructuras de todo tipo para el diseño y ejecución de proyectos viables, agrícolas agroindustriales y manufactureros.
Las posibilidades reales a este rango de crecimiento del PIB en un corto plazo son limitadas. La recomposición socioeconómica se irá haciendo muy gradualmente y siempre expuesta a las incertidumbres políticas.
Lo que hay que entender es que el progreso hacia una mejor distribución de la riqueza requiere un esfuerzo mucho mayor que el que se necesita para mantener las condiciones actuales. Aumentar la capacidad de consumo de las mayorías sin incrementar drásticamente la producción física total requiere incidir en el nivel de vida de las clases medias y de las privilegiadas.
La democracia económica supone un reparto equitativo de la riqueza. Las clases más pobres tienen armas muy efectivas para exigir sus evidentes derechos, y para responder a éstos la carga del inevitable reparto corresponderá a las otras dos y, como siempre suele suceder, la mayor carga recaerá sobre la clase media.
La tarea no será fácil para nadie.